Isaak Bábel
EL CEMENTERIO DE KOSIN
El cementerio de una pequeña ciudad judía: Assyria. Y el misterioso umbral del Oriente en los campos volinios, plagados de cizaña…
Piedras grises talladas, con inscripciones de trescientos años. Relieves toscos cincelados en el granito. Un pez y un cordero sobre una calavera. Rabinos con gorros de piel. Las caderas estrechas de los rabinos están ceñidas con correas. Y bajo sus rostros ciegos se retuerce la línea de piedra de sus barbas ondulantes. A un lado, debajo de una encina partida por un rayo, la cúpula funeraria del rabino Asriel, a quien mataron los cosacos de Bogdan Chmelnitski. Cuatro generaciones yacen en esa sepultura, miserable como la choza del aguador. En la lápida, enverdecida de musgo, se entona una plegaria beduina y palabrera:
Asriel, hijo de Chanaías, labio de Jehová.
Elías, hijo de Asriel, cerebro que recogió el desafío con el olvido.
Wolf, hijo de Elías, príncipe que fuiste arrebatado a la Tora en la decimonovena primavera.
Jehuda, hijo de Wolf, rabino de Cracovia y de Praga.
¡Oh Muerte, oh ladrona codiciosa y voraz! ¿Por qué no nos perdonaste siquiera una vez?
Caballería roja