sábado, 31 de mayo de 2014

Julia Otxoa / Canción de cuna


Julia Otxoa
CANCIÓN DE CUNA

De noche, acostada en mi cama, poco antes de entrar dulcemente en el sueño, me gusta escuchar las sirenas de los grandes barcos deslizándose por el mar, saludándose entre ellos o anunciando su entrada a puerto, como sereno lenguaje de entrecruzadas luces y sonidos a través de la oscuridad. Lenguaje cuyos códigos desconozco, pero cuya melodía llena mi ánimo de paz. Conocer que la ciudad donde vivo nunca tuvo mar, no disminuye un ápice cuanto siento.



viernes, 30 de mayo de 2014

Julia Otxoa / Catálogo Nacional


Julia Otxoa

Julia Otxoa

CATÁLOGO NACIONAL

La constatación por parte de algunos animales de no haber sido incluidos en el Catálogo Nacional de Especies Autóctonas, los sumía en una profunda melancolía tras la cual a menudo sobrevenía la muerte por inanición. De este modo desaparecieron del país gran cantidad de aves, mamíferos e insectos que se llevaron tras de sí muchas especies vegetales, quedando el territorio en poco tiempo a merced de los desiertos.
Comenzaron entonces las autoridades con la catalogación nacional de pedregales y arenales, resultando similar proceso de abandono vital por parte de los no incluídos, hasta el punto de que el suelo patrio quedó reducido a un minúsculo arenal asolado una y otra vez por fuertes vientos huracanados.

Finalmente no siendo posible certificar mediante catalogación nacional alguna la identidad de aquellos vientos airados por ser éstos de esencia móvil e inestable, el espíritu nacional fue languideciendo poco a poco al igual que todo rastro de vida.



domingo, 25 de mayo de 2014

Julia Otxoa / Tienda de bromas



Julia Otxoa

TIENDA DE BROMAS


Ante mi asombro ya que para nada estábamos en carnaval, aquel hombre alto y flaco vestido de negro con cara de funeral, entró en la famosa tienda de bromas "El rey de las fiestas", saliendo al poco tiempo transformado, luciendo una ostentosa nariz roja y unos grandes mostachos color naranja, su cabeza cubierta con uno de esos gorritos de chino mandarín. Sin embargo fijándose en él con detenimiento se observaba fácilmente que la seriedad de su rostro no había variado en absoluto, lo seguí durante unos minutos pero pronto lo perdí de vista entre las nubes de turistas que aquellos días abarrotaban la ciudad. 

Volví a mi trabajo de portero y me olvidé del asunto hasta que meses más tarde en la consulta de ingresos del hospital, reconocí las facciones de aquel hombre serio, tremendamente pálido, en el rostro del cirujano que iba a realizar con mi dañado corazón, una delicada operación a vida o muerte.


jueves, 22 de mayo de 2014

Julia Otxoa / Hilvanados




Julia Otxoa

HILVANADOS

Los hombres a medio coser van por ahí deshilachados, como sin peso, como quien se deshace en el aire, y apenas hilvanado al menor tropezón se abre en grandes rotos, por los que se asoman los curiosos para ver el paisaje o los turistas para contemplar los monumentos de la ciudad, hasta el punto, que muchos son los que han llegado a pensar que estos hombres de tan rasgados son casi transparentes. Pero ellos, ermitaños de la costura, aman sobre todas las cosas ir así por la vida, ligeramente esbozados entre las cosas, libres del peso de la ropa acabada sobre sus cuerpos. Deshaciéndose en largos hilos mecidos por el viento cual leves cometas o hermosos espantapájaros.


sábado, 17 de mayo de 2014

Antón Chéjov / Confesión de Irina


Ilustración de Emiliano Ponzi
Antón Chéjov
CONFESIÓN DE IRINA

Seré una esposa fiel y sumisa, pero no me pidas amor. Qué se le va a hacer. (Llorando.) No he querido ni una sola vez en la vida. ¡Oh, cuánto he soñado con el amor! Hace mucho tiempo que día y noche sueño con él, pero mi alma es parecida a un maravilloso piano cerrado cuya llave se hubiese perdido.

Las tres hermanas, acto cuarto, escena IV


Antón Chéjov

Las tres hermanas
Barcelona, Bruguera, 1971, p. 116







lunes, 12 de mayo de 2014

Antón Chéjov / El incendio

Pintura de Cristina López
Antón Chéjov
EL INCENDIO

Habitación de Olga e Irina. Hay una cama a la izquierda y otra a la derecha, ocultas por biombos. Son más de las dos de la madrugada. Se oye el repique de un toque a fuego llamando a un incendio que arde hace algún tiempo. Puede observarse que en la casa no se ha acostado nadie todavía.

Las tres hermanas, acto tercero


Antón Chéjov

Las tres hermanas
Barcelona, Bruguera, 1971, p. 75




viernes, 9 de mayo de 2014

Antón Chéjov / El color de la vida



Antón Chéjov
EL COLOR DE LA VIDA

Con frecuencia se me ocurre pensar en si sería posible iniciar otra vida y además vivirla de un modo consciente. La vida ya vivida sería el borrador y la nueva el llamado "escrito en limpio". Entonces creo yo que todos podríamos afanarnos más en no repetirnos a nosotros mismos. Yo, por lo menos, daría nuevo color a mi vida. Me instalaría en un piso como éste, con flores y mucha luz. Tengo mujer y dos hijas. Es preciso decir que mi mujer está enferma. Si tuviera que volver a vivir no me casaría. 

Las tres hermanas, acto primero, escena V



Antón Chéjov
Las tres hermanas
Barcelona, Bruguera, 1971, p. 31





martes, 6 de mayo de 2014

Marguerite Duras / La mujer de Marcel


Marguerite Duras

LA MUJER DE MARCEL

Soy de lo más bajo de la sociedad, soy la mujer de Marcel. Marcel está en las fábricas vecinas. Antes de la guerra hacía motores de avión, ahora hace batidoras. Es un especialista; gana bastante. Sí. Gana lo suficiente, no tengo queja. Es un obrero. Hemos tenido tres hijos, dos murieron, el tercero también es un obrero, está casado. Tiene un niño de cuatro años. Yo soy la mujer de Marcel. No tengo ninguna especialidad. Llevo muy bien mi casa. Los compañeros de Marcel, cuando vienen por la tarde: «¿Dónde está Marcel?». Yo les digo: «Está en el sindicato». Entonces ellos dicen: «Volveré mañana…¿Qué tal?». «Bien.» Se van. ¿Por qué se iban a quedar? Yo no tengo nada que decirles. Soy la mujer de Marcel, aparte de eso no sé nada. El hijo viene los domingos: «Hola, mamá». Después habla con su padre. Yo hago la comida. La nuera habla con ellos, me ayuda, claro, pero no tenemos gran cosa que decirnos. Yo nunca he tenido gran cosa que decir.

Marguerite Duras
Cuadernos de guerra y otros textos
Ediciones Siruela, Madrid, 2008, p. 107







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sábado, 3 de mayo de 2014

Marguerite Duras / El retrato de mi madre

La madre de Marguerite Duras
Marguerite Duras
EL RETRATO DE MI MADRE
Traducción de Ana María Moix

Ya vieja, los cabellos blancos, también ella fue al fotógrafo, fue sola, se hizo fotografiar con su hermoso traje rojo oscuro y sus dos joyas, su largo collar y su broche de oro y jade, un trozo de jade engastado en oro. En la foto está bien peinada, ni una arruga, una imagen. Los indígenas acomodados iban también al fotógrafo, una vez en su vida, cuando veían que la muerte se aproximaba. Las fotos eran grandes, todas tenían el mismo formato, estaban enmarcadas en bonitos marcos dorados y colgaban cerca del altar de los antepasados. Toda la gente fotografiada, he visto a mucha, da casi la misma foto, su parecido era alucinante. No sólo es debido a que la vejez se parece sino también a que los retratos se retocaban, siempre, y de tal modo que las particularidades del rostro, si aún quedaban, se atenuaban.Los rostros se preparaban del mismo modo para afrontar la eternidad, aparecían engomados, uniformemente rejuvenecidos. Era lo que la gente deseaba. Éste parecido esta discreción— debía vestir el recuerdo de su paso a través de la familia, testimoniar la singularidad de éste y a la vez su efectividad. Cuanto más se parecían más patente debía resultar la pertenencia a la casta familiar. Además, todos los hombres llevaban el mismo turbante, las mujeres el mismo moño, los mismos peinados tirantes, hombre y mujeres el mismo traje de cuello alto. Todos presentaban el mismo aspecto que yo reconocería aún entre todos. Y ese aspecto que mi madre tenía en la fotografía del traje rojo era el suyo, era ése, noble, dirían algunos, y algunos otros, desdibujado.


Marguerite Duras
El amante
Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 121- 122




jueves, 1 de mayo de 2014

Marguerite Duras / Mujeres de Saigon


Marguerite Duras
MUJERES DE SAIGON

Ya estoy advertida. Sé algo. Sé que no son los vestidos lo que hacen a las mujeres más o menos hermosas, ni los tratamientos de belleza, ni el precio de los potingues, ni la rareza, el precio de los atavíos. Sé que el problema está en otra parte. No sé dónde. Sólo sé que no está donde las mujeres creen. Miro a las mujeres por las calles de Saigón, en los puestos de la selva. Las hay muy hermosas, muy blancas, prestan gran cuidado a su belleza, aquí, sobre todo en los puestos de la selva. No hacen nada, sólo se reservan, se reservan para Europa, los amantes, las vacaciones en Italia, los largos permisos de seis meses, cada tres años, durante los que podrán por fin hablar de lo que sucede aquí, de esta existencia colonial tan particular, del servicio de esa gente, de los criados, tan perfecto, de la vegetación, de los bailes, de estas quintas blancas, grandes como para perderse en ellas, donde habitan los funcionarios durante sus remotos destinos. Ellas esperan. Se visten para nada. Se contemplan. En la penumbra de esas quintas se contemplan para más tarde, creen vivir una novela, ya tienen los amplios roperos llenos de vestidos con los que no saben qué hacer, coleccionados como el tiempo, la larga sucesión de días de espera. Algunas se vuelven locas. Algunas son abandonadas por una joven criada que se calla. Abandonadas. Se oye cómo la palabra las alcanza, el ruido que hace, el ruido de la bofetada que da. Algunas se matan.


Marguerite Duras
El amante
Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 27- 28