miércoles, 26 de febrero de 2020

Triunfo Arciniegas / Había una vez






Triunfo Arciniegas

Biografía
HABÍA UNA VEZ
Era muy joven cuando vio aparecer los briosos caballos, un hombre hecho y derecho mientras la princesa pasaba frente a sus ojos, y un viejo mientras el carruaje se alejaba en una nube de polvo.
Bogotá, 11 de marzo de 2015


lunes, 24 de febrero de 2020

Triunfo Arciniegas / Metamorfosis



Triunfo Arciniegas
Biografía
METAMORFOSIS

Fui a visitar a la abuela y en el camino me convertí en niña. “Tan linda”, dijo la abuela. Cuando volví a casa era otra vez un niño. “¿Ya hiciste las tareas?”, preguntó mamá.

Pamplona, 2013


miércoles, 19 de febrero de 2020

Triunfo Arciniegas / Deslices




Triunfo Arciniegas
Biografía
DESLICES
Mi mamá fue un desliz de la abuela o, como se decía antes, un fruto del pecado. Nadie supo cómo. La muchachita fue al mercado y volvió preñada. Lo dicen en broma, pero tal vez fue así. No soltó prenda, ni entonces ni nunca. Volvió preñada y sólo se dieron cuenta cuando ya no manchaba los trapos de cada mes. 

La Habana, 1 de noviembre de 2014


miércoles, 12 de febrero de 2020

Triunfo Arciniegas / Confesión




Triunfo Arciniegas
Biografía
CONFESIÓN

Cuando alababa su bufanda roja y antes de desvanecerse, la mujer me susurró al oído: "En esta casa me cortaron el cuello".

Cuatrovientos, 12 de febrero de 2020



lunes, 10 de febrero de 2020

Enrique Anderson Imbert / Espiral


Enrique Anderson Imbert
ESPIRAL



Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si esa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca. Como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña a quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol. De un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.



domingo, 9 de febrero de 2020

Enrique Anderson Imbert / La granada XXIV



Enrique Anderson Imbert
La granada XXIV



El Emperador de la China declaró públicamente que a él, y solo a él, debía culpársele por el último eclipse de sol: lo había causado, sin querer, al cometer un error administrativo. La corte alabó al Emperador por ese admirable rasgo de humildad y contrición.




jueves, 6 de febrero de 2020

Augusto Monterroso / Sinfonía concluída




Augusto Monterroso
SINFONÍA CONCLUÍDA

–Yo podría contar –terció el gordo atropelladamente– que hace tres años en Guatemala un viejito organista de una iglesia de barrio me refirió que por 1929 cuando le encargaron clasificar los papeles de música de La Merced se encontró de pronto unas hojas raras que intrigado se puso a estudiar con el cariño de siempre y que como las acotaciones estuvieran escritas en alemán le costó bastante darse cuenta de que se trataba de los dos movimientos finales de la Sinfonía inconclusa así que ya podía yo imaginar su emoción al ver bien clara la firma de Schubert y que cuando muy agitado salió corriendo a la calle a comunicar a los demás su descubrimiento todos dijeron riéndose que se había vuelto loco y que si quería tomarles el pelo pero que como él dominaba su arte y sabía con certeza que los dos movimientos eran tan excelentes como los primeros no se arredró y antes bien juró consagrar el resto de su vida a obligarlos a confesar la validez del hallazgo por lo que de ahí en adelante se dedicó a ver metódicamente a cuanto músico existía en Guatemala con tan mal resultado que después de pelearse con la mayoría de ellos sin decir nada a nadie y mucho menos a su mujer vendió su casa para trasladarse a Europa y que una vez en Viena pues peor porque no iba a ir decían un Leiermann guatemalteco a enseñarles a localizar obras perdidas y mucho menos de Schubert cuyos especialistas llenaban la ciudad y que qué tenían que haber ido a hacer esos papeles tan lejos hasta que estando ya casi desesperado y sólo con el dinero del pasaje de regreso conoció a una familia de viejitos judíos que habían vivido en Buenos Aires y hablaban español los que lo atendieron muy bien y se pusieron nerviosísimos cuando tocaron como Dios les dio a entender en su piano en su viola y en su violín los dos movimientos y quienes finalmente cansados de examinar los papeles por todos lados y de olerlos y de mirarlos al trasluz por una ventana se vieron obligados a admitir primero en voz baja y después a gritos ¡son de Schubert son de Schubert! y se echaron a llorar con desconsuelo cada uno sobre el hombro del otro como si en lugar de haberlos recuperado los papeles se hubieran perdido en ese momento y que yo me asombrara de que todavía llorando si bien ya más calmados y luego de hablar aparte entre sí y en su idioma trataron de convencerlo frotándose las manos de que los movimientos a pesar de ser tan buenos no añadían nada al mérito de la sinfonía tal como ésta se hallaba y por el contrario podía decirse que se lo quitaban pues la gente se había acostumbrado a la leyenda de que Schubert los rompió o no los intentó siquiera seguro de que jamás lograría superar o igualar la calidad de los dos primeros y que la gracia consistía en pensar si así son el allegro y el andante cómo serán el scherzo y el allegro ma non troppo y que si él respetaba y amaba de veras la memoria de Schubert lo más inteligente era que les permitiera guardar aquella música porque además de que se iba a entablar una polémica interminable el único que saldría perdiendo sería Schubert y que entonces convencido de que nunca conseguiría nada entre los filisteos ni menos aún con los admiradores de Schubert que eran peores se embarcó de vuelta a Guatemala y que durante la travesía una noche en tanto la luz de la luna daba de lleno sobre el espumoso costado del barco con la más profunda melancolía y harto de luchar con los malos y con los buenos tomó los manuscritos y los desgarró uno a uno y tiró los pedazos por la borda hasta no estar bien cierto de que ya nunca nadie los encontraría de nuevo al mismo tiempo –finalizó el gordo con cierto tono de afectada tristeza– que gruesas lágrimas quemaban sus mejillas y mientras pensaba con amargura que ni él ni su patria podrían reclamar la gloria de haber devuelto al mundo unas páginas que el mundo hubiera recibido con tanta alegría pero que el mundo con tanto sentido común rechazaba.