martes, 1 de octubre de 2019

Anónimo / Las tres poltronas



Anónimo
LAS TRES POLTRONAS

Érase una vez, en el país de la pereza, tres mujeres.

Aquellas mujeres eran reputadas por ser unas poltronas. Eran poltronas, perezosas, negligentes y vagas, muy vagas.

A las tres poltronas les encantaba dormir. Podían dormir horas y horas sin cansarse. De hecho, incluso quedaban para dormir. Y dormían tanto que resultaba imposible despertarlas.

La primera era tan gandula que dormía de pie porque le daba pereza llegar a la cama. Hasta le daba pereza cerrar los ojos. Y una vez dormida, con los ojos abiertos, se caía al suelo con tanta fuerza que hacía temblar la tierra.

La segunda era tan indolente que cada vez que se sentaba se quedaba dormida, y tan dormida que sólo la podía despertarla un terremoto. Cuando despertaba, después de largas horas, se ponía se ponía a gritar, furiosa, con unos gritos agudos que podían hacer tronar.

La tercera era tan holgazana que se quedaba dormida en cuanto pensaba en sábanas, en azúcar y en nubes. Dormía tanto que sólo un trueno la podía despertar. Y cuando despertaba, aspiraba todos los sonidos y dejaba el mundo en silencio para poder seguir durmiendo.

Las tres poltronas vivían en una pesada soledad y decidieron irse a vivir juntas. Tuvieron la suerte de las vagas y se encontraron una casa tan bonita y tan encantadora que daba ganas de entrar a robar. Vivían juntas en una armonía ejemplar en la que la pereza se enlazaba con el silencio y la quietud.

Una noche, un ladrón que siempre había tenido la suerte de los ladrones vio la casa de las poltronas y no dudó en entrar.

La vaga que dormía de pie y que nunca cerraba los ojos lo vio. Quería gritar pero se sintió sin fuerza para hacerlo. Veía cómo el ladrón rebuscaba en la casa pero le dio pereza pedir auxilio. Cerró los ojos y cayó redonda.

La tierra tembló con tal fuerza que la segunda poltrona se despertó de golpe y se puso a gritar enfurecida, encrespadísima, encolerizada, enervada y muy cabreada. ¿Cómo era posible quke la despertaran? Vio al ladrón, pero sólo de pensar que tenía que levantarse a llamar a alguien tuvo otro ataque de rabia y volvió a gritar. Sus gritos sonaron con tanta fuerza que desataron la tormenta que despertó a la tercera poltrona. Ella, nada más abrir los ojos, vio al ladrón. Tal fue su sorpresa que aspiró como nunca o dejó el mundo en silencio. 

Para el ladrón, todo había ido muy rápido. De repente había temblado la tierra, luego la tormenta eléctrica y ahora el silencio más aterrador. Muerto de pánico, salió de la casa disparado, sin ningún botín entre sus mano y dispuesto a reformar su vida.

Y las tres poltronas, tranquilas aunque fatigadas, se acurrucaron mejor y siguieron durmiendo felices y más poltronas que nunca.


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