domingo, 24 de diciembre de 2017

Juan José Millás / Hombrecillos



Juan José Millás
HOMBRECILLOS

Estaba escribiendo un articulo sobre las últimas fusiones empresariales, cuando noté un temblor en el bolsillo derecho de la bata, de donde saqué, mezclados con varios mendrugos de pan, cuatro o cinco hombrecillos que arrojé sobre la mesa, por cuya superficie corrieron en busca de huecos en los que refugiarse.

Juan José Millás / El coleccionista de Barbies

viernes, 22 de diciembre de 2017

Juan José Millás / Aborto






Juan José Millás

ABORTO

Cuando mi tía Maruja tuvo un aborto, abrí a escondidas el tomo correspondiente de la enciclopedia Espasa, que estaba en la habitación de mis padres, y busqué la palabra para ver qué rayos era aquello de lo que sólo se podía hablar en voz baja. Decía así: 'Cosa sobrenatural, estupenda, rara o caprichosa que está fuera de las leyes normales'. De modo que mi tía había tenido una cosa sobrenatural, estupenda, rara o caprichosa que estaba fuera de las leyes normales. Aquello me excitó, y aunque no conseguí verle a mi tía la cosa sobrenatural por ninguna parte, supuse que la ocultaba debajo de la ropa, y de la ropa interior para ser más exactos.

Juan José Millás / El coleccionista de Barbies


domingo, 17 de diciembre de 2017

Mátija Béckovic / Lobos



Mátija Béckovic

LOBOS
Traducción del serbio: Liliana Popovic
Versión de Triunfo Arciniegas

Según una historia famosa del lejano norte, los cazadores de lobos mojan en sangre fresca un puñal de doble filo y clavan el mango en el hielo del desierto nevado. El lobo hambriento siente la sangre desde lejos, especialmente en el aire puro y punzante, bajo las estrellas altas y heladas, y pronto encuentra el anzuelo sangriento. Se corta la lengua lamiendo la trampa congelada. Chupa su sangre caliente de la hoja fría y no puede parar hasta que se desploma, repleto de su propia sangre.

Nota
Una versión condensada del extraordinario poema de Mátija Béckovic (Senta, 1939) funciona como un cuento breve. Por favor, lea la versión completa del poema, Puñal.





lunes, 27 de noviembre de 2017

Jaime Fernández / Una dentellada



Jaime Fernández
Biografía
UNA DENTELLADA

Agazapado entre los arbustos del parque el hombre siente, como una dentellada en su vientre, el abrazo y el beso clandestinos entre su mujer y el joven amante.

Más tarde, los tres cuerpos yacen sobre la piel húmeda del césped -en medio del ulular de sirenas-, y, sin saberlo, posan para la foto del diario amarillo de mañana.



viernes, 24 de noviembre de 2017

Jaime Fernández / Exposición


Autorretrato
Francis Bacon

Jaime Fernández
Biografía
EXPOSICIÓN

Veo al hombre en la sala. Se aproxima, me observa con atención, intenta tocarme; hunde su dedo índice sobre el lienzo y alcanza mi rostro.

De nuevo la sala queda vacía.



martes, 21 de noviembre de 2017

Jaime Fernández / Carrera


El abrazo
Irene Pascual


Jaime Fernández
Biografía
CARRERA

Corro frenético por la calle hasta alcanzar el umbral; entro y tranco la puerta. Le he ganado la carrera a la parca. Abrazo a mi madre, quien me besa feliz y me estrecha entre sus brazos.
-No temas, hijo, ella nunca te va a alcanzar -me dice, con la ternura de siempre. Igual que cuando vivía en este mundo.

Jaime Fernández
El hombre que se mece
Entreletras, Villavicencio, 2017, p. 36


martes, 7 de noviembre de 2017

Vladimir Nabokov / Harén



Vladimir Nabokov
HARÉN


Erwin contemplaba, con toda audacia y libertad, a las muchachas de paso, y, súbitamente, se mordía el labio inferior: esto significaba la captura de una nueva concubina; después de lo cual, la dejaba de lado, por así decirlo, y su rápida mirada, saltando como la aguja de una brújula, ya emprendía la búsqueda de la siguiente. Tales bellezas estaban lejos de él, y, por lo tanto, su huraña timidez no afectaba las dulzuras de la libre elección. En cambio, si acaso se sentaba una muchacha en el asiento diagonalmente opuesto al suyo, y un leve sobresalto le indicaba que era bonita, él retraía su pierna, con una evidente hosquedad que no se avenía con su juventud, y le resultaba imposible inventariarla: los huesos de su frente padecían -exactamente sobre las cejas- un agudo dolor provocado por la timidez, tal como si un casco de hierro ciñera vigorosamente sus sienes, impidiéndole alzar los ojos; con qué alivio, luego, la veía levantarse y dirigirse hacia la salida. Entonces, con fingida distracción, él observaba (él, el desvergonzado Erwin) las espaldas que se alejaban, devoraba ávidamente la nuca adorable y las pantorrillas cubiertas por medias de seda, y así, finalmente, la incorporaba a su harén. La pierna recuperaba su sitio, la acera volvía a circular detrás de la ventanilla, y, una vez más, apoyándose contra el vidrio en que traslucía, aplastada, su nariz delgada y pálida, Erwin se dedicaba a recoger esclavas.

Nabokov / Un cuento de hadas


domingo, 5 de noviembre de 2017

Isaac Bashevis Singer / Un héroe

El hombre sin talento
Ilustración de Yoshiharu Tsuge


Isaac Bashevis Singer

UN HÉROE

Caminé por mucho tiempo hasta llegar a un parque. Me senté en una banca totalmente anonadado por lo que me había sucedido. De hecho, ya no quería regresar a casa. Un hombre que va al baño y se pierde queda convertido en un ridículo. Se me ocurrió que era mejor desaparecer bajo extrañas circunstancias, y ese fue mi deseo: desaparecer como una piedra en un lago. Es mejor ser un héroe en una tragedia que un tonto en una comedia.

Isaac Bashevis Singer / La esposa perdida





jueves, 2 de noviembre de 2017

Isaac Bashevis Singer / Berta y los jorobados



Isaac Bashevis Singer

BERTA Y LOS JOROBADOS

Nunca paseé con Berta en la calle. Le dictaba las clases en casa de una amiga de ella que era jorobada. Precisamente por ser jorobada no me intimidaba. Si todo el pueblo fuera de jorobados, me habría atrevido a pasear con Berta por la plaza. Pero, ¿cómo se consigue todo un pueblo de jorobados?

Isaac Bashevis Singer / La esposa perdida





miércoles, 25 de octubre de 2017

Aura García-Juco / Alado




Aura García-Junco
ALADO

Piensas que puedes abrir las alas y volar al mundo. Piensas que puedes huir, huir lejos. Piensas, también, que el mundo es tuyo porque eres sabio, que eres un rebelde, un forajido. Al diablo, partamos. Te decides a emprender el camino difícil. Al salir, todo te parece posible; es más, parece que la libertad es aquello para lo que naciste. Te llenas los pulmones de aire de un respiro y ríes. Te hiperventilas de tanto espacio y luz. Y entonces, caes, de golpe, al suelo. O mejor, al mar.


Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988) estudio Letras Clásicas en la UNAM. Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas.



jueves, 19 de octubre de 2017

Aura García-Junco / Una carrera

Ilustración de Valeria Lipshitz

Aura García Junco

Una carrera



Iba corriendo con las manos llenas de letras; el cuerpo empapado de mil historias. El aliento era cada vez más veloz y desesperado y en el paso pesado tiraba palabras escurridizas. Cada vez más el camino que andaba se oscurecía de monosílabos, consonantes sordas, palabras surgidas del azar. Para cuando llegó, las manos estaban casi vacías y su cuerpo impregnado de sudor. Las suaves historias palpitaban en su pecho, revueltas entre sí de tantas y de agitación.

No llores, le dijo. Pon las pocas letras que quedan en la mesa, ya las cenaremos en un rato.


Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988) estudio Letras Clásicas en la UNAM. Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas.




domingo, 8 de octubre de 2017

Esopo / El águila y la zorra





Esopo
El águila y la zorra

Un águila y una zorra que eran muy amigas decidieron vivir juntas con la idea de que la convivencia reforzaría la amistad. El águila escogió un árbol muy elevado para poner allí sus huevos, mientras que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del mismo árbol. 

Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta, cayó sobre las zarzas, se llevó a los zorruelos y, en compañía de sus crías, se dio un banquete.

Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse que saber de la muerte de sus pequeños. ¿Cómo podría ella, un animal terrestre, sin la virtud de vuelo, perseguir a un águila? Tuvo que conformarse con el usual consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lejos a su ahora enemiga.

Pero no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición. Se encontraban en el campo unos pastores asando una cabra. Cayó el águila sobre ella y se llevó a su nido una víscera que aún conservaba fuego. Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a las pajas. Los pequeños aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar, rodaron al suelo cubiertos de llamas. Corrió entonces la zorra y los devoró.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Esopo / La zorra y el espino





Esopo
La zorra y el espino

Una zorra que saltaba sobre unos montículos estuvo de pronto a punto de caerse. Se agarró a un espino para evitar la caída, pero sus púas le hirieron las patas.

-Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido -dijo, adolorida.
  
- Tu tienes la culpa por agarrarte a mí -respondió el espino-. Hiero a todo el mundo y tú no eres la excepción.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

Esopo / La zorra y el leñador




Esopo
La zorra y el leñador

Una zorra, perseguida por los cazadores, llegó a la casa de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre la dejó entrar.

Casi de inmediato llegaron los cazadores y le preguntaron si había visto a la zorra.

El leñador les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señaló el rincón de la casa donde se había escondido.

Los cazadores no comprendieron la seña y se confiaron únicamente en la palabra.

La zorra, al verlos marcharse, salió sin decir nada.

-¿No me das las gracias por haberte salvado? -le reprochó el leñador.

Y la zorra respondió:

-Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.


domingo, 24 de septiembre de 2017

Esopo / La zorra y los racimos de uvas



Esopo
La zorra y los racimos de uvas


Una zorra hambrienta vio, colgados de una parra, unos deliciosos racimos de uvas.

Saltó varias veces y no pudo alcanzarlos. Al fin, se alejó diciéndose:

-Ni siquiera me agradan, están tan verdes.





miércoles, 20 de septiembre de 2017

Margaret Atwood / Dos hombres, dos mujeres

Elisabet Moss
The Handmaid's Tale
Poster de T.A.


Margaret Atwood

DOS HOMBRES, DOS MUJERES
El hombre del bigote nos abre la pequeña puerta para peatones, se hace a un lado y pasamos. Sé que mientras avanzamos, mi doble y yo, estos dos hombres -a quienes aún no se les permite tocar a las mujeres- nos observan, nos tocan con la mirada, y muevo un poco las caderas y siento el balanceo de la amplia falda. Es como burlarse de alguien desde el otro lado de la valla, o provocar a un perro con un hueso poniéndoselo fuera del alcance, y enseguida me avergüenzo de mi conducta, porque nada de esto es culpa de esos hombres, que son demasiado jóvenes.

Pronto descubro que en realidad no me avergüenzo. Disfruto con el poder: el poder de un hueso, que no hace nada pero está ahí. Abrigo la esperanza de que lo pasen mal mirándonos y tengan que frotarse contra las barreras, subrepticiamente. Y que luego, por la noche, sufran en los camastros del regimiento. Y ahora no tienen ningún desahogo a excepción de sus propios cuerpos, y eso es un sacrilegio. Ya no hay revistas, ni películas, ni ningún sustituto; sólo yo y mi sombra alejándonos de los dos hombres, que se cuadran junto a la barrera mientras observan nuestra figura.


Margaret Atwood
El cuento de la criada
Ediciones B, Barcelona, 2001, p. 35









martes, 19 de septiembre de 2017

Margaret Atwood / Había una vez dos hermanas

Ilustración de Triunfo Arciniegas

Margaret Atwood
HABÍA UNA VEZ DOS HERMANAS

Había una vez dos hermanas. Una era rica y no tenía hijos, la otra tenía cinco hijos y era viuda, tan pobre que ya no le quedaba nada de comer. Fue a ver a su hermana y le pidió un pedazo de pan. ‘Mis hijos se están muriendo’, dijo. La hermana rica respondió, ‘No tengo suficiente para mí’, y la echó de su casa. Luego el marido de la hermana rica llegó a su casa y quiso cortar un trozo de pan, pero al hacer el primer corte, brotó sangre roja. Todos sabían lo que eso significaba. Es un cuento maravilloso, un cuento tradicional alemán.


Margaret Atwood / Había una vez dos hermanas
Margaret Atwood / Dos hombres, dos mujeres

Margaret Atwood / Cadáver


sábado, 16 de septiembre de 2017

Francisco Rodríguez Criado / Amantes




Francisco Rodríguez Criado

AMANTES

Imposible ignorar la identidad de aquella mujer recostada sobre su pecho. Era su esposa, la madre de sus hijos, quién si no. Pero había regresado del sueño con tantos deseos de dar y recibir, que sucumbió a la fantasía más infame: pensó que era una desconocida y la estrechó cariñosamente entre sus brazos. Ella, envuelta aún en la resaca del sueño, no pudo sospechar que aquellos brazos dulces pertenecían a su marido. Nunca antes, reflexionaron cuando todo hubo acabado, habían sido tan infieles el uno al otro. El llanto de un niño, procedente de una de las habitaciones contiguas, no hizo sino agravar ese sentimiento. Y no por amor sino para repartirse la losa de la culpa, volvieron a abrazarse.

Francisco Rodríguez Criado
Siete minutos






viernes, 15 de septiembre de 2017

Luis Mateo Díez / El tilo





Luis Mateo Díez

EL TILO

Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.

Corrió el niño a casa del Viejo Arcino que, como bien sabía todo el mundo en Cimares, tenía más edad que nadie.

Hay un forastero que le quiere hablar con mucha urgencia, dijo el niño al Viejo.

Las prisas del que las tiene suyas son, la edad que yo tengo me la gané viviendo con calma, si quiere esperar que espere.

El hombre daba vueltas alrededor de un tilo muy grande que había en la entrada del pueblo. Cuando volvió el niño y le dijo lo que le había comentado el Viejo Arcino, estaba muy nervioso.

Es poco el tiempo que queda, musitó contrariado, una docena más de vueltas al árbol y termina el plazo.

El niño le miraba aturdido, el hombre le acarició la cabeza: lo que menos vale de la edad de un hombre es la infancia, dijo, porque es lo que primero acaba. Luego viene la juventud, siguió diciendo mientras volvía a dar vueltas, y nada hay más vano que las ilusiones que en ella se fraguan. El hombre maduro empieza a sospechar que al hacerse más sabio, más se acerca a la muerte, entendiendo que la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando. De la vejez nada puedo decir que no se sepa.

El Viejo Arcino llegó cuando el hombre estaba a punto de dar la docena de vueltas.

¿Se puede saber lo que usted desea, y cuál es la razón de tanta prisa?…, le requirió.

Soy Mortal, dijo el hombre, apoyándose exhausto en el tronco del tilo.

Todos los somos, dijo el Viejo Arcino. Mortal no es un nombre, Mortal es una condición.

¿Y aun así, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?…, inquirió el hombre.

Prefiero besar a ese niño que darle un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de ese modo ande por el mundo como alma en pena.

Se abrazaron bajo el tilo.

Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del Viejo Arcino. El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.

¿Tanta prisa tenías…? inquirió el Viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía sujetarlo.

No te quejes que son pocos los que viven tanto.

No me quejo de que hayas venido a por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver asustado a ese pobre niño…



Luis Mateo Díez
El árbol de los cuentos





miércoles, 6 de septiembre de 2017

Rosario Barros Peña / La tristeza



Rosario Barros Peña

LA TRISTEZA


El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.



domingo, 3 de septiembre de 2017

Esopo / El águila y el escarabajo



Esopo

El águila y el escarabajo

La liebre, perseguida por un águila y ya sintiéndose perdida, le suplicó al escarabajo que la salvara.


Escarabajo pidió al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos y, haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, le pidió a Zeus un refugio seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.

Zeus le ofreció su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. 

Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. 

Desde entonces las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.