Aunque nadie es testigo, se sabe que el ángel desciende alguna noche a la ciudad y señala con su aliento ciertas casas. Deja un reguero de plumas desde las puertas hasta el borde del abismo. Las vírgenes van recogiendo una a una todas sus plumas, disputadas al viento, y, con el manojo apretado contra el pecho, saltan al vacío.
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