Golconde, 1953 René Magritte |
Lydia Davis
TRABAJO MUNICIPAL
Por toda la ciudad hay ancianas negras que han sido contratadas para llamar a la gente por teléfono a las siete de la mañana y preguntar con voz apagada si está Lisa. Es un trabajo que pueden hacer en casa. Estas mujeres forman parte de un ejército de empleados municipales que se ocupan de llamar a números equivocados. El mejor pagado de todos es un hindú capaz de insistir en que no se ha equivocado de número.
Otros —principalmente personas mayores— han sido contratados para divertirnos poniéndose sombreros extraños. Se los ponen como si no fueran responsables de lo que pase más arriba de sus cejas. Dos sombreros aparecen inesperadamente, uno al lado del otro: un sombrero de fieltro que se eleva sobre un anciano, y un artefacto negro, con velo y cerezas, que corona a una mujer minúscula. Bajo sus sombreros, los viejos discuten. Otra anciana, encorvada y débil, cruza la calle muy despacio, ante nuestro coche, irritada, como si la hubieran obligado a ponerse ese gran sombrero rojo y cónico que le pesa tanto sobre la frente. Y otra anciana camina por una acera imposible, teniendo cuidado de dónde pone los pies. No lleva sombrero, porque ha perdido el trabajo.
Gentes de todas las edades han sido contratadas por el municipio para que se comporten como lunáticos, de modo que los demás nos creamos cuerdos. Algunos de los lunáticos son también mendigos, así que podemos sentirnos cuerdos y ricos a la vez. El número de puestos para trabajar como lunáticos es limitado. Todos los puestos han sido ocupados. Durante años encerraban juntos a los lunáticos en hospitales psiquiátricos, en islas de la bahía de Nueva York. Luego las autoridades de la ciudad los liberaron en masa para que llenaran las calles con su presencia tranquilizadora.
Como es natural, algunos lunáticos no tienen problema en desempeñar dos trabajos a la vez, y llevan sombreros raros mientras se alejan a grandes pasos y arrastran los pies.