EL CUERPO DE ASPÁSIA
Lo que
se dice gustar, a mí sólo me gustó Aspásia, me empezó a gustar a los quince
años, en la época en que ayudaba a Justino, el Mago. Después que dejé de
trabajar en el circo sólo vi a Aspásia una vez más, cinco años después. Esos
cinco años los pasé sin entregar mi fuerza, como dijo o habría dicho Alain, a
ninguna mujer. Dejé de trabajar como auxiliar de mago y decidí cambiar de vida
luego de que Aspásia rechazó la primera proposición que le hice. Dijo: Crece y
vuelve; me humilló, se rió de mí —tenía un diente de oro, hasta aquel día lo
descubrí. Nunca vi un cuerpo igual al suyo, ni en el circo, ni en la playa, ni
en el Baile Municipal, ni en el cine, ni en las revistas de fotografías. Todo
él era del mismo color. Bajo el brazo, en el cuello, en la barriga, en las
rodillas, todo del mismo color, de teja vieja. La carne estaba agarrada a los
huesos, hecha de músculos que no se veían; las nalgas y la parte de los muslos
abajo de las nalgas eran firmes; es ahí donde debe verse el cuerpo de una
mujer, ningún otro lugar puede indicar mejor la resistencia y el futuro de la
carne, cómo es o será, su forma y su tejido, en la mujer adulta.
Rubem
Fonseca, “El enemigo”, Los prisioneros (1963)
MESTER DE BREVERÍA
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