lunes, 14 de octubre de 2024

Han Fang / El perro




Han Fang

EL PERRO

Traducción de Sunme Yoon

…el perro que me mordió está atado a la motocicleta de papá. Quemaron los pelos de su cola y me los pusieron en la herida de la pantorrilla, cubriéndolos con una venda. Tengo nueve años y estoy de pie delante de la puerta de casa. Es un caluroso día de verano. Aunque esté quieta, estoy empapada en sudor. El perro tiene la lengua fuera colgando de la mandíbula y respira agitado. Es un perro blanco más grande que yo y muy bonito. Antes de que mordiera a la hija de su amo, era conocido en todo el barrio por su inteligencia.

Mientras lo chamusca colgado de un árbol, papá dice que no le pegará, pues había escuchado en alguna parte que la carne de los perros que mueren corriendo es más tierna. Papá pone en marcha el motor y la motocicleta comienza a correr. El perro también. Da vueltas por las calles haciendo siempre el mismo camino. Sin moverme, permanezco de pie ante la puerta viendo como el perro se va agotando poco a poco, resollando fuerte y con los ojos desorbitados. Cada vez que mi mirada se encuentra con sus ojos brillantes, los míos se agrandan.

«Perro malo, ¿cómo pudiste morderme?».

Al dar la quinta vuelta, sale espuma de la boca del perro y se escurre un hilo de sangre de la cuerda que amarra su cuello. Gime de dolor y corre arrastrándose. A la sexta vuelta, vomita una sangre negruzca. Sangra por el cuello y por la boca. Con la espalda bien derecha, observo cómo le corre la sangre mezclada con la espuma y cómo centellean sus ojos. Espero verlo aparecer en la séptima vuelta, pero veo en su lugar a papá que lo trae todo estirado en la parte de atrás de la motocicleta. Sus patas cuelgan inertes y sus ojos están abiertos y sanguinolentos.

Aquella noche hubo un banquete en casa. Vinieron todos los hombres del mercado a los que papá conocía. Como todos decían que debía comer la carne del perro que me había mordido para que se me curara la herida, yo también comí un bocado. En realidad, me comí un cuenco entero del guiso mezclado con arroz. Me llenó la nariz el olor a perro que las semillas de perilla no lograban tapar. Recuerdo sus ojos reflejándose en la sopa, los ojos con los que me miraba cuando vomitaba sangre con espuma. No me importó. De verdad, no me importó en absoluto.



domingo, 8 de septiembre de 2024

Mariana Enriquez




Ilustración de Dr. Alderete




Mariana Enriquez
LA VIDA ACUÁTICA

¿Por qué escapó, por qué se asustó? Unos cientos de metros mar adentro, desde los arcos de Mismaloya en Puerto Vallarta, hay un abismo, un precipicio. Los buceadores le tienen extremo respeto y cuidado si van a acercarse: ya han desaparecido varios en esa profundidad que parece infinita. El abismo puede ser categorizado dentro de la zona mesopelágica, donde la luz del sol comienza a ser muy escasa y los peces desarrollan bioluminiscencia. En febrero de 2020, antes de que la pandemia llegara a América, al menos de forma oficial, apareció en la playa de Puerto Vallarta un animal con cierto parecido a un delfín, pero sin ojos, con una dentadura intimidante, sin aletas; con algo de anguila. Estaba muerto. Escapó del abismo. Ascendió. Subió mil metros, solo, y vino a morir al sol que jamás había conocido ni imaginado. ¿Qué ocurrió debajo para espantarlo así? ¿Por qué sólo él llegó a la playa? ¿Acaso fue expulsado? ¿Lo que duerme en el abismo despertó y él quiso anunciarlo de alguna manera, aún a costa de su propia vida?

El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021






jueves, 5 de septiembre de 2024

Mariana Enriquez / El Terror

Ilustración: Dr Alderete

Mariana Enriquez

El Terror

Cuando El Terror apareció, todos recordaron al trailer con los 273 cadáveres que circuló por Guadalajara y aparcó en Tlajomulco. Al principio se creyó que era carne de cerdo la que se pudría y emanaba un olor insoportable. Pronto se supo que eran cuerpos muertos, la mayoría sin identificar e imposibles de ubicar en las morgues saturadas. Pero el caso de El Terror, aunque similar, es más extraño. El camión deja restos de fluidos a su paso y las bolsas de basura, llenas, se acomodan sobre el techo e incluso sobre la cabina. Sólo transita de noche y su peste provoca el asco más visceral: el olor permanece suspendido durante horas en el ambiente. Los vecinos denuncian; quieren saber si carga con muertos y si esos muertos pueden ser sus familiares. O quiénes son, sencillamente. Las autoridades dicen que tan sólo se trata de un camión de basura que transporta residuos especiales, patológicos y tóxicos. El camión, sin embargo, no parece seguir ninguna medida de seguridad que sustente esta afirmación. Es un vehículo común y corriente con la particularidad de que huele a muerto. Algunos vecinos aseguran que jamás vieron al conductor, si es que lo tiene.


El año de la rata

Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021


lunes, 2 de septiembre de 2024

Mariana Enriquez / After Charlotte Moorman


Ilustración: Dr. Alderete

Mariana Enriquez

After Charlotte Moorman

En 1967, Charlotte Moorman fue presa por tocar el violloncello “parcialmente desnuda”, según las autoridades. Estaba ejecutando la Opera Sextronique de Nam June Paik, el músico coreano; Paik también fue detenido. Él tocaba el cello arrodillado frente a Charlotte. En consecuencia, echaron a Charlotte de la Orquesta Sinfónica de los Estados Unidos. En 1972 ejecutó una pieza llamada “Ice Music For London”, de Jim McWilliams, también desnuda; el cello estaba hecho de hielo y aunque mientras tocaba no sentía nada, porque el instrumento se derretía y ella estaba en placer pleno, al otro día descubrió que el hielo le había quemado la piel. “Estaba destruída”, contó. “Me quemaba, mi seno izquierdo estaba en llamas, sufría. Así que fui a la farmacia, pero no podía decirle que había estado tocando un cello de hielo, así que le dije ‘mi marido y yo quedamos atrapados en los Alpes, expuestos a la nieve muchas horas’”. Casi una premonición: Charlotte supo poco después que tenía cáncer de mama. Sobrevivió 13 años y siguió tocando, incluso después de una mastectomía. Cuando se estaba muriendo, en la cama de hospital, le dijo a su marido –y fue lo último que dijo--: “No tires nada”. Así sobrevivieron en su departamento de Manhattan el cello que hizo con televisores y el que diseñó con jeringas, un recuerdo tenebroso y exquisito de su enfermedad.


El año de la rata

Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021



viernes, 30 de agosto de 2024

Mariana Enriquez / Sombra

Ilustración: Dr. Alderete

Mariana Enriquez

Sombra

El rumor decía que iban a rebelarse los espejos. Que dejarían de reflejarnos, es decir, que ya no reproducirían nuestros movimientos, ni nuestros gestos. El reflejo nos sacaría la lengua, cerraría los ojos cuando nosotros los abríamos, nos mostrarían la nuca en vez de la nariz. Y hasta podría aparecer una cara totalmente distinta a la nuestra en el espejo, para volvernos locos. Pero eso nunca sucedió y la desobediencia fue más sutil. Fueron las sombras quienes dejaron de reproducir nuestros movimientos. En muchos casos se atrasaban de modo que uno podía caminar varias cuadras sin su sombra, que se quedaba en alguna pared moviendo los brazos, haciendo una extraña danza de liberación. Por lo general las sombras permanecían cerca pero todos sus movimientos eran distintos, como si tuvieran vida y decisiones propias. No eran peligrosas: mantenían su condición de apéndice del cuerpo, aunque se temía una rebelión total de sombras y ahora el rumor era que, tarde o temprano, iban a adquirir volumen y entonces serían imparables como un ejército de dobles oscuros.

El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021


martes, 27 de agosto de 2024

Mariana Enriquez / Hotel Fetish

Mariana Enriquez

Motel Fetish

Las bailarinas del “Lucky Devil”, en Portland, se desesperaron cuando el strip club cerró el 16 de marzo de 2020: orden de cuarentena. Ellas no cobran un sueldo: dependen de propinas. Y no pueden aplicar al seguro de desempleo del Estado porque su servicio está excluido: no se otorga a los “espectáculos en vivo de naturaleza sexual”. El dueño, entonces, transformó la cocina del local en delivery y take-away pero, para que las chicas sostengan sus trabajos, las convirtió a ellas en repartidoras, con show adicional para los automovilistas que pasaban a buscar la comida. Si hay mucha gente, los hambrientos pueden quedarse durante una canción entera. Si el local no está muy concurrido, pueden permanecer más tiempo. El servicio del drive-through se llama “Food 2 Go-Go,” y cuesta 30 dólares; el club tiene protocolos sanitarios que incluyen máscaras, guantes y chequeos de temperatura. Medias de red, botas hasta la rodilla, cuero sobre la cara, antifaces protectores. Después del show las chicas del “Lucky Devil” se relajan, se sacan la ropa y se arrancan de los pezones las cruces de cinta negra que usan para evitar estar completamente desnudas en público, lo que las llevaría a incumplir alguna (otra) norma.


El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021


viernes, 16 de agosto de 2024

Sofi Oksanen / Mi madre

 




Sofi Oksanen
MI MADRE


MI MADRE SIEMPRE usa ropa interior lo más fea y gastada posible. No la compra de segunda mano, eso le da asco, pero busca y rebusca en las rebajas la ropa que sienta mal, y mejor si tiene fallos de fábrica. Mi madre dice que quiere ahorrar. En los mercadillos encontraría cosas mejores a un precio mucho menor, le propone Anna, pero su madre rechaza categóricamente su propuesta.
Anna, en cambio, solo utiliza ropa interior negra.
Según su madre eso no tiene nada de raro. Le dice eso y después le cuenta que ella dejó de vestir de negro después de enterrar a su madre. Que no hay nada extraño en que Anna use solo ropa interior negra. Además, Anna es muy joven.
Pero la madre de Anna no puede imaginarse con ropa negra —rechaza la idea airada, como también rechaza a todas las mujeres de su edad con ropa interior negra—. Una conocida suya la usa. Mi madre lo comenta con Anna y deja entrever que su amiga es un poco..., bueno, algo así como una eterna segundona. Esa eterna segundona visita de vez en cuando a mi madre y se queja de que ningún hombre la toma en serio y que incluso aquel con el que iba a casarse cambió de opinión en el último momento porque a la eterna segundona le dio un cáncer de útero, del que, por cierto, se recuperó. La eterna segundona quiere dejar su estudio de alquiler y sale a dar una vuelta con mi madre por los alrededores de nuestra casa: va buscando un hombre adecuado que tenga casa propia. Mi madre me dice que está comprobado que las mujeres que tienen varias relaciones son mas propensas a padecer cáncer de útero. Cuantas más relaciones, más probable el cáncer.
En un rincón del armario, Anna encuentra un camisón rojo de encaje y una bata a juego. Mi madre explica que se los ha dado la eterna segundona, que se equivocó de talla al comprarlos. Y ella no pudo sino aceptarlos, porque era un regalo. Aunque, por supuesto, no pensaba utilizarlos. Años después, Anna iba a coger el conjunto sin pedir permiso, y la madre no diría nada al verlo en la cesta de la ropa sucia de su hija.
Mi madre tampoco dice nada cuando, al deshacer las maletas de papuchi, ve entre su ropa sucia unos sostenes negros, simplemente los aparta y, más tarde, en cada discusión, no se olvida de mencionarlos, «esos sostenes negros, ya sabes a lo que me refiero». En realidad son bastante caros, dice Anna al cogerlos para ella antes de que su madre los tire a la basura, limpios y caros: de Chantelle.


Sofi Oksane
Las vacas de Stalin





miércoles, 14 de agosto de 2024

Sofi Oksanen / 1949

 




Sofi Oksanen
1949

El 5 de abril de 1949 Arnold firma un documento por el que hace entrega voluntaria de sus propiedades a la Asociación Agraria Común. Al menos así dejarán en paz a Sofia y a sus hijas.

Los deportados a Siberia firman un documento por el que declaran que su marcha es voluntaria.





miércoles, 17 de julio de 2024

Emmanuelle Ferreira / Quimera



Emmanuelle Ferreira
QUIMERA

Me sentaba en las tardes a jugar con mi amigo imaginario, hasta que vino su mamá vino a buscarlo y le preguntó por qué hablaba solo.




domingo, 14 de julio de 2024

José Manuel Dorrego Sáenz / Volar

 



José Manuel Dorrego Sáenz
VOLAR

Desde que llegó al parque el vendedor de globos de helio, nos estamos quedando sin niños y niñas en la ciudad. Compran un globo, se sujetan a la cuerda y comienzan a ascender hasta perderse entre las nubes. Luego, ya no volvemos a saber de ellos. Y así, todos los días. Ahora, los ancianos ya no juegan a la petanca ni echan migas a las palomas. Prefieren sentarse en los bancos, mirar al cielo con nostalgia y ver niños volar.



jueves, 11 de julio de 2024

Mario Levrero / Historia sin retorno no. 2



Mario Levrero
HISTORIA SIN RETORNO No. 2


    Un perro, Campeón. Vivía solo con él y llegó a incomodarme. Lo llevé al bosque, lo dejé atado con una piola que pudiera romper con un poco de perseverancia y volví a casa.
    En un par de días lo tuve rascando la puerta; lo dejé entrar.
    Se me hizo intolerable; lo llevé a un bosque más lejano y lo até a un árbol con una piola más gruesa (sabía que el defecto no estaba en la piola sino en la fidelidad del animal; quizás tenía la secreta esperanza que esta vez no pudiera liberarse y muriera de hambre).
    Volvió algunos días después.
    Entonces supe que el perro volvería siempre. No me atrevía a matarlo por temor a los remordimientos; y pensé que aunque lograra efectivamente perderlo, en un bosque más lejano aún, viviría con el temor constante de su regreso; atormentaría mis noches y enturbiaría mis alegrías; me ataría más su ausencia que su presencia.
    Entonces dudé apenas un instante ante la majestad del bosque compacto que se alzaba ante mis ojos —umbrío, imponente, desconocido—; resueltamente, comencé a internarme, y seguí internándome hasta que, finalmente, me perdí.

 

miércoles, 10 de julio de 2024

Mario Levrero / La máquina de pensar en Gladys



Ilustración de Triunfo Arciniegas


Mario Levrero
LA MÁQUINA DE PENSAR EN GLADYS
(negativo)

Antes de acostarme hago la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo esté en orden; la ventana del baño chico, al fondo, está cerrada, y el caballo degollado continúa pudriéndose en la bañera; cierro la puerta, para que el olor no llegue al dormitorio de mi cuñado; en la cocina, la canilla está cerrada y la abro, apenas para que gotee; la ventana está abierta y por ella entran el aire frío de la noche y las gruesas enredaderas del jardín; en la lata de la basura y a su alrededor continúan amontonándose cáscaras de banana, y yerba; en la botella quedan restos de vino tinto, veo que hay moscas flotando, muertas y vivas; el reloj del comedor, cuando yo enciendo la luz, comienza a tocar las doce campanadas y se abre la ventanita del cucú y sale la enorme serpiente, se descuelga interminable hacia el piso y desaparece bajo el aparador; sobre la mesa, los restos del festín, las manchas de vino en el mantel, la bombacha rosada de la mujer gorda y un cabo del habano, encendido aún, del inglés calvo; en la biblioteca todo está en silencio, el desconocido, de espaldas a mí, lee en la oscuridad —y cuando pienso en él me corre un frío por la espalda—; la ventanita alta que da al pozo de aire está abierta, y se escucha el rugido del mar y los gritos de los pescadores nocturnos; el living está lleno de gente, hombres y mujeres, dispuestos uno junto a otro, de cara a la pared, los brazos en alto; entro al dormitorio y encuentro en mi cama a la mujer, desnuda; promete despertarme mañana a la hora de siempre; extraigo del cajón de la mesa de luz centenares de paquetes de preservativos, lleno con ellos los bolsillos del piyama, y entro al ropero y cierro la puerta desde adentro.

Por la madrugada me despierto tiritando, alguien ha abierto la ventanita del ropero y tengo fiebre, estoy bañado en sudor y me duele el ojo izquierdo, pido a gritos un médico o una ambulancia, pero estoy en medio de un campo desolado y no hay quien escuche mis gritos.



miércoles, 22 de mayo de 2024

Triunfo Arciniegas / La historia que no fue

 

Ilustración de Fernando Vicente


Triunfo Arciniegas
LA HISTORIA QUE NO FUE
O LAS DIFICULTADES SICIOECONÓMICAS DE LOS CUENTOS DE HADAS

Conoció al príncipe azul el día que llevaba el brasier remendado y los calzones rotos.

22 de mayo de 2024

jueves, 11 de abril de 2024

Miguel Ángel López / Un monstruo en mi pieza

 


Miguel Ángel López

UN MONSTRUO EN MI PIEZA


En mi pieza hay un monstruo. No está siempre. Aparece de noche, bueno, algunas noches. Se esconde en las esquinas oscuras y desde ahí me observa. No dice nada, y tampoco me deja decir nada  mí. Me obliga a guardar silencio bajo amenazas.

Una vez le quise contar a mi mamá, pero la vi tan preocupada y tan triste, que mejor me callé la boca. ¿Mira si el monstruo después la lastima?

Porque él me dice eso, se pone cerquita de mi oído y me susurra que si digo algo, le van a pasar cosas feas a mi mamá, y yo no quiero eso, así que aguanto.

Pero me da miedo, mucho miedo. A veces lloro porque no quiero ir a dormir, o no me quiero quedar sola, pero mi mamá me manda igual. A veces me acompaña y revisa debajo la cama y en los rincones, y me dice: ¿Ves? ¡No hay nada acá!, pero cuando ella se duerme, aparece el monstruo y me atrapa.

Tanto miedo tengo, que hoy no me aguanté las ganas de hacer pis. La seño me llevó a cambiarme y me hicieron muchas preguntas. También hice dibujitos y me hicieron jugar con unos muñecos. 

Llamaron a mi mamá y me llevó a casa de mi tía. Estaba triste. Se le veía en los ojos que había llorado. A mí no me gusta molestarla así que no le pregunté nada. Me quedé con la tía, que también estaba preocupada. Se le notaba en la cara. Me ofrecía muchas cosas todo el tiempo, y hasta me pareció que se puso a llorar en un momento.

Esa noche, en la casa de mi tía, dormí re tranquila: me dejaron tener la luz prendida y ya no sentí miedo a que viniera el monstruo.

Sabía que no iba a aparecer porque nunca viene cuando la luz está prendida. 

Cuando la luz está prendida, el monstruo se queda al lado de mi mamá, y le dice “mi amor”.


Miguel Ángel Lopez 

Aranjuez, Medellín.

Cuento ganador de un concurso en Colombia en 2022.




miércoles, 27 de marzo de 2024

Juan Villoro / Ella


Juan Villoro

ELLA

Me eligió como se elige un libro en una biblioteca. Ignoro si me escogió por el título, el lomo, la portada, la tipografía o por mi ubicación entre los libros. No sé qué clase de texto fui para ella.




miércoles, 24 de enero de 2024

Eduardo Berti / Maternidad

 



Eduardo Berti
MATERNIDAD

Hace poco más de un año que las mujeres de cierta aldea rusa dan indefectiblemente a luz animales mamíferos en vez de niños. Superada la sorpresa, resignados a esta realidad todos los pobladores, a la pregunta “qué ha sido ¿una niña o un varón? sobrevino otra que apunta a averiguar la clase de animal que ha sido alumbrado, si perro o tigre, si gato o chimpancé. Las mujeres más envidiadas del pueblo son aquellas que paren algún animal doméstico, ya que sólo ellas -se estima- podrán desplegar sin mayores peligros todo su instinto materno.



 

domingo, 21 de enero de 2024

Marian Engel / Una vez

 


Marian Engel

UNA VEZ


Una vez, tiempo atrás, los ainu de Japón separaron a un osezno de su madre y se lo llevaron para que lo amamantase una mujer. Se convirtió en un miembro de la aldea y se le honró con bondad y amor. En el solsticio de invierno, cuando tenía tres años, lo llevaron al centro de la aldea, lo ataron a un poste y, tras muchas ceremonias y disculpas, lo sacrificaron clavándole afilados palos de bambú. Se celebraron nuevas ceremonias, durante las cuales su madre humana lloró por él, y se comieron su carne. 

Marian Engel
Oso
Impedimenta, Madrid, 2015, cap. 18




 




jueves, 18 de enero de 2024

Triunfo Arciniegas / Labores académicas


Triunfo Arciniegas
LABORES ACADÉMICAS

El autobús partió a las seis en punto con los profesores muy contentos aunque algo adormilados, en el mismo puesto de otros años, con ropas ligeras y coloridas, zapatos deportivos y morrales maltrechos, y tres horas después ya estaban desayunando. Así, con un paseo, daban cierre a una tediosa semana de planeaciones y estúpidas conferencias, reparto de tareas y análisis de infames decretos. Olvidando que el lunes volverían a los trajes oscuros y los alumnos insoportables, la lentitud de las horas y la tiranía de un rector mediocre que les cobraba los desvaríos de su mujer, o peor aún, que en la noche dormirían en las cenizas del lecho conyugal, asediados por los recibos sin pagar, los desperfectos domésticos y el rencor de los hijos, algunos se lanzaron casi de inmediato a la piscina y otros destaparon las primeras botellas. Unos prefirieron caminar, conversar, reírse de la vida, y otros abrieron un libro que pronto les sirvió para cubrirse el rostro. A mediodía algunos ya estaban borrachos y otros tomaban el sol casi desnudos. Dos o tres parejas aprovechaban la música para abrazarse con evidente desesperación mientras los más audaces se habían perdido en el bosque para dar rienda suelta a diversos apetitos. Dos mujeres se besaban en una de las mesas de billar. Los pocos que vinieron a devorar la carne recién asada, escarbaron el plato y arrojaron las sobras a los perros. Las hambrientas bocas de los morrales expulsaron máscaras, látigos y otros objetos. Al final unos corrían, persiguiéndose muertos de risa, otros rodaban por el piso como arrastrados por el viento y otros se metían por las ventanas a desordenar las camas. Se devoraron, ciegos e insaciables, antes de que la tarde llegara a su fin. Luego se vistieron y abordaron el autobús casi a gatas, y volvieron a casa contentos, en silencio, adormilados.

18 de enero de 2024







lunes, 15 de enero de 2024

Betina González / Aprender a nadar



Betina González
APRENDER A NADAR

La niña se escapa de la casa, cruza la calle desierta y atraviesa el parque hacia la pileta. Camina por el pasto en su traje de baño azul con flores amarillas. Camina y las puntas del pelo rubio le tocan la piel de la espalda. Sus pies, metidos en unas sandalias de plástico transparente, la llevan rápido a su destino. Siente el sol en la cara, en los brazos, en todo el cuerpo y la niña quiere decir algo como «gracias» pero no lo dice porque para eso está la risa, esa urgencia del andar, una pierna más rápida que la otra, los pies eficientes en esos zapatos, que pisan cardos, pisan charcos, pisan flores. La niña corre. Corre y aplasta una flor rosada. Se detiene. «Perdón, flor», dice, porque le han enseñado que las flores no se pisan. Pero hay esa urgencia que no sabe bien qué es (algo del cuerpo que se impone) y no le queda otra que volver a correr y pisar: flores, papeles, tierra, escarabajos. Porque es un día de sol, se ha escapado de su madre, que duerme, y ya se oyen los gritos de los otros chicos que juegan en la pileta. Su hermana mayor está ahí. Puede oírla. Oye los pájaros en los árboles, oye el silbato del bañero, las pelotas que rebotan contra el agua, la voz más alta de su hermana que llama al padre. Está sentado en una reposera, en el césped, junto a las lajas hirvientes (el torso desnudo, sin pelos, la piel llena de lunares marrones, lunares rojos, verrugas, pequeñas protuberancias como constelaciones en la piel grasosa de su padre). No contaba con él. Pensaba que también estaría durmiendo, porque eso es lo que hacen los padres a la peor hora de calor de los días de verano. Aunque sea en otra habitación, no en la que duerme su madre. Todavía le falta pasar la pared de ladrillos que le llega al cuello y sobre la que ahora apoya los codos y mira. Mira el borde de la pileta, los pies de los chicos que van y vienen, las gotas que se elevan en las zambullidas, las espaldas de los adultos, los vientres de los adultos, las pieles blancas, untadas, enrojecidas, tostadas, arrugadas y tersas de los padres y las madres que miran a sus hijos. Igual que el suyo, que sigue con los ojos a su hermana, vestida con un traje de baño rosa brillante que el sol transforma en blanco, como si un rayo de luz la siguiera mientras ella corre por el borde, las manos algo rígidas al costado del cuerpo, corre y pisa charcos, pisa un diario que alguien dejó tirado, pisa la hierba y las flores del costado, pero no se detiene, al contrario, pide que la miren (y la miran), sigue corriendo, clava los pies en las lajas, salta con los brazos estirados y se zambulle en la parte más honda de la pileta, ahí donde la madre les ha prohibido siquiera meter los pies, sobre todo a ella, que es la más chica y solo tiene permitido sentarse en los escalones de la parte baja. El padre levanta un poco la cabeza, ve a la hija mayor esforzarse con brazos y piernas hasta llegar a la parte donde sus pies tocan el fondo. No aplaude pero asiente, se inclina en la silla, sonríe. Su hija mayor nada hasta el borde y se detiene ahí, frente a él, cruza los brazos sobre las lajas y le devuelve la sonrisa, los ojos enrojecidos y el pelo pegado a la cabeza como un casco. La niña del traje azul con flores amarillas ahora se afirma con las manos sobre la pared de ladrillos, que está caliente y huele raro, como a pis y a sol. Se raspa un poco la rodilla derecha pero no importa, sigue, corre unos pasos más y ya está detrás de la reposera del padre, cubriéndole los ojos con las manos sucias y transpiradas, justo cuando la hermana mayor tapa el sol con el toallón naranja con el que ahora se envuelve y se seca, se seca la espalda, la cara, los brazos, se pasa la toalla enrollada entre las piernas y la mueve de atrás para adelante, se seca bien, con las piernas abiertas, mientras el padre se ríe y le agarra las manos a ella, la niña de la malla azul, la iza como si fuera un paquete por encima de su cabeza, por encima de su pelo castaño con algunas canas y la niña piensa en la madre, rubia y dormida sobre las sábanas tibias color masa de pan, la madre que duerme sobre su lado izquierdo, con un camisón blanco y corto; la niña piensa en sus párpados, en su índice recorriendo muy despacio la bolita dormida de los ojos de su madre, como si pasara el dedo por un caracol de mar y así conociera su secreto. En lugar de volverla al piso, el padre la acomoda entre su brazo y su pecho, con la mano izquierda le saca de un tirón los zapatos transparentes, se levanta de la silla y atrapa una punta de la toalla que la hija mayor le tiende mientras abre los brazos y, con ellos, la tela, y él pasa el peso fácil de la hija menor al interior mojado y algo rasposo, en el que ahora los dos la mecen, primero despacio, después un poco más rápido, y todo es naranja y oscuro como el sol de un planeta lejano, y la niña ya no piensa en la madre dormida porque el corazón le late fuerte. Oye las risas del padre y de la hermana, que aceleran el vaivén. El cuerpo se le ladea con el movimiento y queda de cara a la oscuridad de la tela, que huele a cloro, a su hermana y a bronceador. La niña clava las uñas en la toalla, se agarra con todas sus fuerzas, pero no sirve de nada porque igual cae. Siente el agua primero en las piernas y la espalda (la cabeza llega última, porque antes golpea en el borde de cemento). La niña cierra los ojos y traga agua. Ve el dolor caliente de su cabeza moverse como puntitos detrás de sus párpados, traga un poco más de agua, abre los ojos, flotan burbujas. Mueve las piernas y los brazos, logra sacar la boca, tose, se hunde, ve las piernas doradas de un chico que nada más adelante. Mueve un poco más los brazos y las piernas, toma aire, ve a su padre y a su hermana en el borde de la pileta que se ríen y la señalan mientras ella sigue flotando con el cuello estirado, moviendo las manos en círculos, las manos extendidas y abiertas por las que el agua pasa, va y viene, manos inútiles. La niña estira las piernas detrás de sí, inclina un poco el torso hacia adelante, el calor en la cabeza es ahora un latido, el latido del golpe. Vuelve a hundirse pero esta vez cierra los dedos de las manos, expulsa aire en burbujas gordas, perfectas, da una patada, saca la cabeza, respira y en el mismo movimiento, gira el cuerpo y lo apunta hacia la dirección contraria, hacia la parte honda de la pileta. El agua hace un remolino a su alrededor, asiente, se ordena, responde. Y en ese movimiento unánime de sus músculos y tendones, la niña descubre su instinto más primario, el impulso que la aleja para siempre del hombre que ríe al otro lado del agua.



viernes, 12 de enero de 2024

Julio Cortázar / El médico



Julio Cortázar
EL MÉDICO

El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.


Julio Cortázar
Historias de cronopios y famas
Edhasa, Barcelona, 1970, pp. 13-14