Raúl Brasca
TRAVESÍA
Caminaban a la par. Se habían jurado lealtad y que
dividirían todo por mitades. Frente al desierto, igualaron el peso de sus
alforjas y se internaron seguros. No los doblegaron la impiedad del sol ni el
rigor de la noche y cuando se les acabó la comida repartieron el agua en partes
iguales. Pero la arena era interminable. Paulatinamente, el paso se les hizo
más lento, dejaron de hablar, evitaron mirarse. El día en que, con vértigo
aterrador, sintieron que desfallecían, se abrazaron y, hombro a hombro,
siguieron andando. Cayeron exhaustos al atardecer. Durmieron. Ya había
amanecido cuando uno de ellos despertó sobresaltado: le faltaba parte de un
muslo. El otro, que lo comía, continuó indiferente, terminó, volvió a tenderse,
y como si completara un gesto irrevocable, atendió a la mano que su amigo le
alargaba y le dio el cuchillo.
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