viernes, 28 de diciembre de 2012

Ramón Gómez de la Serna / La cleptómana



Ramón Gómez de la Serna
LA CLEPTÓMANA

Era poderosa y aristocrática, pero tenía la obsesión de las cucharillas.
Es esa una cleptomanía corriente, sobre todo en los palacios reales, y por eso hubo reyes que cambiaron las de oro por otras de similor, para evitar que se llevasen costoso "recuerdo de S. M".
Poseía cucharillas de los mejores hoteles del mundo, de las casas más nobles —con el escudo en el agarradero–, y hasta algunas arrancadas a las colecciones napoleónicas.
Un día, sin poder resistir mi curiosidad, le pregunté qué se proponía almacenando tantas cucharillas. Entonces la cleptómana me dijo en voz baja: 
—Vengarme del mundo... Dejarlo sin una cucharilla...Que muevan el café con tenedor.



martes, 25 de diciembre de 2012

Ramón Gómez de la Serna / La caracola

Caracol
Cartagena de Indias, 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Ramón Gómez de la Serna
LA CARACOLA

Al ponernos al oído aquella caracola escuchábamos ruido de mar y gritos de náufragos.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Luis Gonzali / Capitalismo



Luis Gonzali
CAPITALISMO

Empezó con diez ovejas. Las cuidaba, las contaba, y cuando no las ocupaba las guardaba en su establo. Después de un tiempo necesitó más, y para poder comprarlas empezó a vender la lana de las que ya tenía. Después de varios meses de mucho trabajo llegó a tener cincuenta. Por supuesto, tuvo que construir un establo más grande, invertir en infraestructura para trasquilarlas y en un par de pastores para cuidarlas.
   Sus vecinos empezaron a verlo con celo y envidia y él empezó a dudar de ellos. Es por eso que también invirtió en vigilancia: rejas electrificadas, cámaras de circuito cerrado, guardias de seguridad.
   Cuando llegó a tener doscientas, desconfiaba incluso de sus empleados. Es por eso que empezó a hacer guardias nocturnas. Escopeta en mano y con la convicción de que nunca perdería a ninguna, vigilaba escondido entre los arbustos: nunca nadie le iba a robar a las ovejas que contaba para dormir, aunque las tuviese que vigilar personalmente, aunque le costara el sueño de todas las noches.





miércoles, 19 de diciembre de 2012

Barry Gifford / Eclipse


Barry Gifford
ECLIPSE


Todo mundo sabe que los eclipses son producidos por un puma que devora al sol. Mi abuela boliviana decía que cuando hay eclipse es que el sol está enfermo. Mi gente, los quechuas, encienden fogatas para calentar la tierra, y los niños se ponen a gritar y pegan a las bestias con palos para que ahuyenten al puma con sus chillidos. 


Barry Gifford
El asunto de Sinaloa
Barcelona, Ediciones Destino, 1999, p. 21






domingo, 16 de diciembre de 2012

César Acosta / La búsqueda



César Acosta
LA BÚSQUEDA


Adolfo Ganett, famoso médico inglés del siglo pasado, tuvo una revelación maravillosa en su clínica de Londres: un enfermo le comunicó que había averiguado, en un sueño azul, que la muerte era solamente una infinita galería de retratos.
—Quien encuentre el suyo entre los millones de rostros desaparecidos— agregó el confidente —podrá reencarnar.
Ganett murió en 1895, en Escocia. En su lecho final, el rostro le sonreía con dulce misterio de quien espera emprender una gratísima búsqueda.



jueves, 13 de diciembre de 2012

Borges / Adivino



Jorge Luis Borges
ADIVINO

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado...




lunes, 10 de diciembre de 2012

Borges / La trama



Jorge Luis Borges

LA TRAMA


Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
   Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.






viernes, 7 de diciembre de 2012

Borges / El degollador



Jorge Luis Borges
EL DEGOLLADOR

Nadie se acuerda de la quema de las iglesias, ni del asesinato de Juan Duarte, ejecutado por orden de Perón. Yo no puedo hablar con imparcialidad; mi madre, mi hermana y mi sobrino estuvieron en la cárcel. A mí me echaron de un puesto mínimo que ocupaba en una biblioteca de las afueras. Un detective me seguía a todos lados. Al final nos hicimos amigos y él me dijo: “Discúlpeme, Borges, pero yo tengo que ganarme la vida”. Entonces, para consolarlo, le conté que mi padre había conocido a un viejo soldado, degollador de oficio —un buen hombre que cumplía con su deber—, y procedía siempre de la misma manera. Los prisioneros estaban sentados en el suelo con las manos atadas a la espalda. El degollador se les acercaba, les daba una palmadita en el hombre y les decía: “Ánimo, amigo, más sufren las mujeres cuando paren”. Luego los degollaba rápidamente, de un solo tajo. Parece que era casi indoloro…  


Esteban Peicovich
El mundo según Borges, el palabrista
Bogotá, Icono, 2011.
Páginas 124 y 125


martes, 4 de diciembre de 2012

Borges / Mala suerte


Jorge Luis Borges
MALA SUERTE

Chang Tzu nos habla de un hombre tenaz que, al cabo de tres ímprobos años, dominó el arte de matar dragones y que en el resto de sus días no dio con una sola oportunidad de ejercerlo.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Jorge Luis Borges / Episodio del enemigo

Archivo:El zapatero de viejo (Domingo Marqués).jpg
El zapatero viejo, 1870 - 1875
Francisco Domingo Marqués
Museo del Prado, Madrid
Jorge Luis Borges
EPISODIO DEL ENEMIGO

Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con el bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
-Uno cree que los años pasan para uno -le dije-, pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Entonces me dijo con voz firme:
-Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
-En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es ese niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
-Precisamente porque ya no soy aquel niño -me replicó- tengo que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
-Puedo hacer una cosa -le contesté.
-¿Cuál? -me preguntó.
-Despertarme.
Y así lo hice.