domingo, 30 de junio de 2013

James Joyce / Una mujer dormida


James Joyce
UNA MUJER DORMIDA
Traducción de Guillermo Cabrera Infante


Ella dormía profundamente.

            Gabriel, apoyado en un codo, miró por un rato y sin re­sentimiento su pelo revuelto y su boca entreabierta, oyendo su respiración profunda. De manera que ella tuvo un amor así en la vida: un hombre había muerto por su causa. Apenas le dolía ahora pensar en la pobre parte que él, su marido, había jugado en su vida. La miró mientras dormía como si ella y él nunca hubieran sido marido y mujer. Sus ojos curiosos se po­saron un gran rato en su cara y su pelo: y, mientras pensaba cómo habría sido ella entonces, por el tiempo de su primera belleza lozana, una extraña y amistosa lástima por ella penetró en su alma. No quería decirse a sí mismo que ya no era bella, pero sabía que su cara no era la cara por la que Michael Furey desafió la muerte.





A SLEEPING WOMAN
by James Joyce

She was fast asleep.

Gabriel, leaning on his elbow, looked for a few moments unresentfully on her tangled hair and half-open mouth, listening to her deep-drawn breath. So she had had that romance in her life: a man had died for her sake. It hardly pained him now to think how poor a part he, her husband, had played in her life. He watched her while she slept, as though he and she had never lived together as man and wife. His curious eyes rested long upon her face and on her hair: and, as he thought of what she must have been then, in that time of her first girlish beauty, a strange, friendly pity for her entered his soul. He did not like to say even to himself that her face was no longer beautiful, but he knew that it was no longer the face for which Michael Furey had braved death.



viernes, 28 de junio de 2013

Lilian Elphick / Fugas


Lilian Elphick

Fuga I

Antes de morir, Kafka sueña con el escribiente Bartebly. Lo ve sumergido en legajos y papeles timbrados y firmados por él mismo. Bartebly desespera; no sabe cómo organizar la letra K. Pronto llegará el jefe y lo encontrará rodeado de escarabajos y chacales disputándose el ingreso al hueco ficticio.

-Preferiría no hacerlo –dice Kafka al despertar.

Dora Diamant y el Dr. Klopstock lo tranquilizan, pensando que ésas son sus últimas palabras.

Él se levanta, sonríe y se va.


Fuga II

Kafka está a punto de morir. Gregorio llora en un rincón, Borges tantea la puerta para poder salir, Monterroso cuenta ovejas para no sentir tanta pena y el dinosaurio corta las cuerdas de la ficción para huir donde no pueda ser encontrado.


Fuga III

-Te desgarraré como a un pez – ruge Hermann- y tomando un hacha le corta la cola a K. Luego, lo lanza al mar para que tenga una muerte digna de su especie. La cola vuelve a crecer y todo su cuerpo, hasta llegar a ser una ballena de nombre Moby Dick. Moby Dick huye del capitán Ahab que es, en el fondo de las profundidades abisales, el padre que, siendo un niño, tuvo llagas en las manos por trozar tanto pescado.


Fuga IV

Suponía que el personal del ferrocarril quedaría aterrado con esa tos; pero ya la conocían; la llamaban tos de lobo. Desde entonces empecé a identificar los aullidos en mi voz.(“Recuerdo del tren de Kalda”, en Diarios, de Franz Kafka)

Mi padre dijo que quien se acuesta con perros, amanece con pulgas, pero yo era un lobo tuberculoso que hacía temblar la estación de trenes con su tos. Los otros funcionarios me construyeron una caseta acolchada para que pudiera toser a mis anchas, sin molestar a nadie. Me dejaban niñas, abuelas y cazadores que yo devoraba con fruición. Botaba los restos para que los lobos verdaderos, que huían de los cuentos de hadas, pudiesen alimentarse.


Fuga V

Conocí a una huidora de nombre Caperucita Roja. Yo también me escapaba de mi propio destino de escarabajo pelotero. Decidimos refugiarnos juntos; ella en una esquina y yo, en la otra. Nos buscaron por años y sólo encontraron retazos, fragmentos, vidrio molido; nada que hiciera pensar que éramos nosotros.

El Tercer Reich se alzaba como un lobo verdaderamente feroz.

Fuga VI

Cuando morí, Dora fue llevada al Campo de Detención de Mujeres de la Isla de Man, por ser 'extranjera enemiga'.

En mi calidad de muerto, era poco lo que podía hacer. Dora me soñaba y yo sentía que me fugaba de mí mismo. Era imposible alcanzar su dolor.

-Ten calma, ya saldrás de aquí – le susurré. Ella despertó convertida en insecto y logró huir de su desgracia.







martes, 25 de junio de 2013

Lilian Elphick / Sísifa

Bittler Bernard

Lilian Elphick

SÍSIFA I

El hombre carga a Sísifa hasta la cima de la montaña. Cuando llegan, él se jacta de su fuerza y grita al mundo entero su triunfo, mientras Sísifa se lanza al vacío y vuela, libre ya de la roca y del mito. 

SÍSIFA II

Las mujeres me condenaron a llevar una roca a la cima de la montaña, en castigo por haber seducido a sus maridos con cantos de sirena y laxos oráculos.

Y esta piedra que mis manos empujan y arañan es un alivio. La lapidación hubiera sido mucho peor.


SÍSIFA III

A Natalia Bronfman


Dueña de mis días y de mis noches.

Dueña de la cima y de la roca.

Esclava del recuerdo de un tiempo plasmado en una escritura ausente, donde había que caer y levantarse con la boca cubierta de tierra.

A eso le llamo ‘conciencia’.






sábado, 22 de junio de 2013

Lilian Elphick / Circe




Lilian Elphick
CIRCE I

Me veo caminando por una ciudad desconocida, emborrachándome en un bar de mala muerte. Me veo coqueteando con un tipo que fuma y no espera para darme el primer beso cansado de la noche. Me veo en su cama: él duerme; yo miro el techo. Antes me ha hablado de viajes y guerras, y yo he tenido un déjà vu. Cosas que a una se le ocurren. Me veo yéndome en un bote, pensando que por fin volveré a casa. Veo la isla, veo a los leones y los lobos, el telar; todo es nítido. Veo al mismo tipo fumador sonriéndome con unos boletos de avión en la mano. Me veo caminando por una ciudad desconocida, y todo es claro. Ahora sí. No me llamo Circe; soy una extranjera anónima que sólo quiere despertar y volver a Ea.

CIRCE II

Siéntese cómodamente, míreme a los ojos, escuche mi voz e imagine un mar plácido, más atrás un bosque; luego, una cabaña rústica. Abra la puerta, fije su atención en la mujer desnuda, recostada arriba de una piel de tigre; el fuego ilumina su cuerpo. La mujer lo llama. Cuando cuente hasta tres usted estará dormido, la mujer dirá “ven a mí, viajero”. Cuidado. Ella es bruja y adivina el parpadeo. A pesar de la advertencia, naufragará en sus brazos.

Usted es un niño que juega con su madre a la ronda. Da vueltas y vueltas y vueltas. Usted es feliz y tan pequeño; su boca busca con avidez el pezón. Usted es diminuto, puede nadar y jugar con el cordón que lo ata a la vida. Tranquilo. No se le ocurra ir más allá. Déjese ir, vuelva a ser piedra, luz, palabra vacía. Cuando oiga el chasquido de mis dedos, usted, Ulises, rey de Ítaca, el que me cerró la puerta, habrá desaparecido, y yo escribiré la nostalgia de los días por venir.




miércoles, 19 de junio de 2013

Lilian Elphick / Penélope


Carlos d’Ors Führer

Lilian Elphick

Penélope I

A Luisa Valenzuela
Efectivamente, el bolso es de piel marrón. Antes estaba maltratada por el sol y la brisa marina, ya sabes, y con la curtiembre adquirió el tono ideal. Después me haré un par de zapatos de taco aguja, y si alcanza, una falda corta, con flecos estilo mohicano. Bueno, quizás se la regale a Euriclea, que hizo el trabajo duro.
Extraño, eso sí, esas madrugadas donde el amante de turno, bostezando, estiraba sus manos para que yo ovillara la lana del tejido deshecho.

Penélope II

A Ida Latorre de la Cruz
Querido Ulises: espero que al recibo de esta misiva se encuentre Ud. bien de salud y que su otitis sea un vago recuerdo en el barco de su memoria. ¿Tomó la medicina para el mareo? Es a base de amanita muscaria, un hongo que crece en el bosque de mi deseo. También debiera beber el elixir que le preparé para que nunca me olvide. Es un destilado delophophora williamsii y de eritroxilon coca, plantas provenientes de tierras lejanas, y que utilizan sólo los hombres sagrados, como usted, mi rey.
Yo, aquí, fumando cannabis indica y papaver somniferum para hacer más agradable la espera. Y me río, viera cómo río y me dan ganas de no sé, un cosquilleo por aquí y por acá.
Cuídese mucho. Si vomita, escucha voces o ve visiones, no se preocupe. Es parte del tratamiento.
Sin nada más que agregar, se despide
P., hasta que la muerte nos separe.

Penélope III

Urdo la historia más triste del mundo, en donde el ovillo de lana es el protagonista principal, y la oveja, su antagonista. Ulises es personaje secundario en la malla narrativa, un navegante que terminó tierra adentro, balando desesperado su derrota.


Lea, además
BIOGRAFÍA DE LILIAN ELPHICK



domingo, 16 de junio de 2013

Lilian Elphick / Ariadna



Lilian Elphick

ARIADNA I

Teseo, con esta espada matarás al Minotauro, que es tu sombra; tómala, siente su peso, pruébala en mí, deja que mi sangre te guíe de vuelta. No temas, acostumbrarás tus ojos a la oscuridad, podrás sentirme acezar en el laberinto de tu corazón. Ve, guerrero, hunde el acero y grita. Manifiesta tu odio que yo revierto la historia: soy el toro y el hombre, el monstruo, la pesadilla, y también el lugar de la pérdida y el espejismo.



Que el cierzo me lleve si lo que digo es mentira.



ARIADNA II



Mira, el asunto es que maté a Teseo. Fue rápido y limpio. Dijo “perra traicionera”, y cerró los ojos. Luego, todo fue fácil. Entré al laberinto a buscar a Minotauro. Cuchito, cuchito, llamé. Y él me respondió con unos gemidos asustados. ¿Se fue el loco? Sí, gatito, para siempre. Gracias, preciosa, no sé cómo agradecerte. Me puedes rascar el lomo, me encanta. ¿Ahí? Sí, pero un poco más arriba. ¡Sigue, sigue! ¡Ahhhhh! Sé que suena perverso, pero tócame la cola. ¿Así? Más fuerte, más fuerte. Ahora, trata por aquí y aquí y acá.

Cuento corto: después de tantas caricias, le mordí el cuello y lo asfixié. Balbuceó “perra”, a secas, y murió con la carpa alzada, como Teseo.

Aquí hay un enredo muy grande. Pásame las tijeras, anudamos nuevamente y seguimos ovillando. ¿Vale?


Lea, además
BIOGRAFÍA DE LILIAN ELPHICK






jueves, 13 de junio de 2013

Jeff Durango / Leyenda



Jeff Durango
LEYENDA

Para poder olvidar,
necesitas tirarle
una flecha al sol.
Y errar.


Jeff Durango
Alas de mosca
Universidad de Sonora, Hermosillo, México, 2010, p. 70


lunes, 10 de junio de 2013

Jeff Durango / Sicario


Jeff Durango
SICARIO

Mis sueños no me comprenden.


Jeff Durango
Alas de mosca
Universidad de Sonora, Hermosillo, México, 2010, p. 30



martes, 4 de junio de 2013

Evelio Rosero / Un hombre


Evelio Rosero
UN HOMBRE

Un hombre puso el siguiente aviso frente a la puerta de su casa: Se venden pobres. Otro hombre que pasaba se acercó a preguntar el precio. "Depende", dijo el primer hombre, "tendría usted que elegir qué pobre quiere". Entraron los dos hombres en la casa y no tardó en salir el comprador con un pobre bajo el brazo -sin explicarse aún para qué realmente necesitaba un pobre-. Al poco tiempo los demás hombres se enteraron de la noticia y no tardó en llenarse la casa de compradores. Cada quien salía con su respectivo pobre bajo el brazo. Algunos llevaban hasta tres y cinco pobres sobre las espaldas. Eran paquetes de pobres. Se anunciaban pobres en los periódicos. Se exportaban. Todo siguió así hasta que el primer hombre quedó sin más pobres para vender. El último pobre que se llevaron fue su mujer, aunque meses más tarde también él tendría que venderse como pobre. Entonces la competencia no se hizo esperar. Aparecieron empresas vendedoras de pobres, industrias productoras de pobres. Y eran pobres de todos los tamaños y colores. Hubo muchos concilios y guerras, exposiciones y discusiones que intentaron determinar el origen de tanto pobre. Se publicaron cientos de libros. Nadie habló de pobreza. Únicamente de pobres. Demasiado tarde. Se remataban pobres en África, en Pakistán, en los Estados Unidos, en la Argentina. No tardó el mundo entero en llenarse de pobres.



Evelio Rosero Diago
Cuento para matar un perro ( y otros cuentos)
Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1989, p. 60






sábado, 1 de junio de 2013

Evelio Rosero / Sia-Tsi


Evelio Rosero
SIA-TSI

-¿Cómo te llamas? -preguntaron a Sia-Tsi los guerreros del déspota Wu-nung.
Sia-Tsi, que vivía en el reino de Lu y era partícipe de la escuela de Mo, guardó (como era de esperarse) un respetuoso silencio.
-Cómo te llamas -repitieron impacientes los guerreros, pues buscaban al anciano maestro desde hacía nueve años para matarlo. Pero no lo conocían y entonces, cada vez que iniciaban otra redada, bebían cada uno once tazones de vino amarillo para darse ánimos, pues se aseguraba que Sia-Tsi era poseedor de todos los lenguajes y lograba fácilmente llamar en su ayuda a los animales o las aves, o podía muy bien mimetizarse entre los árboles y flores o convertir a sus enemigos en cuervos ingrávidos, con sólo invocar dos o tres palabras antiguas.
-Cómo te llamas -siguieron insistiendo los guerreros, ebrios, sacudiendo sus sables relucientes, de un metal casi vivo, sediento de humedecerse y oscurecerse. Lo cierto es que estaban muy alarmados y tensos, pues por fin todas las descripciones coincidían con aquel anciano que (como era obvio) tenía una barba gris que le cubría los pies, y unos ojos muy hondos y negros que sin duda no miraban hacia el cuerpo sino más allá, hacia más adentro.
Evidentemente él y sólo él debía ser Sia-Tsi. Aún así, volvieron a repetir a gritos la pregunta: "Cómo te llamas".
-Nunca he podido responder a esa pregunta -respondió el anciano maestro-. Hoy podría tener un nombre, y mañana otro, ayer pude llamarme Sia-Tsi, que es el que ustedes buscan, pero mañana podría llamarme Yi-Po, y hoy me parece que debo llamarme Chou, que es un nombre acorde con este viento que nos rodea.
La respuesta del anciano los desconcertó. Y los hirió, además, su mirada, entre irónica y piadosa, que no se congelaba ante la fría cercanía de los sables apuntándolo. Por fin los guerreros, temerosos de permitirle el tiempo necesario para pronunciar palabras antiguas, le dijeron:
-Te estás burlando de nosotros, inútil anciano, y de todas formas vamos a matarte, para que no continúes reflexionando insensateces.
El anciano no pudo, ante semejante afirmación, evitar reír.
Un tiempo después, sobre la hierba tibia y anaranjada, Sia-Tsi continuaba convencido de no saber quién era realmente el que moría.




Evelio Rosero Diago
Cuento para matar un perro ( y otros cuentos)
Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1989, pp. 66-67