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Fotografía de Flor Garduño |
Cecilia Magaña ChávezMILAGRITOS
El polvo de la callejuela se le subía a la nariz, haciéndole cosquillas; seguía corriendo, apretando el bulto.
Dio vuelta en la esquina. Sus zapatos chocaron con el empedrado de bajadita, casi resbalando por el impulso que llevaba.
Ya veía el kiosco, y más allá, la iglesia.
Aligeró el paso, miró a un lado y al otro de la plaza.
Comprobando no hubiera nadie que la reconociera en su actividad nocturna.
Vino a su mente el recuerdo de los ojos del padre Ramiro, clavados sobre ella durante la misa de seis…
Era joven… pero no tonto; la había estado observando todo el sermón.
El corazón de dieciséis años de Margarita se aceleró, al encontrar el portón de la sacristía abierto para ella.
La sangre se le bajó a los tobillos…
Ahí estaba él, aguardándola con una sonrisa sospechosa.
Detrás del padre estaba el San Antonio; quien consigue novios a jovencitas y solteronas.
—Él y yo te estábamos esperando… —dijo el sacerdote refiriéndose al santo de brazos vacíos, extendiendo la mano hacia ella.
Margarita, temblorosa, le entregó el bultito que cargaba contra su pecho.