domingo, 27 de octubre de 2013

Alice Munro / Happy

Ilustración de Andreas Sjöden
Alice Munro
FELIZ


Durante años pensé que volvería a encontrarme con Alister. Vivía, y aún vivo, en Toronto, y creía que todo el mundo acababa en Toronto alguna vez, aunque fuera de paso. Claro que eso no garantiza que vayas a ver a esa persona, suponiendo que lo desearas.
Al fin sucedió. Cruzando una calle concurrida, donde ni siquiera se podía aminorar el  paso.  Caminando  en direcciones  opuestas. Mirando al mismo tiempo, visiblemente impresionados,  nuestros  rostros  maltratados por el tiempo.
—¿Cómo estás? —me gritó.
—Bien —contesté. Y, por si acaso, añadí —: Feliz.
En aquel momento era verdad solo en general. Arrastraba una especie de discusión farragosa con mi marido, por el pago de una deuda en la que  se  había metido  uno  de  sus hijos. Aquella tarde había ido a ver una exposición en una galería de arte, para despejarme.
Me contestó una vez más.
—Bien hecho.
Aún pareció que podríamos abrirnos paso entre el gentío, que en un momento estaríamos juntos. Tan inevitable, sin embargo, como que seguiríamos  nuestro  camino. Y eso hicimos. No hubo un grito entrecortado, ni una mano en el hombro cuando llegué  a la acera.  Solo  el destello que capté en uno de sus ojos, apenas más abierto que el otro. El ojo izquierdo, tal como lo recordaba, siempre el izquierdo, que le daba aquella expresión de extrañeza, alerta y asombro, como si se le acabara de ocurrir una idea tan descabellada que diera risa.
Para mí fue igual que cuando me marché de Amundsen en aquel tren, todavía aturdida y perpleja.
La verdad es que en el amor nada cambia demasiado.


Alice Munro
"Amundsen"
Mi querida vida
Lumen, Barcelona, 2013



HAPPY
by Alice Munro

For years I thought I might run into him. I lived, and still live, in Toronto. It seemed to me that everybody ended up in Toronto at least for a little while. Of course that hardly means that you will get to see that person, provided that you should in any way want to.
It finally happened. Crossing a crowded street where you could not even slow down. Going in opposite directions. Staring, at the same time, a bare shock on our time-damaged faces.
He called out, “How are you?” And I answered, “Fine.” Then added for good measure, “Happy.”
At the moment this was only generally true. I was having some kind of dragged-out row with my husband, about our paying a debt run up by one of his children. I had gone that afternoon to a show at an art gallery, to get myself into a more comfortable frame of mind.
He called back to me once more:
“Good for you.”
It still seemed as if we could make our way out of that crowd, that in a moment we would be together. But just as certain that we would carry on in the way we were going. And so we did. No breathless cry, no hand on my shoulder when I reached the sidewalk. Just that flash, that I had seen in an instant, when one of his eyes opened wider. It was the left eye, always the left, as I remembered. And it always looked so strange, alert and wondering, as if some whole impossibility had occurred to him, one that almost made him laugh.
For me, I was feeling something the same as when I left Amundsen, the train carrying me still dazed and full of disbelief.
Nothing changes really about love.

From “Amundsen,” which appeared in “Dear Life”





jueves, 24 de octubre de 2013

Alice Munro / Fantasma


Alice Munro
FANTASMA

En la larga casa blanca, con sus esquinas de azulejo, vivía ahora gente nueva. Los Shantz se habían marchado a vivir a Florida. Enviaban naranjas a mis tías; Ailsa decía que aquellas naranjas conseguían que las que comprabas en Canadá te repugnaran. Los nuevos vecinos habían construido una piscina, que sobre todo utilizaban sus hijas -dos preciosas jovencitas que ni siquiera me miraban cuando nos cruzábamos por la calle- y los novios de éstas. Los arbustos habían crecido considerablemente entre el patio de mis tías y el de ellos, pero aun así podía verlos correr y empujarse alrededor de la piscina, sus alaridos, los chapuzones. Despreciaba sus payasadas porque me tomaba la vida en serio y tenía una idea mucho más elevada y noble del amor. Pero, de todas formas, me hubiera gustado atraer su atención. Me hubiera gustado que alguno de ellos viera mi pijama pálido moviéndose en la oscuridad y hubiera gritado de verdad, pensando que yo era un fantasma.


Alice Munro
"El amor de una mujer generosa"


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Biografía de Alice Munro




lunes, 21 de octubre de 2013

Alice Munro / Tabletas


Alice Munro
TABLETAS

Pero mientras ella jugaba al tenis, Lewis había muerto. De hecho se había matado. En la mesilla de noche había cuatro pequeñas tabletas de plástico con el dorso metalizado. Cada una había contenido dos poderosos calmantes. Al lado, en dos tabletas más, las gruesas cápsulas blancas seguían bajo las invioladas cubiertas de plástico. Cuando más tarde Nina las recogiera, descubriría que en el plástico metalizado de una de ellas había una marca, como si Lewis hubiera empezado a clavar la uña antes de decidir si ya era suficiente, o en el mismo instante hubiera perdido la conciencia.

     El vaso casi vacío. No había agua derramada.



Alice Munro
"Consuelo"
Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
RBA, Barcelona, 2003, p. 100

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Biografía de Alice Munro




viernes, 18 de octubre de 2013

Alice Munro / El vestido

El vestido negro
Ilustración de Triunfo Arciniegas
Alice Munro
EL VESTIDO

Recordaba otra vez, en Vancouver. Fue cuando Nichola iba al jardín de infancia y Judith era un bebé. Nichola había ido al médico por un resfriado, o quizá para un examen de rutina, y el análisis de sangre mostraba algo en sus glóbulos blancos, o que había demasiados o que se habían hecho grandes. El médico pidió más análisis y yo llevé a Nichola al hospital para que se los hicieran. Nadie mencionó la leucemia, pero yo sabía, desde luego, lo que estaban buscando. Y cuando llevé a Nichola a casa le pedí a la canguro que había estado con Judith que se quedase por la tarde, y me fui de compras. Me compré el vestido más atrevido que haya tenido nunca, una especie de funda de seda negra con algún adorno de encaje en el delantero. Recuerdo aquella radiante tarde de primavera, los zapatos altos en los grandes almacenes, la ropa interior con estampado de leopardo.


Alice Munro
Las lunas de Júpiter

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martes, 15 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / La muerte del Gaviero



Álvaro Mutis
LA MUERTE DEL GAVIERO

Días después, la lancha del resguardo encontró el planchón varado entre los manglares. La mujer, deformada por una hinchazón descomunal, despedía un hedor insoportable y tan extenso como la ciénaga sin límites. El Gaviero yacía encogido al pie del timón, el cuerpo enjuto, reseco como un montón de raíces castigadas por el sol. Sus ojos, muy abiertos, quedaron fijos en esa nada, inmediata y anónima, en donde hallan los muertos el sosiego que les fuera negado durante su errancia cuando vivos.


Álvaro Mutis
"En los esteros"
Caravansary


lunes, 14 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / Párpado

Ilustración de Natalie Shau
Álvaro Mutis
PÁRPADO

El párpado que vibraba con la autónoma presteza del que se sabe ya en manos de la muerte. El párpado del hombre que tuvo que matar, con asco y sin rencor, para conservar una hembra que ya le era insoportable.

Álvaro Mutis
"En los esteros"
Caravansary


domingo, 13 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / Chasquido

Hostess of the cooper hill
Gloom82
Álvaro Mutis
CHASQUIDO

Un chasquido de la madera, que lo despertó en el humilde hotel de la Rue du Rempart y, en medio de la noche, lo dejó en esa otra orilla donde sólo Dios da cuenta de nuestros semejantes.


Álvaro Mutis
"En los esteros"
Caravansary


sábado, 12 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / Paisaje

Fotografía de Alexander Berdysheff
Álvaro Mutis
PAISAJE

Aquella noche cuando el tren se detuvo en la ardiente hondonada. El escándalo de las aguas golpeando contra las grandes piedras, presentidas apenas, a la lechosa luz de los astros. Un llanto entre los platanales. La soledad trabajando como un óxido. El vaho vegetal que venía de las tinieblas. 


Álvaro Mutis
"En los esteros"
Caravansary


viernes, 11 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / Mi desordenado amor por la condesa Krystina Krasinska


Álvaro Mutis
QUIERO CONFESAR AQUÍ
MI DESORDENADO AMOR
POR LA CONDESA KRYSTINA KRASINSKA

Soy capitán del 3° de Lanceros de la Guardia Imperial, al mando del coronel Tadeuz Lonczynski. Voy a morir a consecuencia de las heridas que recibí en una emboscada de los desertores del Cuerpo de Zapadores de Hesse. Chapoteo en mi propia sangre cada vez que trato de volverme buscando el imposible alivio al dolor de mis huesos destrozados por la metralla. Antes de que el vidrio azul de la agonía invada mis arterias y confunda mis palabras, quiero confesar aquí mi amor, mi desordenado, secreto, inmenso, delicioso, ebrio amor por la condesa Krystina Kraskinska, mi hermana. Que Dios me perdone las arduas vigilias de fiebre y deseo que pasé por ella, durante nuestro último verano en la casa de campo de nuestros padres en Katowicze. En todo instante he sabido guardar silencio. Ojalá se me tenga en cuenta en breve, cuando comparezca ante la Presencia Ineluctable. ¡Y pensar que ella rezará por mi alma al lado de su esposo y de sus hijos! 

Álvaro Mutis
Caravansary


jueves, 10 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / Fin


Álvaro Mutis
FIN

El pito sordo de un tren que cruza por regiones nocturnas. El humo lento de las fábricas que sube hasta el cielo color manzana. Las primeras luces que enfrían extrañamente las calles. La hora cuando se desea caminar hasta caer rendido al borde de la noche. El viajero soñoliento en busca de un hotel barato. Los golpes de las ventanas que se cierran con un ruido de cristales retenidos por la pasta oleosa del verano. Un  grito que se ahoga en la garganta dejando un sabor amargo en la boca muy semejante al de la ira o el intenso deseo. Los tableros de la clase con palabras obscenas que borrarán las sombras. Toda esta cáscara vaga del mundo ahoga la música que desde el fondo profundo de la noche parecía acercarse para sumergirnos en su poderosa materia.

Nada ocurre.

1952

Álvaro Mutis
Primeros poemas


miércoles, 9 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / La caza del zorro


Álvaro Mutis
LA CAZA DEL ZORRO

Mi labor consiste en limpiar cuidadosamente las lámparas de hojalata con las cuales los señores del lugar salen de noche a cazar el zorro en los cafetales. Lo deslumbran al enfrentarle súbitamente estos complejos artefactos, hediondos a petróleo y a hollín, que oscurecen en seguida por obra de la llama que, en un instante, enceguece los amarillos ojos de la bestia. Nunca he oído quejarse a estos animales. Mueren siempre presas del atónito espanto que les causa esta luz inesperada y gratuita. Miran por última vez a sus verdugos como quien se encuentra con los dioses al doblar una esquina. Mi tarea, mi destino, es mantener siempre brillante y listo este grotesco latón para su nocturna y breve función venatoria. ¡Y yo que soñaba ser algún día laborioso viajero por tierras de fiebre y aventura!

Álvaro Mutis
Caravansary


martes, 8 de octubre de 2013

Álvaro Mutis / Bandera de escarnio

Née de la Vague©Lucien Clergue
Nu de la mer
Camargue, 1964
in Née de la Vague
Fotografía de Lucien Clergue

Álvaro Mutis
BANDERA DE ESCARNIO

Cruzaba los precipicios de la cordillera gracias a un ingenioso juego de poleas y cuerdas que él mismo manejaba, avanzando lentamente sobre el abismo. Un día, las aves lo devoraron a medias y lo convirtieron en un pingajo sanguinolento que se balanceaba al impulso del viento helado de los páramos. Había robado una hembra de los constructores del ferrocarril. Gozó de ella una breve noche de inagotable deseo y huyó cuando ya le daban alcance los machos ofendidos. Se dice que la mujer lo había impregnado en una sustancia nacida de sus vísceras más secretas y cuyo aroma enloqueció a las grandes aves de las tierras altas. El despojo terminó por secarse al sol y tremolaba como una bandera de escarnio sobre el silencio de los precipicios.

Álvaro Mutis
Caravansary


lunes, 7 de octubre de 2013

Alvaro Mutis / Sueño del fraile


Álvaro Mutis
SUEÑO DEL FRAILE

Transitaba por un corredor y al cruzar una puerta volvía a transitar el mismo corredor con algunos breves detalles que lo hacían distinto. Pensaba que el corredor anterior lo había soñado y que éste sí era real. Volvía a trasponer una puerta y entraba a otro corredor con nuevos detalles que lo distinguían del anterior y entonces pensaba que aquél también era soñado y éste era real. Así sucesivamente cruzaba nuevas puertas que lo llevaban a corredores, cada uno de los cuales era para él, en el momento de transitarlo, el único existente. Ascendió brevemente a la vigilia y pensó: “También ésta puede ser una forma de rezar el rosario”.

Álvaro Mutis
La mansión de Aracaíma


domingo, 6 de octubre de 2013

James Salter / Soldado


James Salter
SOLDADO

Fuera del cuartel, a última hora de la noche, había cinco o seis siluetas sentadas en los peldaños, bebiendo y charlando. Reemstma se sentó cerca de ellos, sin decir nada; no quería romper el hechizo. Volvía a ser uno de ellos, como lo había sido en las frenéticas noches cuando limpiaban los fusiles y lustraban los zapatos hasta dejarlos relucientes como un espejo. La neblina de junio se extendió sobre la gran distancia que le separaba de aquellas interminables tareas de años atrás. Con qué ahínco se había entregado a ellas. Con qué ardor había creído en la imagen de un soldado. La había abrazado como una religión, y se había aferrado a ella en silencio, como un tullido se aferra a Dios. 


James Salter
"Hijos perdidos"
Anochecer
Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 107


Lea, además
"La última noche", cuento de James Salter


sábado, 5 de octubre de 2013

James Salter / Espresso


James Salter
ESPRESSO

-Oye, Brenda, se me ha olvidado. ¿Es espresso o expresso? -le preguntó Frank. 
-Espresso.
-¿Cómo lo sabes?
-Soy de Nueva York -contestó ella.
-Es cierto -recordó-. Los italianos no tienen la equis, ¿verdad?
-Y tampoco la jota -dijo Alan.
-¿Y eso por qué?
-Son así de descuidados -intervino Brenda-. Simplemente, las pierden.


James Salter
"American Express"
Anochecer
Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 48


Lea, además
"La última noche", cuento de James Salter


viernes, 4 de octubre de 2013

James Salter / Venecia

Palazzo Brandolini, Venise, 1979©Lucien Clergue
Palazzo Brandolini
Venise, 1979
Fotografía de Lucien Clergue

James Salter
VENECIA

La verdosa agua chapoteaba mientras la oscuridad caía sobre Venecia. En algunos palazzos, las luces estaban encendidas. Tras los cortinajes de los pisos superiores, las piernas de alguna condesa se desenredaban, deslizándose sobre las sábanas como una serpiente.



James Salter
"American Express"
Anochecer
Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 50


Lea, además
"La última noche", cuento de James Salter


jueves, 3 de octubre de 2013

James Salter / Separación


James Salter
SEPARACIÓN
Traducción de Antonio Puigrós

Ella se quedó con la casa. Había ido una sola vez al piso de la calle Ochenta y Dos, con sus grandes ventanales desde los que, si apretabas la mejilla contra el cristal, podías ver las escalinatas de la entrada al Museo Metropolitano de Bellas Artes. Un año después, él volvió a casarse. Durante un tiempo, ella había virado sin rumbo. Por las noches se sentaba en la sala de estar vacía, casi desvalida, sin preocuparse por comer, por hacer nada, acariciando la cabeza del perro y hablándole, acurrucada en el sofá a las dos de la madrugada y todavía sin desvestir. Un cansancio fatal se había apoderado de ella, pero después se serenó, empezó a ir a la iglesia y volvió a pintarse los labios.



James Salter
"Anochecer", en Anochecer
Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 124

Lea "Anochecer", el cuento completo:
De otros mundos



miércoles, 2 de octubre de 2013

James Salter / Una palabra



James Salter
UNA PALABRA

-¿Qué ocurre? -gritó ella-. ¿Qué te pasa?
La luz se acercaba por todos lados y se extendía por encima del césped. Los sagrados murmullos se desvanecían. No podía perder ni un momento. Pegadas las manos a la cabeza, corrió por el pasillo en busca de un lápiz mientras su esposa corría tras él, suplicándole que le dijera lo que pasaba. Las palabras se desvanecían, tan sólo una le quedaba, inútil sin las demás, y sin embargo de un valor incalculable. Mientras garabateaba, la mesa se estremeció. En la pared, una foto empezó a temblar. Su esposa, sosteniéndose el cabello con una mano, leyó lo que él había escrito. Mantenía la cara muy cerca del papel.
-¿Y eso qué significa? -preguntó.


James Salter
"Akhnilo"
Anochecer
Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 120


Lea, además
"La última noche", cuento de James Salter