Silvina Ocampo
LOS MASTINES DEL TEMPLO DE ADRANO
Los sagrados mastines, ministros y sirvientes de Adrano, son más hermosos que los perros de Molosia. El templo donde viven, en Adrano, nunca es demasiado claro ni demasiado oscuro: una luz celeste o dorada se filtra por los vidrios de la cúpula. El lujo del templo no consiste en los adornos o en las proporciones del edificio, como algunos creen, sino en sus famosos reflejos. Durante el día los mastines reciben, atienden y acompañan a la gente que visita el altar y el bosque; pero de noche guían con bondad a los que, embriagados a veces, vacilan por la senda, para llegar a sus casas; castigan, rompiéndoles los vestidos, a los que en el camino se deleitan en groseras travesuras; desmembran con ferocidad a los que se dedican a robar o a cometer otros delitos.
Más les hubiera valido a Helena y a Cristóbal, el día que visitaron el templo, no haberse enamorado. Fue a la hora del atardecer. La luz celeste que se filtra por los vidrios de la cúpula iluminaba los dos rostros conmovidos. Se amaron. Al volver, aquella noche, escoltados por los mastines, deslumbrados por las estrellas, por el amor que los unía, no sabiendo cómo expresar la alegría que les embargaba el alma, rieron como niños, con esos juegos tan cándidos y ruidosos del amor, que consiste en enojarse y desenojarse por todo y por nada. Entraron en una cabaña abandonada para echarse en los brazos el uno del otro como amantes. Los mastines, inquietos, los miraban: a ellos también, cuando estaban cansados, cualquier lugar les servía de lecho.
Pero algo insólito sucedía: la pareja no dormía: arrullaba como una horrible paloma delictuosa. Una extraña risa, que parecía un llanto, brotaba de las gargantas. Los mastines saltaron sobre los enamorados y les desgarraron las vestiduras. Con un cuchillo Cristóbal defendió a Helena. Los mastines heridos se enardecieron y los destrozaron. Siempre unidos, los dos enamorados cayeron al suelo, muertos. Entonces, como entendiendo que habían cometido un crimen, los mastines rodearon a la pareja y levantaron las cabezas hacia el cielo sin luna y aullaron hasta la hora en que salió el sol y no volvieron al templo, donde los esperaban.
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