martes, 29 de enero de 2013

Robert Walser / El y ella


Robert Walser
EL Y ELLA

Por lo visto hay que considerarlos cultos tanto a él como a ella. Él era persona de mundo, y también ella; él era ingenioso, y no menos lo era ella. Podría decirse que ambos están en el punto álgido de la vida, rodeados por las sonrientes praderas de una cultura superior. Las ganas de saber les llevaron a conocer a multitud de personas y lugares. Ora se asentaban en un lugar, ora en otro, se familiarizaban con toda clase de costumbres, objetos y situaciones, y tan pronto se mostraban pasivos y reservados como activos y locuaces. La mujer se hizo construir una casa a la orilla de un lago e invitó a su amado a ponerse cómodo en su hogar. Él, que la tenía por su parte en gran estima, no sabía si aceptar o rechazar el ofrecimiento. Por lo visto era indeciso, prudente, se movía a tientas y gustaba de sondear y analizar las cosas. En el fondo ella era de una índole parecida, me refiero a que sabía muchas cosas y habitaba con su mente en todas partes. Vivía con el alma en un lugar distinto al que se encontraba físicamente. Amándolo como lo amaba, renegaba de este hecho, de modo que no lo amaba. A él le ocurría lo mismo. Siendo suyo era sin embargo de otra mujer. No sin ignorar que él era ambiguo e inseguro, ella le reprendía. Por su parte, tampoco él la privaba de lo que nadie gusta de oír o ver, de escenas delicadas. A veces, de tanta ternura, no sabían qué decirse. Luego se hacía un silencio que pedía a gritos una ruptura. Se habrá ya advertido que ambos eran egoístas y que preferían la independencia a la falta de libertad. A ella no le hubiera gustado verlo dependiente. El apego puede ser muy molesto. No obstante, si él no pensaba en ella, ella lo tenía por poco cariñoso. En cuanto a él, se alegraba de una independencia, la de ella, que no podía por menos de criticar. Ambos querían erigirse como modelos. En este sentido cada uno escribió un libro. Él leería el de ella y ella leería el de él. Ella escribía como una mujer, él como un hombre, si bien la escritura tiene de suyo un tono muy sutil, es masculina y femenina a un tiempo y emerge de almas dichosas.

Robert Walser
Historias de amor
Madrid, Siruela, 2010


sábado, 26 de enero de 2013

Manuel Moya / Conspiración suprauniversal

Manuel Moya

Manuel Moya
CONSPIRACIÓN SUPRAUNIVERSAL

a Tomás Sánchez Santiago

A pesar de la lucecita verde que aparecía en el correo de mi ordenador, ayer prácticamente no pude pasarme por aquí, querido Tomás. Cuando muy de mañana traté de ganar la silla, vi que mi hijo -el más pequeño- otra vez se me había adelantado y ya estaba en mi puesto, bajándose -repito sus palabras-, “una película de alucinar, de ésas que a ti tanto te gustan, vaya, de las de volverte loco”. Yo tengo mi propia teoría sobre el asunto. Verás. Sé con toda garantía que mis hijos forman parte de una compleja fuerza de ocupación suprauniversal que, lejos de ocupar el territorio, se conforma con tomar aparatos estratégicos como televisores, ordenatas, teléfonos, impresoras, frigoríficos, duchas..., es decir, todo cuanto funcione por cable o esté conectado con dios sabe qué. Creo que mis hijos no son más que alienígenas que han usurpado la personalidad de mis verdaderos hijos, porque cuando les hablo, parecen no escucharme o si lo hacen es para pedirme -bueno, pedirme no es la palabra exacta- veinte euros para irse de marcha o vaya usted a saber qué, pero yo sé que ese dinero lo emplean en comprar armas y preparar la invasión. Tengo pruebas de que reciben instrucciones por estos mismos cables para tratar de volverme tarumba y he optado por hacerles creer que han conseguido su propósito, y me muestro dócil, obsecuente, generoso, como si no estuviera al tanto de que lo suyo forma parte de una conspiración suprauniversal, pero querido amigo, entre nosotros, durante los últimos meses he ido acumulando explosivos en el sótano. No sé lo que harás tú, pero yo, antes de rendirme, estoy dispuesto a llevarme por delante a estos malditos alienígenas hijos de la Gran Puta.




miércoles, 23 de enero de 2013

Manuel Moya / Qué va a ser de nosotros




Manuel Moya
QUÉ VA A SER DE NOSOTROS

Confundido, vuelvo a la habitación y busco por todas partes. No puedo entender qué es lo que quiere de mí. Mi mujer me observa pero prefiere quedarse en la puerta, con el corazón en vilo. Dónde estás, pregunto. Grito, dónde coño estás. Nada. El lamento sigue y sigue como si saliera del suelo. No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas, suplica mi mujer a mis espaldas, por dios, Javier, no lo hagas. Ya ha pasado otras veces: tengo doce años, acabo de descargar la escopeta sobre mi hermano y estoy llorando, no puedo parar de llorar. Pero mi mujer me grita que vuelva, que por dios no lo haga, que tenemos dos hijas, que qué va a ser de nosotros.


domingo, 20 de enero de 2013

Manuel Moya / Pulgares



Manuel Moya
PULGARES


Al abuelo lo habíamos despachado hacía meses al asilo. Se orinaba en la cama y hedía como un cocho. Pero a papá lo fregaron de verdad al botarlo de la gasolinera y, por los mismos días, Lita se marchó de casa y se fue a vivir ahorita no recuerdo dónde. Vivimos tranquilos unos meses, pues, pero cuando a papá se le acabó lo del desempleo, fuimos al asilo a recoger al abuelo que seguía hediendo a bodega. Su paga, mano, era lo uniquitito que nos llegaba. Mi padre andaba medio pendejo buscando trabajo en la milpa y dónde caía y yo cuidaba del abuelo y lo sacaba al sol todas la tardes. Todito estaba echado a perder. El abuelo se murió de madrugada. Lo encontramos tieso por la mañana y papá y yo nos quedamos mirando no más. Sin él, dijo papá, tú y yo estamos requetemuertos, así que tuvimos que enterrarlo en secreto aquella misma noche donde los chapulines, porque por allí no pasaban ni los coyotes. Días más tarde, ya en casa, nos dimos cuenta que ni siquiera disponíamos de su pulgar para firmar las mensualidades y allá que fuimos a desenterrarlo para cortarle el pulgar, que todavía estaría bueno, pero cuando llegamos, mano, encontramos la tierra removida. Pensamos que eran los coyotes pero no, habían sido nomás otros cabrones porque descubrimos con horror que se nos habían adelantado y le habían cortado los dos pulgares y allí que lo dejamos pues, para que se lo acabaran los cacalotes.




jueves, 17 de enero de 2013

Hernínsul Jiménez Mahecha / Quinto consagrado


Hermínsul Jiménez Mahecha
QUINTO CONSAGRADO

Las Escrituras mienten. Durante casi dos mil años se ha dicho una sola cosa: fueron tres y vinieron de Oriente con mirra, oro e incienso. Algunas tradiciones apócrifas citan a un cuarto que era pobre y fue el mejor recibido por el recién nacido. Lo cierto es que hubo un quinto: cargaba una lechuza en el hombro y la inconformidad en la mirada. De su suerte nadie habla. Parece que la estrella que guió a los primeros, en su caída, lo aniquiló. La lechuza aún hoy vuela.


Hermínsul Jiménez Mahecha
El dios ebrio y otras ficciones
Bogotá, Común Presencia Editores, 2009



lunes, 14 de enero de 2013

Raúl Brasca / La prueba



LA PRUEBA
Raúl Brasca

"Sólo cuando sea derribado tendrás a mi hija", había dicho el brujo. El hachero miró el tallo fino del árbol y sonrió con suficiencia. Un primer hachazo, formidable, marcó levemente el tronco. Otro, en el mismo lugar, apenas profundizó la herida. Bien entrada la noche, el hachero cayó exhausto. Descansó hasta el amanecer y hachó toda la jornada siguiente. Así día tras día. La herida se iba profundizando pero, a la par, el tronco engrosaba. Pasó el tiempo y el árbol se volvió frondoso; la muchacha perdió juventud y belleza. El hachero, a veces, alzaba los ojos al cielo. No sabía que el brujo conjuraba los vendavales, desviaba los rayos y alejaba las plagas que carcomen la madera. La muchacha encaneció y él seguía hachando. Ya casi no pensaba en ella. Poco a poco, la olvidó del todo. El día en que la muchacha murió no le pareció distinto de los anteriores. Ahora, ya viejo, sigue su pelea contra el tronco descomunal. No se le ocurre otra cosa: el silencio del hacha le produciría terror.


viernes, 11 de enero de 2013

Raúl Brasca / Ultima elección

Raúl Brasca

ÚLTIMA ELECCIÓN

El pez resuelto al suicidio evita veloz la red en la que moriría con sus compañeros, pasa de largo frente al anzuelo del pescador rutinario que hojea una revista y traga sin dudar el de un niño que recordará mientras viva los espasmos terribles de su asfixia.


martes, 8 de enero de 2013

Raúl Brasca / Felinos



Raúl Brasca
FELINOS

Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso tenso, irguió las orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo me concentré en él tanto como él en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la vez. Ahora ha vuelto al mismo lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como para controlar que todo está bien. Ovillado en mi sillón, aguardo expectante su veredicto. Tengo la boca llena de plumas.




sábado, 5 de enero de 2013

Raúl Brasca / Travesía



Raúl Brasca
TRAVESÍA

Caminaban a la par. Se habían jurado lealtad y que dividirían todo por mitades. Frente al desierto, igualaron el peso de sus alforjas y se internaron seguros. No los doblegaron la impiedad del sol ni el rigor de la noche y cuando se les acabó la comida repartieron el agua en partes iguales. Pero la arena era interminable. Paulatinamente, el paso se les hizo más lento, dejaron de hablar, evitaron mirarse. El día en que, con vértigo aterrador, sintieron que desfallecían, se abrazaron y, hombro a hombro, siguieron andando. Cayeron exhaustos al atardecer. Durmieron. Ya había amanecido cuando uno de ellos despertó sobresaltado: le faltaba parte de un muslo. El otro, que lo comía, continuó indiferente, terminó, volvió a tenderse, y como si completara un gesto irrevocable, atendió a la mano que su amigo le alargaba y le dio el cuchillo.





miércoles, 2 de enero de 2013

Raúl Brasca / Triángulo criminal


Ilustración de Virgie Pyrate

Raúl Brasca
TRIÁNGULO CRIMINAL

Vayamos por partes, comisario: de los tres que estábamos en el boliche, usted, yo y el “occiso”, como gusta llamarlo —todos muy borrachos, para qué lo vamos a negar— yo no soy el que escapó con el cuchillo chorreando sangre. Mi puñal está limpito como puede apreciar; y además estoy aquí sin que nadie haya tenido que traerme, ya que nunca me fui. El que huyó fue el “occiso” que, por la forma como corría, de muerto tiene bien poco. Y como él está vivo, queda claro que yo no lo maté. Al revés, si me atengo al ardor que siento aquí abajo, fue él quien me mató. Ahora bien, puesto que usted me está interrogando y yo, muerto como estoy, puedo responderle, tendrá que reconocer que el “occiso” no sólo me mató a mí, también lo mató a usted.