¿Quieres empezar el año con una historia de terror?
Aquí la tienes: Empezamos el Año de los Muertos Vivientes con una fiesta.
¡Comimos caviar!
Luego nos comieron los zombis.
FIN
Podemos observar en la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos, estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí, estableciendo una tiranía.
Ilustración de Tereza Šmucrová |
El champán del minibar cuesta carísimo. Por eso mismo él tomó la resolución de hacer una breve escapada al supermercado que queda frente al hotel donde acaba de registrarse. Llueve y, volviendo al hotel, disimula la botella debajo del impermeable. Habitación 201. Sale del ascensor y avanza hacia la izquierda. El orden es decreciente: 206, 205, 204… Al principio no le asombra que entre la 202 y la 200 no haya ninguna puerta ni ningún indicio. Sin embargo, sabe bien que existe la habitación 201. Allí dejó sus pertenencias. Así que vuelve a recorrer el pasillo tres, cuatro veces… Misterio. Es como si la 201 se hubiese evaporado. Desde luego, lo normal sería bajar, presentarse en recepción y armar una especie de escándalo. Sin embargo, se toma todo con extraña filosofía. Por suerte tiene el dinero, el pasaporte y el pasaje de regreso en un bolsillo de su impermeable gris claro. Es algo que ha aprendido con el tiempo: siempre lleva encima estas cosas valiosas. Mientras tanto, en la habitación, dejó prendas de vestir, libros, un perfume y el cepillo de dientes. Cosas que pueden reemplazarse, reflexiona con frialdad, hasta que la botella fría bajo el abrigo (la punta de la botella que, como un dedo insolente, llama a la realidad) le recuerda que su mujer lo espera en la cama y es su noche de bodas. Su mujer, sí. En la inmensa cama king size de una habitación que ya no existe más.
The Invisible Man Gary Cadima) |
Me juró amor eterno hace tres meses y diez días, en la azotea de la casa de los Linero, a mediados de septiembre, antes de las lluvias que tantas desgracias ocasionaron. Ahora hace lo mismo con otro y publica la foto de un viaje reciente para que haya constancia. Más alto, más apuesto, más joven. Se contemplan embobados mientras las palomas revolotean a su alrededor. Diecisiete palomas y fragmentos de otras tres. No envidio al hombre, aunque sé con precisión sus privilegios. Me pregunto si en medio de tanta miel sospecha su destino inexorable. No nos parecemos, pero así de feliz me veía entonces.
Observar a los demás siempre es interesante. En el tren, en los aeropuertos, en las convenciones, mientras se hace cola, mientras dos personas están sentadas a una mesa; en suma, en todas las ocasiones en las que confluyen seres. También a los que no viajan o están muy solos se les ocurrirá salir media hora a la calle. Y observar un gato terriblemente absorto y atento al apuntar a la presa. O al apresarla. Quizá sea una mariposa, una hoja, un trozo de papel, un insecto. Cuando ha alcanzado el objetivo, de repente el gato se distrae. Los etólogos llaman a este movimiento Übersprung. Se produce poco antes del golpe mortal. Vemos al gato moverse y desplazar la presa como si fuera una pluma. Los últimos movimientos. La mariposa baila en su agonía. Vibra imperceptiblemente, lo bastante como para despertar aún el interés del gato. Y él se distrae. Se aleja. Con calma muta el rumbo. Muta el rumbo mental. Es como un momento muerto. La estasis. Parece que nada le interese. Parece haber olvidado las alas temblorosas que sólo unos instantes antes habían reclamado su total dedicación. Lo que antes le había poseído, como si hubiera sido una idea, un pensamiento. Ahora él se distrae. Mira a otro lado. Con la patita se frota el morro. Con la patita se rasca detrás de la oreja, inclinando la cabeza. Tiene muchas cosas que hacer. Ninguna de ellas tiene nada que ver con la de antes. Con la acción. El gato mira a otra parte. Está en otra parte. Es un movimiento estratégico. Forma parte de un mecanismo de precisión. En todo ello hay algo que recuerda las marionetas del cuento de Kleist. En la precisión del asalto, en la ligereza y agilidad. En el desapego, en la distancia. Tal vez también la mariposa y la hoja tengan a su vez el mismo momento de Übersprung. Como el gato. Se distraen de la agonía, se apartan de su muerte. De la idea de la muerte. Eso es lo que hace el gato. Se aparta él también de la agonía. Que ha inferido. No sabemos por qué ocurre, el que el gato mire a otro lado. Él lo sabe. Quizás, tal vez sea delectatio morosa ese Übersprung. El melancólico hecho de desprenderse de un vínculo con la víctima. Es volverse hacia otra parte, pasar a otra cosa, manifestar el gesto del desapego, como un adiós. La divagación del tema, la evasión de una palabra, y a la vez la caza de las palabras, el deshacerse de ellas: son otras tantas maneras mentales del hecho de escribir. Hay quien escribe gracias a la delectatio morosa. Thomas de Quincey, por ejemplo, una vez señaló el «dark frenzy of horror», el oscuro frenesí del horror.
Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.
-Compre un gran ramo de rosas -dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.
Dejó de leer el relato en el punto donde un personaje dejaba de leer el relato en el lugar donde un personaje dejaba de leer y se encaminaba a su casa donde alguien que lo esperaba se había puesto a leer un relato para matar el tiempo y llegaba al lugar donde un personaje dejaba de leer y se encaminaba a la casa donde alguien que lo esperaba se había puesto a leer un relato para matar el tiempo.
Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd.
Mis manos eran verdes y sabían a hierba. Devoré uno a uno mis dedos con hambre insaciable. El pensamiento de que me estaba devorando a mí mismo no me impedía continuar haciéndolo. Cuándo voy a parar, me pregunté. Mis manos comenzaban a desaparecer y mis diminutos dientes no paraban de arrancar pedazos. Me estoy comportando como un insecto, me dije. ¿O ya lo soy? Voy a desaparecer, me dije, e igualmente pensé que corría el mismo riesgo si dejaba de comer. Después de las manos, continué con mis brazos. La boca no me pertenecía: se comportaba como un animal ciego y salvaje. Me comí los brazos casi hasta los hombros. Luego ya ninguna parte de mí estaba al alcance de mi boca. Los muñones se me antojaron grotescos. Estoy en problemas. Continuar o parar la tarea de comerme no dependía de mí. La situación se salió de mis manos. Qué expresión tan ridícula. Ya no había manos. Si al menos apareciera alguien y me arrancara la cabeza. Si alguien me impidiera el tormento se seguir pensando. Había caído al piso y me revolcaba como una serpiente enloquecida. ¿Qué soy ahora? ¿Una bestia? ¿Todavía tengo un lugar en el mundo? No. ¿Pero cómo apartarme? ¿Cómo desaparecer del todo? Pensé que, si alguien tuviese la misericordia de acercar a mi boca otro pedazo, me despediría profundamente agradecido. Entonces me invadieron por igual la quietud y la oscuridad, y dejé de pensar.
Cuando por fin se acostaron juntos, fue una catástrofe. Ella tenía suficiente experiencia para esperar algo mejor, y demasiado poca para ayudarle a dar la talla. La torpeza de la primera vez puede superarse gracias a la seguridad que confiere el amor, pero él carecía de esa seguridad. Un día se quedaron escondidos en la piscina, detrás de los arbustos paralelos a la verja, después de la hora de cierre, y cuando los guardas acabaron de hacer la ronda, empezaron los besos, las caricias, el deseo, pero a él de repente todo le pareció falso. Nada era como debía ser. Era una traición a todo lo que amaba y había amado: le vino a la mente su madre, la amiga del abrigo de piel, la vecinita de los rizos pelirrojos y las pecas y la niña de la lagartija. Cuando llegó el momento, el engorro de ponerse el preservativo, su orgasmo demasiado rápido, sus intentos torpes de darle placer con la mano, que sólo consiguieron fastidiarla… Se arrebujó contra ella, buscando consuelo para su fracaso. Pero ella se levantó, se vistió y se fue. Él se quedó encogido mirando fijamente el tronco del arbusto bajo el que yacía, el follaje del año pasado, su ropa interior y las mallas de la verja. Oscureció. Cuando empezó a tener frío, siguió tumbado; tenía la impresión de que el frío lo curaría todo, igual que se cura una enfermedad sudando: el rato que habían pasado juntos, el cortejo, las vanas luchas de los últimos meses. Al final se levantó, se tiró al agua y nadó unos cuantos largos.
Per Olov Enquist
MARGRETHE
De todos los gobernantes de Dinamarca, pintados tan a menudo a caballo, Johan Friedrich Struensee fue seguramente el jinete más diestro y el que más amaba a estos animales. Cuando era conducido hacia el patíbulo en Ostre Faelled, el general Eichstedt, quizá como expresión de desprecio o de una sutil crueldad hacia el condenado, llegó a lomos de Margrethe, el caballo ruano de Struensee, al que él mismo había dado ese nombre tan poco común para un caballo. Pero si su intención era causarle más dolor aún al condenado, falló; a Struensee se le iluminó la cara, se detuvo, levantó la mano como queriendo acariciarle el hocico y una débil, casi feliz sonrisa, se le dibujó en el rostro, como si creyera que el caballo había venido a despedirse de él.
Quiso acariciar al caballo, pero no pudo alcanzarlo.
https://www.facebook.com/reel/536071581886576?fs=e&s=2dNYbT
10 de mayo de 2023
Las guerras, los odios y las envidias provocaron una espantosa escasez de maridos. Las mujeres derramaban sus más amargas lágrimas en los ríos del atardecer. La verdad, no se encontraba un hombre ni para un remedio. De vez en cuando aparecían algunos justamente en las orillas de los ríos, no en el agua sino en la tierra todavía húmeda. Las mujeres escarbaban con sus manos, desnudas, y si había suerte, corrían con el hombre a las espaldas y en casa lo limpiaban con la lengua y el alma pendiente de un hilo. Así, poco a poco, como recién nacidos, los hombres volvían a la hoguera de unos muslos abiertos, al divino temblor de unos pechos, a la embriaguez de unos largos e infinitos cabellos. Así, tan dulcemente, volvían al animal sediento de la vida.
Ilustración de Yuval Robichek |
Ya casi no quedan rastros. He borrado sus frases de amor de las paredes, he recogido una blusa manchada, una falda rota, un arete huérfano. He lavado las sábanas tres veces y he roto algunas fotografías. Nada he podido hacer con el aire perfumado, ciertos atardeceres y los sueños traicioneros. Los pájaros todavía viven felices en el árbol del patio. Se duermen temprano y madrugan con su alboroto intenso y desconsiderado, como si aquí no hubiera pasado nada. Barro todos los días y la casa se ve bastante limpia, casi impecable, pero el corazón sigue sucio de pena. Las lágrimas que escondo debajo de la alfombra crujen como hojas secas. A las visitas les divierte el ruido. Pasan una y otra vez sobre la alfombra. Saltan como niños hasta que caen muertos de risa.