domingo, 20 de agosto de 2017

Esopo / El águila, el cuervo y el pastor




Esopo
El águila, el cuervo y el pastor

Un águila se lanzó desde la cima de la montaña y atrapó un corderito.

Un cuervo, tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y no logró soltarse. 

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, le recortó las puntas de sus alas y se lo llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, sólo es un cuervo, pero él se cree águila.




martes, 15 de agosto de 2017

Esopo / El león enamorado




Esopo
EL LEÓN ENAMORADO
Traducción de Pedro Bádenas

Un león, enamorado de la hija de un labrador, la pidió por esposa. El labrador, que no se atrevía a entregar a su hija a una fiera, ni tampoco podía negarse por el miedo que le tenía, se le ocurrió lo siguiente: como el león lo apremiaba continuamente, le dijo que lo consideraba digno de desposar a su hija, pero que no se la podía dar a menos que se dejara arrancar los dientes y cortar las uñas, porque esto es lo que le daba terror a la muchacha. El león, por amor, se dejó hacer las dos cosas, entonces el labrador, perdido todo el respeto hacia él, en cuanto se presentó lo echó a palos.

Esopo, Fábulas, Ed. Gredos



jueves, 10 de agosto de 2017

Esopo / El águila y los gallos



Esopo
El águila y los gallos

Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas, hasta que al fin uno puso en fuga al otro.

El perdedor, resignado, se refugió en un matorral, dispuesto a pasar allí el resto de sus días. En cambio, muy ufano, el vencedor se subió a una tapia alta y se dedicó a cantar con gran estruendo. Mas no tardó un águila en caerle y raptarlo. 

Entonces el gallo que había perdido la riña se quedó con todo el gallinero.



lunes, 7 de agosto de 2017

Jairo Aníbal Niño / El remordimiento

Ilustración de T.A.


Jairo Aníbal Niño
El remordimiento


Nadie supo jamás que Noé buscó desesperadamente el olvido en la borrachera del vino, porque el día gris en que el hambre y la desesperación empaparon al arca, él, en lo más oscuro de la bodega, había devorado la pareja de animales refulgentes de corazón dorado, capaces de cantar y con la facultad para contar historias por medio del baile. Eran los dos animales más bellos del mundo.


viernes, 4 de agosto de 2017

Sam Shepard / Cada vez que oía pasar un avión


Sam Shepard

CADA VEZ QUE OÍA PASAR UN AVIÓN
Traducción de Enrique Murillo



Cada vez que oía pasar un avión por encima de nuestras tierras, mi papá tenía la costumbre de pasarse los dedos por la cicatriz de metralla de su nuca. Estaba, por ejemplo, agachado en el huerto, reparando las tuberías de riego o el tractor, y si oía un avión se enderezaba lentamente, se quitaba su sombrero mejicano, se alisaba el pelo con la mano, se secaba el sudor en el muslo, sostenía el sombrero por encima de la frente para hacerse sombra, miraba con los ojos entrecerrados hacia el cielo, localizaba el avión guiñando un ojo, y empezaba a tocarse la nuca. Se quedaba así, mirando y tocando. Cada vez que oía un avión se buscaba la cicatriz. Le había quedado un diminuto fragmento de metal justo debajo mismo de la superficie de la piel. Lo que me desconcertaba era el carácter reflejo de este ademán de tocársela. Cada vez que oía un avión se le iba la mano a la cicatriz. Y no dejaba de tocarla hasta que estaba absolutamente seguro de haber identificado el avión. Los que más le gustaban eran los aviones a hélice y esto ocurría en los años cincuenta, de modo que ya quedaban muy pocos aviones a hélice. Si pasaba una escuadrilla de P-51 en formación, su éxtasis era tal que casi se subía hasta la copa de un aguacate. Cada identificación quedaba señalada por una emocionada entonación especial en su voz. Algunos aviones le habían fallado en mitad del combate, y pronunciaba su nombre como si les lanzara un salivazo. En cambio mencionaba los B-54 en tono sombrío, casi religioso. Generalmente sólo decía el nombre abreviado, una letra y un número:


-B-54 -decía, y luego, satisfecho, bajaba lentamente la vista y volvía a su trabajo.

A mí me parecía muy extraño que un hombre que amaba tanto el cielo pudiera amar también la tierra.


Sam Shepard
Crónicas de motel
Barcelona, Anagrama, 1985, pág. 118