El mensajero fue acuchillado treinta veces en el callejón de los ciegos, y el rey siguió divirtiéndose con los muchachos del puerto.
Bogotá, 28 de abril de 2025
El mensajero fue acuchillado treinta veces en el callejón de los ciegos, y el rey siguió divirtiéndose con los muchachos del puerto.
Bogotá, 28 de abril de 2025
Maneja el camión como loco, muerto de risa. Unas veces con sandías y otras con gallinas que dejan en el aire un reguero de plumas. El camión casi se voltea en las curvas, seguido por la polvareda. Así, vestido de blanco, cambia una llanta como si nada y se seca el sudor con el solideo, la ostia de tela que usan como sombrero todos los Papas, hasta los dueños de un camión. O se detiene en una tienda de la carretera a beber, con la misma prisa y sin una sola pausa, una jarra de cerveza.
-Tengo una misa -dice, pasando el antebrazo por la boca para limpiarse la espuma, como camionero que se respete.
Pregunta por la salud de dos o tres vecinos y, trepándose al camión con maromas de trapecista, arroja al aire una moneda que parece besar las nubes antes de caer dormida en el mostrador.
Y sigue su camino, solo, feliz, eterno.
24 de abril de 2025
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Zapatos en la ventana Bologna, 2025 Foto de Triunfo Arciniegas |
Fumo en la cama mientras se contempla desnuda en el espejo. Ni se le ocurre cerrar la ventana. Se acaricia los senos, se peina con los dedos, se come con los ojos. Gira hacia a mí, enredando sus piernas y manteniendo el dulce equilibrio de bailarina, y dice:
-Con este culo es imposible que no consiga marido.
Bologna, 3 de abril de 2025
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The Invisible Man Gary Cadima) |
Me juró amor eterno hace tres meses y diez días, en la azotea de la casa de los Linero, a mediados de septiembre, antes de las lluvias que tantas desgracias ocasionaron. Ahora hace lo mismo con otro y publica la foto de un viaje reciente para que haya constancia. Más alto, más apuesto, más joven. Se contemplan embobados mientras las palomas revolotean a su alrededor. Diecisiete palomas y fragmentos de otras tres. No envidio al hombre, aunque sé con precisión sus privilegios. Me pregunto si en medio de tanta miel sospecha su destino inexorable. No nos parecemos, pero así de feliz me veía entonces.
Mis manos eran verdes y sabían a hierba. Devoré uno a uno mis dedos con hambre insaciable. El pensamiento de que me estaba devorando a mí mismo no me impedía continuar haciéndolo. Cuándo voy a parar, me pregunté. Mis manos comenzaban a desaparecer y mis diminutos dientes no paraban de arrancar pedazos. Me estoy comportando como un insecto, me dije. ¿O ya lo soy? Voy a desaparecer, me dije, e igualmente pensé que corría el mismo riesgo si dejaba de comer. Después de las manos, continué con mis brazos. La boca no me pertenecía: se comportaba como un animal ciego y salvaje. Me comí los brazos casi hasta los hombros. Luego ya ninguna parte de mí estaba al alcance de mi boca. Los muñones se me antojaron grotescos. Estoy en problemas. Continuar o parar la tarea de comerme no dependía de mí. La situación se salió de mis manos. Qué expresión tan ridícula. Ya no había manos. Si al menos apareciera alguien y me arrancara la cabeza. Si alguien me impidiera el tormento se seguir pensando. Había caído al piso y me revolcaba como una serpiente enloquecida. ¿Qué soy ahora? ¿Una bestia? ¿Todavía tengo un lugar en el mundo? No. ¿Pero cómo apartarme? ¿Cómo desaparecer del todo? Pensé que, si alguien tuviese la misericordia de acercar a mi boca otro pedazo, me despediría profundamente agradecido. Entonces me invadieron por igual la quietud y la oscuridad, y dejé de pensar.
https://www.facebook.com/reel/536071581886576?fs=e&s=2dNYbT
10 de mayo de 2023
Las guerras, los odios y las envidias provocaron una espantosa escasez de maridos. Las mujeres derramaban sus más amargas lágrimas en los ríos del atardecer. La verdad, no se encontraba un hombre ni para un remedio. De vez en cuando aparecían algunos justamente en las orillas de los ríos, no en el agua sino en la tierra todavía húmeda. Las mujeres escarbaban con sus manos, desnudas, y si había suerte, corrían con el hombre a las espaldas y en casa lo limpiaban con la lengua y el alma pendiente de un hilo. Así, poco a poco, como recién nacidos, los hombres volvían a la hoguera de unos muslos abiertos, al divino temblor de unos pechos, a la embriaguez de unos largos e infinitos cabellos. Así, tan dulcemente, volvían al animal sediento de la vida.
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Ilustración de Yuval Robichek |
Ya casi no quedan rastros. He borrado sus frases de amor de las paredes, he recogido una blusa manchada, una falda rota, un arete huérfano. He lavado las sábanas tres veces y he roto algunas fotografías. Nada he podido hacer con el aire perfumado, ciertos atardeceres y los sueños traicioneros. Los pájaros todavía viven felices en el árbol del patio. Se duermen temprano y madrugan con su alboroto intenso y desconsiderado, como si aquí no hubiera pasado nada. Barro todos los días y la casa se ve bastante limpia, casi impecable, pero el corazón sigue sucio de pena. Las lágrimas que escondo debajo de la alfombra crujen como hojas secas. A las visitas les divierte el ruido. Pasan una y otra vez sobre la alfombra. Saltan como niños hasta que caen muertos de risa.
Lucy durmió como una niña recién nacida. Impulsada por el viento, atravesó un campo de girasoles. Despertó con una moneda en la mano. Aún era de noche. Sintió que alguien había entrado al jardín. Alguien que olía a gardenias. Lucy apretó la moneda contra el pecho. Se levantó sin miedo y se acercó a la ventana. Un gato negro la miró con sus ojos encendidos. “Ven”, dijo Lucy, y contempló fascinada las orejas desiguales. El gato se lamió una pata y desapareció.
Las ropas entran a las tiendas de artículos usados y salen con otro cuerpo, más o menos pulido, más o menos desgastado por la devoción o el hastío, con nuevas o antiguas cicatrices, pero otro cuerpo al fin y al cabo.
Me dan de alta porque apenas tengo unos rasguños. Paso desapercibido entre los periodistas y la multitud de curiosos. Repiten el nombre de una actriz de telenovelas. No tengo ningún equipaje que reclamar. Como el viaje surgió de improviso, para cerrar un negocio, no avisé a nadie en casa y en el aeropuerto, según me entero ahora, escribí mal el número de Elisa. Es decir, no saben nada del accidente, y mejor así, se evitaron el susto. Vuelvo a casa en autobús, no quiero tentar la suerte con otro vuelo aunque me siento en estado de gracia, pero la dicha se me acaba cuando Elisa señala mi nombre, y mi foto, en la lista de muertos, y los niños no dejan de gritar.
31 de agosto de 2022
Pasaba el día en la bañera, como una sirena, aliviando el ardor e imaginando los tapices que tejería en otra vida, y la noche, con los pretendientes.