jueves, 28 de noviembre de 2013

Nuria Mendoza / Princesa


Nuria Mendoza
PRINCESA


El chico me gustaba. Cerré los ojos, cuando se acercó: pensé que por fin iba a besarme. El dolor me atravesó por sorpresa. Ahora me tiene clavada en un corcho, en su habitación. Y ni siquiera me mira.



domingo, 24 de noviembre de 2013

Nuria Mendoza / Pura lascivia


Nuria Mendoza
PURA LASCIVIA

Voy a ser directa: tu esponja y la mía tienen un lío. Lo he descubierto esta mañana, en el baño.

Tu esponja -tan estilizada, pero de curvas marcadas- estaba poniendo a cien a la mía, que de repente me parecía un poco masculina, más tosca en su superficie, como si necesitara un afeitado.

Cuando me duchaba, las vi frotarse sin disimulo. Aprovechaban el agua caliente para abrir sus poros como bocas y exfoliarse en posturas admirables. Mi esponja cabalgaba a la otra, que se expandía, se acoplaba, se retorcía empapada y pedía a gritos un poco de gel. Hasta parecían oírse gemidos, no exagero.

Eso por no hablar de los botes de champú: el mío, cuadrado y ancho de espaldas, se estaba insinuando descaradamente al tuyo, pequeñito y coqueto.

Y mejor no sigo, porque a la hora de secarme me pareció que entre mi albornoz y tu toalla se fraguaba algo.

En mi baño están en pie de guerra, y tú tan lejos. 


Nuria Mendoza
Mar de pirañas. Nuevas voces del microrrelato español
Edición de Fernando Valls 
Ed. Menoscuarto,2012




jueves, 21 de noviembre de 2013

Cristina Peri Rossi / Dedicatoria


Cristina Peri Rossi 
DEDICATORIA

La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.




miércoles, 20 de noviembre de 2013

Cristina Peri Rossi / Vida cotidiana

Bufanda, dólares y pasaporte
Quito, 2011
Foto de Triunfo Arciniegas
Cristina Peri Rossi
VIDA COTIDIANA


Me alcanza la bufanda y amorosamente me sonríe: tiene la esperanza que al llegar a la esquina una ráfaga de viento me ahorque o que yo decida suicidarme con la aguja con la que me ha cosido la camisa. Tomo la bufanda y dejo la sonrisa: tal vez sea cierto que afuera hace frío.




Cristina Peri Rossi
Por fin solos
Barcelona, Lumen, 2004, p.91



viernes, 15 de noviembre de 2013

Cristina Peri Rossi / Nunca


Cristina Peri Rossi
NUNCA


Nunca he estado en Vermont ni en Nueva York ni en Nebraska.
    Llevo treinta años en esta pieza que no conozco bien y a veces cuando me inclino a dejar los zapatos hago algún descubrimiento; descubro por ejemplo que ayer hemos empapelado las paredes, que tendiste los pañuelos del respaldo de la cama o que las colillas del cigarrillo se han secado sobre el suelo. Pienso entonces en el abismo infinito del espacio.




Cristina Peri Rossi
Por fin solos
Barcelona, Lumen, 2004, p.85


martes, 12 de noviembre de 2013

Cristina Peri Rossi / La cabalgata




Cristina Peri Rossi
LA CABALGATA

Una vez por semana, los verdugos cabalgan sobre sus víctimas. No siempre es el mismo día, de lo contrario la cabalgata perdería el elemento de sorpresa que constituye uno de sus mayores atractivos; el día es elegido al azar, del mismo modo que la cabalgadura.

El ejercicio de equitación se realiza en la escalera que conduce de la primera planta de la prisión a la segunda, y en dirección ascendente. El día señalado, los verdugos irrumpen sorpresivamente en la celda de los prisioneros, eligen a aquellos que han de cabalgar, y de inmediato les colocan las capuchas negras, a fin de que no reconozcan el territorio ni los accidentes de la prueba.

Los prisioneros, empujados por sus jinetes, son conducidos hasta el borde de la escalera, y sus cabezas, bajo las capuchas, se sacuden y agitan como los caballos en la pista.

Debemos reconocer que el lugar elegido para la prueba es muy adecuado: la escalera es angosta y sombría, de cemento; los peldaños están muy distantes entre sí y lo suficientemente gastados como para que la cabalgadura, ciega, trastabille al apoyar el brazo.

Los jinetes montan a hombros de sus víctimas y si alguno resbala, la cabalgadura es duramente castigada: hay que procurar mantener el equilibrio, encajar con precisión las botas de los jinetes bajo las axilas y evitar cualquier clase de vacilación.

Una vez en fila, las cabalgaduras deben iniciar la ascensión.

Los jinetes azuzan a sus víctimas con el látigo, profieren amenazas y disputan el primer lugar, pero los obstáculos son muy numerosos y desconocidos, la ascensión se torna muy difícil.

Muchas cabalgaduras caen, otras chocan entre sí, se escuchan gritos y estertores; aquellos que consiguen subir los primeros peldaños ignoran cuántos faltan, la inclinación de la pista y la índole de los próximos obstáculos. Sucios, manchados de sangre, con los dientes quebrados consiguen reptar la escalera, pero no tienen ninguna certeza acerca del próximo paso.

Aquellos prisioneros que no han sido elegidos para esta prueba tienen, sin embargo, la obligación de animar a las cabalgaduras, y son invitados a ello por severos oficiales que presencian el ejercicio.

El jinete ganador obtiene un trofeo otorgado por el capitán, y la cabalgadura recibe un terrón de azúcar como premio.





sábado, 9 de noviembre de 2013

Cristina Peri Rossi / Lavorare stanca

Foto de Alexander Shahabalov
Cristina Peri Rossi
LAVORARE STANCA

-Eres muy linda -le dijo el hombre a la muchacha que se había desnudado para él-, pero estoy cansado de arar.


Cristina Peri Rossi
Por fin solos
Barcelona, Lumen, 2004, p.75



miércoles, 6 de noviembre de 2013

Alice Munro / El membrillo



Alice Munro
EL MEMBRILLO

El recuerdo de la infancia de mi padre, que yo siempre me había imaginado como sombría y peligrosa –la modesta granja, las hermanas atemorizadas, el padre severo–, me hicieron menos resignada ante su muerte. Pensé en él huyendo para irse a trabajar en los barcos del lago, corriendo por las vías del ferrocarril hasta Gorderich, a la luz del anochecer. Acostumbraba a contar aquel viaje. En algún lugar de la vía encontró un membrillo. Los membrillos son raros en nuestra zona del país; de hecho, no he visto nunca ninguno. Ni siquiera el que encontró mi padre, aunque una vez nos llevó de excursión para ir a buscarlo. Pensó que conocía el cruce cerca del que estaba, pero no pudimos encontrarlo. No pudo encontrar el fruto, desde luego, pero quedó impresionado por su existencia. Le hizo pensar que había llegado a una nueva parte del mundo.



Alice Munro
Lunas de Júpiter


Lea, además
Biografía de Alice Munro





lunes, 4 de noviembre de 2013

Alice Munro / Mi hermana

Fotografía de Katerina Bodrunova
Alice Munro
Mi hermana

Sin embargo ahora ha pasado algo. Ahora que mis hijos son adultos, que mi esposo se ha jubilado y los dos viajamos mucho, tengo la sensación de que a veces veo a Queenie. No es que la vea por la fuerza de un deseo o un empeño particular; tampoco que me convenza de que realmente es ella.
Una vez fue en un aeropuerto atestado y ella llevaba un sarong y un sombrero de paja con guirnalda de flores. Bronceada y entusiasta, con aspecto de rica, rodeada de amigos. Otra vez estaba entre unas mujeres, a la puerta de una iglesia, espiando una boda. Llevaba una manchada chaqueta de ante y no parecía próspera ni contenta. Una vez más, en una bocacalle, esperaba la luz verde para cruzar una fila de parvulario camino del parque o la piscina.
La última ocasión y la más rara fue en un supermercado de Twin Falls (Idaho). Al doblar una esquina, llevando las pocas coas que había comprado para un picnic, me topé con una anciana apoyada en su carrito como si me estuviera esperando. Una viejecita llena de arrugas, de boca torcida y piel amarronada e insalubre. El pelo hirsuto y amarillento, los pantalones violeta subidos hasta el bulto de la panza: una de esas mujeres que de todos modos, con la edad, han perdido la cintura. Los pantalones bien podían ser de una tienda de segunda mano, y lo mismo el jersey de colores alegres, pero apelmazado y encogido, abotonado sobre un pecho de niña de diez años.
El carrito estaba vacío. La mujer ni llevaba bolso.
Y al contrario que las anteriores, ésta parecía saber que era Queenie. Me sonrió con tal alegría de reconocer, y tal ansia de ser reconocida, que se habría dicho que era un acontecimiento, el momento que le concedían un día entre mil, cuando la dejaban salir de las sombras.
Lo único que hice yo fue estirar la boca con una cordialidad impersonal, como ante una solitaria desconocida, y seguir mi camino a la caja.
Luego, en el aparcamiento, le dije a mi marido que había olvidado algo y volví corriendo. Busqué en todos los pasillos. Pero en ese lapso ínfimo la viejecita se había desvanecido. Tal vez hubiera salido justo después de mi; tal vez ya andaba por las calles de Twin Falls, a pie, o en un coche conducido por un pariente o un vecino. Podía incluso conducir ella misma. Existía la posibilidad, sin embargo, de que siguiera en el supermercado y entre pasillo y pasillo nos desencontráramos. Me encontré yendo de un lado a otro, temblando en la atmósfera glacial del aire refrigerado, escrutando las caras, asustando quizás a la gente con el ruego silencioso de que me dijeran dónde estaba Queenie.
Hasta que entré en razón y me convencí de que no era posible, de que, fuera quien fuese, Queenie me había dejado atrás.

Alice Munro
“Queenie”
Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
RBA, Barcelona, 2003, pp.218-219.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Alice Munro / Dos fotos



Alice Munro
DOS FOTOS

Así que allí me fui, y mamá había preparado pollo. Olía bien cuando entré en casa. Después me llega el olor de Madelaine, el mismo olor asqueroso de siempre que no sé qué es pero que ahí está aunque mamá la lave todos los días. Pero actué muy bien. Es una ocasión especial, les dije, así que voy a hacer una foto. Les conté que tenía una cámara nueva, estupenda, que revelaba al momento y podrían ver la foto. Te ves en un pispás, ¿qué les parece? De modo que los senté a todos en el salón como le he enseñado a usted. Mamá dice: venga, deprisa, que tengo que volver a la cocina. Si no tardo nada, le digo. Hago la foto, y ella: venga, vamos a ver cómo hemos salido, y yo: un momento, un poco de paciencia, solo tardará un minuto. Y mientras esperan a ver cómo han salido, yo saco mi pistolita y pim, pam, pum, me los cargo. Después hice otra foto, fui a la cocina, comí un poco de pollo y no volví a mirarlos. Pensaba que la tía Rennie estaría allí también, pero mamá dijo que tenía no sé qué en la iglesia. Me la habría cargado igual. Así que mire. Antes y después.



Alice Munro
Radicales libres
Demasiada felicidad
Lumen, Barcelona, 2013

Lea, además
Biografía de Alice Munro




TWO PHOTOS
by Alice Munro

“So over I go, and Mom has cooked chicken. Nice smell when I first go into the house. Then I get the smell of Madelaine, just her same old awful smell. I don’t know what it is, but even if Mom washes her every day it’s there. But I acted very nice. I said, ‘This is an occasion. I should take a picture.’ I told them I had this wonderful new camera that developed right away and they could see the picture. ‘Right off the bat, you can see yourself—what do you think of that?’ And I got them all sitting in the front room just the way I showed you. Mom, she says, ‘Hurry up. I have to get back in my kitchen.’ ‘Do it in no time,’ I says. So I take their picture and she says, ‘Come on, now, let’s see how we look,’ and I say, ‘Hang on, just be patient, it’ll only take a minute.’ And while they’re waiting to see how they look I take out my nice little gun and bin-bang-barn I shoot the works of them.

From “Free Radicals,” which appeared in “Too Much Hapiness”

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