Fotografía de Flor Garduño |
Patricia Highsmith
LA MANO
Un joven pidió a un padre la mano de su hija y la recibió en una caja. Era su mano izquierda.
Patricia Highsmith
THE HAND
A young man asked a father for his daughter’s hand, and received it in a box — her left hand.
LA TELARAÑA DE PATRICIA HIGHSMITH
Dos frases afortunadas definen con acierto su vida y su obra. “Leer una novela de Patricia Highsmith es como tomar el té con una peligrosa bruja”. Javier Coma cita la frase pero no el autor. La otra es todavía más feliz y pertenece al renombrado crítico de The Observer Maurice Richardson: “La autora escribe sobre los hombres como una araña escribiría sobre las moscas”. Considerada, sobre todo en Estados Unidos, como una escritora de novela negra, un género menor, Patricia Highsmith es sin duda un peso pesado de la literatura. Dostovieski, Proust y Henry James son autores claves en su formación. Peter Handke y Graham Green pertenecen a su club de admiradores. Green juzga The Tremor of Forgery (El temblor de la falsifición) como la mejor de sus novelas. La autora, implacable con su propia obra, en sus últimos días, y según lo confiesa Elena Gosálvez, se sentía orgullosa solamente de esta obra. En el prólogo de Eleven, Green considera a Highsmith “una poeta de la aprensión y el recelo más que del miedo”. El miedo puede narcotizar con el tiempo, pero “el recelo hace vibrar los nervios suave e inescapablemente”. Uno pasa las páginas de sus novelas con el sigilo de un ladrón o como si allí se escondiera una alimaña dispuesta a saltar al rostro del lector.
Patricia Highsmith nació en Fort Worth, Texas, el 19 de enero (como Edgar Allan Poe) de 1921, y creció en Greenwich Village, el famosísimo barrio bohemio de Nueva York. Sus progenitores se divorciaron cuatro meses antes de su indeseado nacimiento y sólo conoció al padre biológico, Jay Bernard Plangman, a los doce años. La madre, Mary Coates, una artista comercial, se casó con Stanley Highsmith, otro ilustrador, y Patricia heredó el apellido de un hombre que nunca soportó e incluso odió a primera vista. Confundida y retraída, atormentada por evidentes problemas de identidad, Patricia Highsmith pasó la mayor parte de sus primeros años con la abuela materna, Willi Mae. “Desde muy pequeña aprendí a vivir con un intenso odio que me hacía tener sentimientos asesinos”, confesó alguna vez. Pintar, esculpir y escribir se convirtieron en tempranas aficiones. Estudió en el Barnard Collegue literatura inglesa, griego y latín, y se graduó en 1942. Decidida a ser escritora, publicó en Harper’s Bazaar a los 24 años su primer cuento, “The Heroine” (“La heroína”), una pequeña pieza maestra.
Su primera novela, Strangers on a Train (Extraños en un tren) se publicó en 1951 y al año siguiente fue llevada al cine por Alfred Hitchcock, con el guión de Raymond Chandler. La segunda novela, The Price of Salt (El precio de la sal), de tema lésbico, fue publicada bajo el seudónimo de Claire Morgan en 1952, y reconocida por su autora en 1984, cuando se reeditó como Carol. En su última novela, Small G, a Summer Idilly, como para redondear su obra, retoma el tema de la homosexualidad femenina. Highsmith publicó veinte novelas y siete colecciones de cuentos. Sus novelas más admiradas tal vez sean las cinco que dedicó a las aventuras criminales de Tom Ripley, un antihéroe, asesino y amoral. Alain Delon, dirigido por René Clément, lo representa en Plein Soleil. El director Wind Wenders probó suerte con el mismo personaje y el talento de Dennis Hopper en Der Amerikanische Freund (El amigo americano). Liliana Cavani, por su parte, dirigió a John Malkovich en The Ripley’s Game. Matt Damon, Barry Peppers y Jonathan Kent también encarnaron al malvado Thomas Ripley.
Highsmith pasó la mayor parte de su vida sola. Su adicción al alcohol, adquirida desde la adolescencia, se agudizó hasta el punto que bebía desde que se levantaba hasta que se acostaba. Ginebra, vodka y cerveza en la mañana, y wisky el resto del tiempo. Fumadora empedernida. Sus relaciones amorosas, una mezcla de placer y dolor, siempre fueron fugaces. Reacia a hablar de su vida privada, mantuvo un detallado diario sobre sus días y su trabajo en más de cien cuadernos que ahora son la delicia de los biógrafos. Hizo su primer viaje a Europa con los 6.800 dólares que le pagaron por los derechos cinematográficos de Extraños en un tren, y allí vivió (primero en Reino Unido y luego en Francia) la mayor parte de su vida adulta. En 1963 se estableció en Suiza. Pasó sus últimos años en una casita aislada, en Locarno, desayunando con pulmones de vaca crudos y escribiendo en la misma estruendosa máquina de palo de toda la vida. Apenas comía. Bebía leche y cerveza. Murió el 4 de febrero de 1995.
Aunque debe su fama a la novela y el cine, el talento de Highsmith como cuentista es innegable. Bastaría mencionar (y leer, por supuesto) dos de sus colecciones: Eleven (Once, también conocido como The Snail-Watcher and Other Stories, 1970) y Little Tales of Misogyny, 1974 (Pequeños cuentos misóginos), para confirmarlo. A este último y magnífico libro pertenece The Hand (La mano), cuyas dos primeras y célebres líneas inauguran la presente antología de cuento corto, "Mester de brevería", una expresión feliz del poeta Jorge Cadavid.
Pamplona, 27 de enero de 2011
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