James Salter
SOLDADO
Fuera del cuartel, a última hora de la noche, había cinco o seis siluetas sentadas en los peldaños, bebiendo y charlando. Reemstma se sentó cerca de ellos, sin decir nada; no quería romper el hechizo. Volvía a ser uno de ellos, como lo había sido en las frenéticas noches cuando limpiaban los fusiles y lustraban los zapatos hasta dejarlos relucientes como un espejo. La neblina de junio se extendió sobre la gran distancia que le separaba de aquellas interminables tareas de años atrás. Con qué ahínco se había entregado a ellas. Con qué ardor había creído en la imagen de un soldado. La había abrazado como una religión, y se había aferrado a ella en silencio, como un tullido se aferra a Dios.
"Hijos perdidos"
Anochecer
Anochecer
Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 107
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