Eduardo Berti
Noche de hotel
El champán del minibar cuesta carísimo. Por eso mismo él tomó la resolución de hacer una breve escapada al supermercado que queda frente al hotel donde acaba de registrarse. Llueve y, volviendo al hotel, disimula la botella debajo del impermeable. Habitación 201. Sale del ascensor y avanza hacia la izquierda. El orden es decreciente: 206, 205, 204… Al principio no le asombra que entre la 202 y la 200 no haya ninguna puerta ni ningún indicio. Sin embargo, sabe bien que existe la habitación 201. Allí dejó sus pertenencias. Así que vuelve a recorrer el pasillo tres, cuatro veces… Misterio. Es como si la 201 se hubiese evaporado. Desde luego, lo normal sería bajar, presentarse en recepción y armar una especie de escándalo. Sin embargo, se toma todo con extraña filosofía. Por suerte tiene el dinero, el pasaporte y el pasaje de regreso en un bolsillo de su impermeable gris claro. Es algo que ha aprendido con el tiempo: siempre lleva encima estas cosas valiosas. Mientras tanto, en la habitación, dejó prendas de vestir, libros, un perfume y el cepillo de dientes. Cosas que pueden reemplazarse, reflexiona con frialdad, hasta que la botella fría bajo el abrigo (la punta de la botella que, como un dedo insolente, llama a la realidad) le recuerda que su mujer lo espera en la cama y es su noche de bodas. Su mujer, sí. En la inmensa cama king size de una habitación que ya no existe más.
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