Allí yacieron, pero con menos abandono que aquella noche. Ella buscaba algo y él buscaba algo, furiosamente, haciendo muecas, hundiendo cada uno el rostro en el pecho del otro, y sus abrazos y sus cuerpos que se alzaban no les hacían olvidar sino que les recordaban ese deber de buscar; como escarban los perros desesperados en el suelo, así escarbaban ellos en sus cuerpos y, desvalidos y decepcionados, buscando una última felicidad, recorrieron varias veces con la lengua el rostro del otro. Sólo el cansancio los dejó tranquilos y mutuamente agradecidos.
Franz Kafka, El castillo
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