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La madre de Marguerite Duras |
Marguerite Duras
EL RETRATO DE MI MADRE
Traducción de Ana María Moix
Ya vieja, los cabellos blancos, también ella fue
al fotógrafo, fue sola, se hizo fotografiar con su hermoso traje rojo oscuro y
sus dos joyas, su largo collar y su broche de oro y jade, un trozo de jade
engastado en oro. En la foto está bien peinada, ni una arruga, una imagen. Los
indígenas acomodados iban también al fotógrafo, una vez en su vida, cuando
veían que la muerte se aproximaba. Las fotos eran grandes, todas tenían el
mismo formato, estaban enmarcadas en bonitos marcos dorados y colgaban cerca
del altar de los antepasados. Toda la gente fotografiada, he visto a mucha, da
casi la misma foto, su parecido era alucinante. No sólo es debido a que la
vejez se parece sino también a que los retratos se retocaban, siempre, y de tal
modo que las particularidades del rostro, si aún quedaban, se atenuaban.Los
rostros se preparaban del mismo modo para afrontar la eternidad, aparecían engomados,
uniformemente rejuvenecidos. Era lo que la gente deseaba. Éste parecido esta
discreción— debía vestir el recuerdo de su paso a través de la familia,
testimoniar la singularidad de éste y a la vez su efectividad. Cuanto más se
parecían más patente debía resultar la pertenencia a la casta familiar. Además,
todos los hombres llevaban el mismo turbante, las mujeres el mismo moño, los mismos
peinados tirantes, hombre y mujeres el mismo traje de cuello alto. Todos
presentaban el mismo aspecto que yo reconocería aún entre todos. Y ese aspecto
que mi madre tenía en la fotografía del traje rojo era el suyo, era ése, noble,
dirían algunos, y algunos otros, desdibujado.
Marguerite
Duras
El amante
Barcelona,
Tusquets, 1984, pp. 121- 122