Lafcadio Hearn
EL PADRE Y EL HIJO
En un pueblo de la provincia de Izumo vivía un campesino tan pobre que cada vez que su mujer daba a luz a un hijo, lo arrojaba al río.
Seis veces renovó el sacrificio. Al séptimo alumbramiento, se consideró ya suficientemente rico como para conservar al niño y educarlo.
Poco a poco, con gran sorpresa suya, fue encariñándose con el pequeño.
Una noche de verano se encaminó a su jardín con el infante en brazos. Este tenía cinco meses.
La noche, iluminada por una luna inmensa, era tan resplandeciente que el campesino exclamó:
-¡Ah, qué noche tan maravillosamente hermosa!
Una noche de verano se encaminó a su jardín con el infante en brazos. Este tenía cinco meses.
La noche, iluminada por una luna inmensa, era tan resplandeciente que el campesino exclamó:
-¡Ah, qué noche tan maravillosamente hermosa!
Entonces el niño, mirándolo fijamente y expresándose como persona mayor dijo:
-¡Padre, la última vez que me arrojaste al agua, la noche era tan hermosa como esta, y la luna nos miraba como ahora!
-¡Padre, la última vez que me arrojaste al agua, la noche era tan hermosa como esta, y la luna nos miraba como ahora!
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