Se recortaba las uñas de los pies la noche del viernes como una preparación para los días de descanso. Pero luego no bastó con recortarlas y pulirlas: había necesidad de pintarlas, y todos los días. Probó tonos y marcas de esmalte hasta el hastío, aunque lo dominaba el temor de que alguien le gritara quítese los zapatos, quítese los calcetines, y se riera de sus uñas pintadas como un día, años atrás y en el salón de clase, treinta bocas habían escupido sus pies mugrientos y malolientes. Casi sin proponérselo, después de una película fantástica, se pintó las uñas de las manos antes de acostarse. Asaltado por la dicha, pasó el montoncito de algodón empapado de removedor por cada una de las diez uñas esa primera mañana del resto de su vida. Decidió ser libre. Cada noche aseguró las ventanas y la puerta y durmió como una paloma, con sus veinte uñas pintadas, hasta la noche en que se derrumbó el edificio y entre los escombros de la ciudad revuelta, con su peluca rubia y las pestañas postizas, con todo lo demás, lo tomaron por una hermosa mujer.
Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
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