Fernando Iwasaki
DULCE COMPAÑÍA
No quería castigar al niño, pero fue inevitable. No sólo mintió sino que además me amenazó. Desde entonces está raro. No habla, no juega y no quiere que lo bese. Me da miedo cómo mira, la forma en que come, las cosas que canta. Esta mañana salí al jardín y en un paquetito que estaba junto a unas velas negras encontré uñas cortadas, sobras de comida y una foto de carné mía. No he querido llamarle la atención de nuevo, pero lleva encerrado en su cuarto desde anoche. He subido las escaleras y he sentido escalofrío, un olor extraño y unas sombras huidizas. El niño habla con alguien y sigue cantando esas canciones horribles. Le pido que me hable y me insulta y se ríe. No tengo más remedio que abrir la puerta.
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