sábado, 30 de agosto de 2014

Pedro Arturo Estrada / Auto de fe



Pedro Arturo Estrada
AUTO DE FE

Sostenía que los sueños eran recuerdos de vidas pasadas, destellos de una memoria anterior. Esa noche soñó que lo arrastraban a la hoguera. La multitud se apiñaba vociferante. Ya en la pira, trató inútilmente de abrir los ojos. Las llamas lo rodearon implacables. En el humo de la agonía se prometió, si despertaba, abandonar para siempre tales creencias.

Dos veces breve
Minificción de México y Colombia
Selección de Bibiana Bernal y Felipe Orozco
Biblioteca Libanense de Cultura, 2014, p. 101



viernes, 29 de agosto de 2014

Pedro Arturo Estrada / Historia de inquilinato



Pedro Arturo Estrada
HISTORIA DE INQUILINATO

El problema era que se ponía a caminar descaradamente desnuda por los patios y corredores del inquilinato. Parecía la reina, no le importaba el escándalo. Los viejos se santiguaban o maldecían tras las cortinas. Las mujeres sólo atinaban a gritarle: "¡Puta, ve a vestirte!". Los jóvenes se alertaban como gatos al acecho de una paloma y los niños perdían los ojos mirándola embobados para luego escabullirse por los rincones. Yo, simplemente, dejaba de soñarla, y mi amada ideal, desaparecía en el acto.


Dos veces breve
Minificción de México y Colombia
Selección de Bibiana Bernal y Felipe Orozco
Biblioteca Libanense de Cultura, 2014, p. 103





STORY OF A ROOMING HOUSE
by Pedro Arturo Estrada
Translated by G. Leogena

The problem was that she was given to shamelessly walking naked along the patios and hallways of the rooming house. As if she were the queen, she paid no mind to the scandal. The elderly crossed themselves or cursed behind the curtains. The women only managed to yell, “Whore! Go and get dressed!” The youths became alert, like cats about to pounce on a dove. The children lost their eyes looking at her like idiots to later slip away into the corners. I simply stopped dreaming her, my ideal beloved, and she vanished in the act.




domingo, 24 de agosto de 2014

Eduardo Serrano Orejuela / Potra de nácar



Eduardo Serrano Orejuela
POTRA DE NÁCAR

La mujer más hermosa del mundo pasó a mi lado y yo le recité en homenaje:
   -Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo.
  Se volvió hacia mí, me examinó de arriba abajo como si no creyera en mi existencia y, sin que le temblara la voz, me dijo:
  -Pero ni esta noche, ni nunca, correrás el mejor de los caminos, montado en esta potra de nácar, sin bridas y sin estribos.
  Estupefacto, la vi alejarse para siempre, su negra cabellera flotando en el luminoso viento de la tarde. Desde entonces he renunciado a los piropos eruditos. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido.

Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer
Segunda antolología del cuento corto colombiano
Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2007, p. 150




viernes, 22 de agosto de 2014

Felipe Orozco / Hokusai


Ilustración de Hokusai
Felipe Orozco
HOKUSAI

Dos chicos miran en el mar la ola. Uno de ellos, teme ser ahogado por ella. El otro, pretende cabalgarla con su tabla. La ola solo desea despeinarse al viento.

Felipe Orozco
Seré breve
Cuadernos Negros, Calarcá, 2014, p. 81



miércoles, 20 de agosto de 2014

Bibiana Bernal / Descontinuado





Bibiana Bernal
DESCONTINUADO



Después de comprar la cabeza, los brazos, las piernas, el tronco y los órganos, al fantasma le fue imposible comprar la vida.

Minificciones, 7
Calarcá, 2003

Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer
Segunda antolología del cuento corto colombiano
Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2007, p. 29


BIBIANA BERNAL EN CASA DE CITAS



viernes, 15 de agosto de 2014

Jaime Alberto Vélez / El llamado de la selva



Jaime Alberto Vélez
EL LLAMADO DE LA SELVA

El perro encargado de cuidar el rebaño siente un irreprimible llamado de la selva. Abjura entonces del orden establecido y de la civilización, y huye hacia las altas montañas, en busca de su ancestral vida primitiva. Hambriento e impulsado por su instinto salvaje, decide caer un día por asalto sobre las ovejas que, emocionadas, lo reciben entre víctores y lágrimas de alegría por su regreso.

Bajo la piel del lobo
Bogotá, Ministerio de Cultura, 2002

Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer
Segunda antolología del cuento corto colombiano
Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2007, p. 29



martes, 12 de agosto de 2014

José Emilio Pacheco / Cartas

José Emilio Pacheco
CARTAS

Hoy quemé tu carta. La única carta que me escribiste. Y yo te he estado escribiendo, sin que tu lo sepas, día a día. A veces con amor, a veces con desolación, otras con rencor. Tu carta la conozco de memoria: catorce líneas, ochenta y ocho palabras, diecinueve comas, once puntos seguidos, diecisiete acentos ortográficos y ni una sola verdad.



domingo, 10 de agosto de 2014

Luis Mateo Díez / La carta



Luis Mateo Díez
LA CARTA

Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolio y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.



Luis Mateo Díez

Los males menores
Espasa Calpe, 2002.



miércoles, 6 de agosto de 2014

Fredric Brown / El aficionado



Frederic Brown

EL AFICIONADO

Traducción de Jairo Sánchez Galvis


-Escuché un rumor -dijo Sangstrom-que dice que usted-... Giró su cabeza y miró alrededor para estar absolutamente seguro de que él y el boticario estaban solos en la pequeña farmacia. El boticario era un hombre pequeño, encorvado y con apariencia de gnomo y podía tener cualquier edad entre los cincuenta y los cien años. Estaban solos, pero en todo caso Sangstrom bajó la voz-... que dice que usted tiene un veneno completamente indetectable.

El farmacéutico asintió. Salió del mostrador y cerró la puerta principal del negocio, luego caminó hacia el vano de la puerta detrás del mostrador. 

-Iba a tomar una taza de café -dijo. Venga conmigo y tómese una.

Sangstrom lo siguió por detrás del mostrador y pasó la puerta hacia una habitación rodeada por estantes llenos de botellas desde el suelo hasta el techo. El boticario enchufó una cafetera eléctrica, cogió dos tazas y las colocó sobre una mesa que tenía una silla a cada lado. Le indicó a Sangstrom que tomara una de ellas y se sentó en la otra. 

-Ahora -dijo- cuénteme a quién quiere matar y por qué.

-¿Acaso importa? -preguntó Sangstrom. No es suficiente con que yo pague por...

El farmacéutico lo interrumpió levantando la mano. 

-Sí, importa. Debo estar convencido de que merece lo que yo le puedo dar. De otro modo-. Se encogió de hombros.

-Está bien -dijo Sangstrom. El quién es mi esposa. El porqué-. Comenzó la larga historia. Antes de que hubiera terminado, la cafetera había acabado su trabajo y el boticario lo interrumpió brevemente para alcanzar el café. Sangstrom concluyó su historia.

El pequeño farmacéutico asintió. 

-Sí, ocasionalmente preparo un veneno indetectable. Lo hago gratis. No cobro por él si creo que el caso lo merece. He ayudado a muchos asesinos.

-Bueno -dijo Sangstrom- entonces démelo por favor.

El boticario sonrió. 

-Ya lo hice. Para cuando estuvo el café había decidido que usted lo merecía. Era, como le dije, gratis. Pero hay un precio por el antídoto.

Sangstrom palideció. Pero ya había anticipado -no esto sino la posibilidad de una traición o alguna especie de chantaje. Sacó una pistola de su bolsillo.

El pequeño farmacéutico dejó escapar una risita. 

-No se atreva a usar eso. ¿Puede encontrar el antídoto -señaló los estantes- entre esas miles de botellas? ¿O quizás encuentre un veneno más rápido y virulento? O si cree que estoy mintiendo, que en realidad no está envenenado, adelante, dispare. Sabrá la respuesta dentro de tres horas cuando el veneno empiece a hacer efecto.

-¿Cuánto quiere por el antídoto? -gruñó Sangstrom.

-Una suma razonable, mil dólares. Después de todo, uno tiene que vivir de algo; incluso si su afición es impedir asesinatos, no hay razón por la cual no pueda sacar dinero de ello, ¿o sí?

Sangstrom refunfuñó y bajó la pistola, pero la dejó al alcance de la mano y sacó su billetera. Tal vez después de tener el antídoto todavía podría usar esa pistola. Contó mil dólares en billetes de cien y los colocó sobre la mesa.

El boticario no intentó levantarlos inmediatamente. Dijo: 

-Y otra cosa -por la seguridad de su esposa y la mía. Escribirá una confesión de su intención - intención que ya no tiene, creo- de matar a su esposa. Luego esperará a que yo vaya y la envíe por correo a un amigo mío en el departamento de homicidios. Él la guardará como evidencia en caso de que alguna vez decida matar a su esposa. O a mí, en realidad.

-Cuando la carta esté en el correo, podré regresar con tranquilidad aquí y darle el antídoto. Le alcanzaré lápiz y papel. Ah, otra cosa - aunque en realidad no insisto en ello. Por favor ayude a esparcir el rumor sobre mi veneno indetectable, ¿quiere? Uno nunca sabe, señor Sangstrom. La vida que se salva, si uno tiene algún enemigo, puede ser la propia.