miércoles, 29 de mayo de 2013

Evelio Rosero / Declaración de tres ancianas



Evelio Rosero
Declaración de tres ancianas

Ahí lo vimos, sentado, mirándose los pies un largo tiempo. No podíamos creer que ese hombre, con ese cuerpo tan flaco y tan débil que daba pena, fuera ese hombre, el perseguido. No podíamos creerlo. Tarde o temprano lo atraparán, pensamos. Con ese temblor en las piernas no podrá durar mucho tiempo pensamos.
Cuando pudo hablar nos pidió agua. “Ahí está” le dijimos. Ni siquiera se había dado cuenta que desde mucho antes le teníamos un pocillo a su lado. Bebió rápido, y el agua resbaló por su cuello, y mojó su pecho. Pidió más, y más le dimos. Siguió pidiendo agua y nosotras le seguimos dando. Le preguntamos que si él era el buscado ─aunque ya sabíamos que sí era─, y tuvo la cobardía de decirnos que no, que no era él,  que tan solo era un amigo del buscado, pero que eso casi era lo mismo. Entonces nos enfadamos. Nos decepcionaba escuchar que un hombre tan buscado y conocido como él empezara por negarse a sí mismo. “Sabemos quién es usted”, le dijimos, “nosotras lo sabemos". El hombre nos miró por primera vez, y por primera vez, en su mirada, notamos un rastro de lo que acaso fue su valentía: “Para qué preguntan, pues”, dijo. Sus ojos se iluminaron rápidos, como carbones cuando se soplan, pero volvieron a apagarse y caer otra vez hacia sus pies. Tenía los pies hinchados, rajados por este desierto de piedras y arena.
“Desde cuándo huye” preguntamos. “Para qué saberlo” dijo él. Y después dijo, con rabia: “Ya perdí la cuenta, ¿saben? A lo mejor, si fuéramos muchos, nosotros los perseguiríamos a ellos”. Y más tarde añadió: “Desde que no me gustó esta vida es que me están persiguiendo”.
Pasó la tarde y todas seguimos quietas, mirándolo en silencio; tenía la muerte en el cuello, pobre. Entonces escupió con fuerza y volvió a decir: “Lo aburrido de esto es huir a solas. Antes, por lo menos, huía con mis hombres. Nos protegíamos el sueño. Pero a todos ellos los fueron muriendo. Al último lo mataron esa vez cuando nos dormimos al mismo tiempo”.
No volvimos a decirle nada. Para qué decir algo. Empezó a dormir, sentado, sobre esa piedra. Nosotras lo acompañamos despiertas mientras dormía. Pero al día siguiente ya no lo vimos. Seguirá huyendo, pensamos. Eso fue lo que pensamos.

Evelio Rosero
Cuento para matar un perro (y otros cuentos)
Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1989, pp.40-41



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