viernes, 19 de diciembre de 2014

Andrés Ibañez / La mujer del bandido


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Daga con empuñadura de asta de ciervo
Andrés Ibánez
LA MUJER DEL BANDIDO

En la provincia del Río del Norte se cuentan muchas historias de la mujer del bandido San. Algunos dicen que era una hija de un recaudador de impuestos; otros aseguran que era de sangre noble, lo cual no es probable. La mujer del bandido San se llamaba Camelia Blanca. La raptaron los bandidos cuando casi era una niña, y se la llevaron con ellos a la Montaña de la Nube (que para algunos es la montaña del alma), pasando por el desfiladero de Qi, para presentársela al rey de los bandidos, el todopoderoso San. En total eran cinco cautivos, Camelia Blanca, sus padres, una anciana criada y una doncella.

San estaba entonces en la cúspide de su poder. Dominaba toda la región, y su fama se extendía sin cesar a través de las llanuras, se filtraba por los pasos y los desfiladeros que atraviesan las montañas, se deslizaba en las barcazas que fluyen río abajo, avanzaba pausada pero imparable con las caravanas. El propio emperador estaba preocupado.

Camelia Blanca no era especialmente hermosa. Era muy morena, muy delgada y huesuda, tenía ojillos vivaces y brillantes, labios finos y secos. Incluso entonces, cuando casi era una niña, la expresión de su rostro era ya desconfiada y arrogante. Todos los cautivos se arrodillaron frente al bandido San, con la esperanza de salvar su vida. Todos menos Camelia Blanca.

-Toca el suelo con la frente, muchacha -le dijeron los alcaldes del bandido. Uno de ellos se acercó para golpearla con la espada, pero el bandido le detuvo con un gesto.

-¿No me tienes miedo? -le dijo a la niña.

-Sí -dijo ella, que estaba temblando de pies a cabeza-. Pero sé que me vas a matar de todos modos. Si muero mirando a la tierra, iré a los infiernos. Prefiero morir mirando al cielo.

El bandido soltó una carcajada.

-Niña -le dijo-. ¿Tú crees en esas cosas? No existen ni el cielo ni el infierno.

-Eso ni tú ni yo lo sabemos -dijo Camelia Blanca.

El bandido quedó en silencio y se puso a rascarse la barba, signo de que estaba pensando profundamente. La muchacha estaba allí frente a él, mirándole a los ojos, mientras los otros cautivos seguían postrados en el suelo, con la frente tocando el polvo.

-¿Quieres salvar tu vida? -preguntó el bandido-. Te perdonaré la vida si matas a los otros.

Camelia Blanca rechazó la espada que le ofrecían y eligió una daga corta. Uno por uno fue matando a los otros cuatro, pero antes de cortarles la garganta les decía que levantaran el rostro y miraran al cielo, país de la garza y del halcón, morada de los inmortales.



lunes, 15 de diciembre de 2014

martes, 9 de diciembre de 2014

sábado, 6 de diciembre de 2014

Pedro Nel Niño Mogollón / Alternancia




Pedro Nel Niño Mogollón

ALTERNANCIA

─¡El diablo! ─dijo la abuela y agarró al nieto de la mano.

─¡El viento! ─dijo el niño y soltó su mano de la abuela.

─¡El diablo disfrazado de viento! ─insistió la anciana y al chico tomó de nuevo.

─ ¡El viento disfrazado de diablo! ─replicó el niño y una vez más zafó su mano de la abuela.

Y siguieron hablando calle abajo, el uno enseguida de la otra.





miércoles, 3 de diciembre de 2014

Javier Das / El hombre y el pez

Aida García

Javier Das
EL HOMBRE Y EL PEZ


Un hombre pasea por el puerto con los cordones de los zapatos desatados. Fuma en su pipa preferida al tiempo que observa como las olas rompen en las rocas. De repente, descubre un gran pez rojo y verde que ha sido arrojado al suelo. El pez trata de respirar y cuando mira al hombre se echa a llorar. Éste, dándose cuenta de que ya es demasiado tarde para devolverlo al agua, le propone un trato, intercambiar sus vidas. Y de esta forma, el hombre, tras desnudarse, se arroja al mar. Y el pez, que poco a poco se pone en pie, se viste con las ropas del hombre y agradecido continúa su camino.
     El tiempo pasa, y para ambos su nueva vida se convierte en algo que odian. Uno no soporta la monotonía del fondo del mar, y por otra parte, el ruido, el humo y el caos de la ciudad desmotivan al otro. Un día, sin saberlo, tras un mes en su nueva vida, ambos deciden suicidarse. El hombre, una mañana, salta del agua para arrojarse a tierra, y el pez, paseando por el puerto, se arroja al mar.


Javier Das, Al otro lado del espejo. Nº 2








lunes, 1 de diciembre de 2014

Nathaniel Hawthorne / Hasta el fin de los días

Ilustración de Rodez
Nathaniel Hawthorne
HASTA EL FIN DE LOS DÍAS

Un hombre de fuerte voluntad ordena a otro, moralmente sujeto a él, la ejecución de un acto. El que ordena muere y el otro, hasta el fin de sus días, sigue ejecutando aquel acto.