La penitente, 1884 Juan García Mártinez Museo del Prado |
Beta Valenzuela
CONFESIÓN
"Me acuso de serle infiel a mi pareja". Silencio, no hay reacción. Sigo hablando. "No sé cómo ha llegado a suceder, supongo que el trabajar juntas todo el día... ha hecho que lo que al principio no era más que una amistad se haya ido convirtiendo en otra cosa". Entonces el cura me interrumpe y se cerciora de que la infidelidad se ha producido con una compañera y lo le digo que sí, que ha escuchado bien, que he dicho compañera, con "a", como yo. Entonces se refiere a "mi problema" como si se tratara de "mi enfermedad" y yo me lanzo al ataque. "Porque tengo dudas. Porque Dios nos manda amarnos los unos a los otros como él nos ama. Y el nos ama al margen de cual sea nuestro sexo. Luego si Dios es capaz de amar a un hombre tiene que poder entender que una mujer pueda ser capaz de amar a otra mujer. Porque él no dice que nos amemos los unos a los otros pero con cuidadito de no hacerlo con alguien de nuestro mismo sexo, él dice, simplemente, que nos amemos los unos a los otros". Entonces el cura me explica la diferencia entre el amor físico y el amor espiritual. "Pero yo, padre, no soy capaz de diferenciar los límites. Porque no sé discernir si un abrazo puede formar parte del amor espiritual... y un beso en la frente, o en la mejilla. No veo a Dios delimitando las zonas en las que podemos besar a una persona para no traspasar la línea que separa el amor físico del amor espiritual". Dándose cuenta de que la cosa no es sencilla, me pregunta si yo, de verdad, quiero la absolución.
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