Triunfo Arciniegas
EL REY TUERTO
La gente se rendía ante el rey calvo, tuerto, borracho y lujurioso, y si alguien se atrevía a señalar su fealdad o cuestionar alguno de sus mandatos, de inmediato le cortaban la cabeza y la clavaban en una estaca. Con el resto alimentaban a las fieras.
La gente aplaudía los discursos aunque el rey apareciera en el balcón borracho o desnudo o con dos o tres de sus mujerzuelas. A todos les parecía sabio y gracioso. Una le sostenía la corona y otra el cetro o lo que fuera, y la última le secaba el sudor con un pañuelo.
Un ojo, un solo ojo, adornaba la puerta del palacio.
"El ojo de Dios", consideraron los más estúpidos. El ojo que todo lo ve y todo lo sabe. El ojo que no duerme. El ojo que fornica. Ojo y Dios se confundieron.
La gente se tapaba un ojo con un parche negro y escondía su melena o simplemente se rasuraba en señal de respeto, y en sus oraciones agradecía que el rey no fuese cojo o manco.
Nadie merecía ser más que el rey.
"No merecemos ni aire que respiramos", dijeron los imbéciles. "Patria o muerte", rezaron, con el ojo cerrado.
El terror dominaba el reino.
Las cabezas clavadas en las estacas y las banderas rojas, con el ojo en el centro, bordeaban el sendero al palacio.
Nubes de moscas ensombrecían el paisaje hasta que el sol resecaba las cabezas.
El viento gemía, arrastraba el polvo de los caminos y desgarraba las banderas.
De noche, los gemidos del viento se mezclaban con el alboroto del palacio y el clamor de los torturados de los calabozos.
La gente, la misma que antes celebró las borracheras y los desmanes del tirano, sellaba puertas y ventanas, muerta de miedo.
Las fieras patrullaban las calles.
11 de febrero de 2022
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