VAMPIRO
Óscar Torres
LA polilla, toca una y otra vez, la bombilla que ilumina tenuemente el cuarto de mi salón.
Su zumbido se mezcla con su inquieta sombra, en un vaivén de luz y oscuridad, que se proyecta sobre las paredes.
Luz.
Oscuridad.
Ansiedad.
Deseo.
Las tripas rugen.
Observo mis dedos. Se están quedando cada vez más azulados. ¿Cuándo perdí mi humanidad? ¿Dónde está mi cuerpo y alma?
Mente en blanco.
Vuelvo la vista a la mesa.
Sujeto el cuchillo y el tenedor e intento cortar la carne que tengo delante.
El pulso me tiembla. La polilla vuelve. Intento olvidarla. Solo es un fantasma. No existe. No hay sombras. Solo luz.
El acero del cuchillo chirría en el plato. Me llevo un buen trozo a la boca. Tengo seco el paladar. Me entran nauseas de sólo pensar en comer algo cocinado.
Lo escupo. No soy capaz de tragarlo.
Vuelve otra vez. Veo su sombra desdibujada en las paredes. Tengo hambre, no aguanto más. Un espasmo doloroso me recorre desde estómago hasta la garganta. Hace días que no salgo a cazar.
Estoy jodido. Esta vez sí que moriré de inanición.
Una sombra se mueve en el fondo de la habitación y viene hacia a mí.
¿Será ella? ¿O un fantasma?
No, es Jhonsie, mi gato siamés.
Salta a la mesa y se acerca con curiosidad a mi plato. Olfatea la carne y levanta la vista. Se queda mirando con sus grandes ojos azules llenos de curiosidad. Me maúlla. Él también tiene hambre.
La polilla vuelve golpear mí conciencia.
La sombra que se proyecta borra la poca humanidad que me quedaba.
Miro a mí gato. Se humedecen los labios.
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