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miércoles, 28 de agosto de 2013

Juan Pedro Aparicio / Rememoración final



Juan Pedro Aparicio
REMEMORACIÓN FINAL


Supo de inmediato que el paracaídas no se le abriría. Pero, debido a la mucha altura, todavía tardaría varios minutos en estrellarse contra el suelo. Era tan joven que tenía muy poco que rememorar de su vida pasada mientras se dolía por la pérdida de aquella otra que ya no iba a conocer. En su mente se produjo entonces una súbita aceleración. No tenía novia; pero conoció a una chica en la piscina y se casó con ella.

Tuvieron dos hijos. El mayor se hizo militar como él. El menor, cosa sorprendente, guionista de televisión, y no le fue mal. Sus nietos, sólo dos, se llamaron Daniel y Adela, nombres que no tenían tradición en su familia. Sólo sentía la pena de no vivir lo suficiente como para asistir a la boda de su nieta, aunque, por viejo, se había acostumbrado a la muerte como un animal de compañía. Y él, cuando su cuerpo se rompió contra el suelo, ya había superado los ochenta y tres años de vida.



domingo, 25 de agosto de 2013

Juan Pedro Aparicio / La Segunda Guerra Mundial

Kenta Torii

Juan Pedro Aparicio
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Si el crítico vienés Jakob Neumann, que presidía el jurado, hubiera dado su voto de calidad a cierto óleo firmado por un tal Adolf Hitler en la Bienal de Bellas Artes de 1912, acaso el joven aspirante a pintor no hubiese dejado su profesión por la política. Inútil reprochar nada a Neumann; sobre todo cuando el propio Adolf Hitler ordenó su fusilamiento a las pocas horas de aquella entrada apoteósica en la Austria del Anschulss. Lo que nunca supo el dictador fue que la decisión de Neumann nació de un escogido lote de vinos que había recibido de un importante bodeguero vienés, cuyo hijo, con veleidades pictóricas, obtuvo aquel premio. Obvio es decir que tal ignorancia salvó la vida del bodeguero, no la de su hijo.


martes, 20 de agosto de 2013

Juan Pedro Aparicio / La medida del poder




Juan Pedro Aparicio
LA MEDIDA DEL PODER


El gobernador Jackson estaba seguro de que tampoco en esta ocasión vacilaría. Entre conceder un indulto al condenado a la cámara de gas o permitir que la ejecución siguiera adelante, sentía que su poder se medía mucho más por las vidas que quitaba.


Por favor sea breve 2
Edición de Clara Obligado. 
Ed Páginas de Espuma. 2009







sábado, 17 de agosto de 2013

Juan Pedro Aparicio / Promesa rota



Juan Pedro Aparicio
PROMESA ROTA

Carmela estaba tan enamorada de Marcelo que aceptó que su perro Tobi, un alegre labrador de color canela, viviera con ellos.

A los pocos meses, Marcelo enfermó de gravedad y, en el lecho de dolor, le suplicó a Carmela que no abandonara a Tobi, que lo mantuviera con ella tras su muerte; ella con lágrimas en los ojos así lo prometió.

Pero, una vez sola, se sintió incapaz de convivir con el juguetón y alegre Tobi, tan hiperactivo, y lo llevó a sacrificar. A los pocos meses Carmela dio a luz a un niño. Era sano y hermoso. Cuando el médico le golpeó en la espalda para abrir sus pulmones con un arranque de llanto, el bebé aulló, un aullido de perro.




viernes, 20 de abril de 2012

martes, 17 de abril de 2012

Juan Pedro Aparicio / El hijo pródigo

El hijo pródigo
Rembrandt

Juan Pedro Aparicio
EL HIJO PRÓDIGO

A la casa de su padre llegaron rumores de que, su hermano, que había desaparecido diez años atrás, seguía vivo y pretendía regresar. Él, que hasta entonces había sido un excelente administrador, comenzó a dilapidar el patrimonio familiar. "Quiero que se encuentre las cosas como estaban", dijo.



martes, 20 de marzo de 2012

Juan Pedro Aparicio / El presentimiento


Juan Pedro Aparicio
EL PRESENTIMIENTO

La familia rodeaba al moribundo.
El moribundo habló con lentitud:
—Siempre creí que yo no viviría mucho.
Los niños clavaban en él sus conmovidos ojos. El moribundo continuó tras un suspiro:
—Siempre tuve el presentimiento de que me iba a morir muy pronto.
            El reloj del comedor tocó la media y el moribundo tragó saliva.
—Luego, a medida que he ido viviendo, llegué a creer que mi presentimiento era falso.
El moribundo concluyó juntando las manos:
—Ahora, ya veis: con ochenta y seis años bien cumpli­dos comprendo que ese presentimiento ha sido la mayor ver­dad de mi vida.