martes, 26 de enero de 2016

Ana María Shua / 69



Ana María Shua
69

Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.



viernes, 22 de enero de 2016

Ana María Shua / La caricia perfecta


Ana María Shua
La caricia perfecta

No hay caricia más perfecta que el leve roce de una mano de ocho dedos, afirman aquellos que en lugar de elegir a una mujer, optan por entrar solos y desnudos en el Cuarto de las Arañas.


lunes, 18 de enero de 2016

Ana María Shua / Qué sueño

Fotografía de Helmut Newton

Ana María Shua
QUÉ SUEÑO

¡Qué sueño!, digo, desperezándome. ¿Qué sueño?, me pregunta mi interlocutor. El sueño que tengo, contesto yo. Es decir, usted.




viernes, 15 de enero de 2016

Ana María Shua / Artistas del trapecio

Fotografía de Karine Thevenau

Ana María Shua
ARTISTAS DEL TRAPECIO

No tengas miedo, volará, heredó nuestros genes, dice el artista del trapecio. Y desde el punto más alto lanza a su hija, un bebé todavía, por el aire, hacia los brazos de la madre aterrada e infiel. No debería temer: por las artes de su verdadero padre, el mago, la niña realmente vuela. O les hace creer que vuela.




sábado, 9 de enero de 2016

Jean Rhys / Garras


Jean Rhys
GARRAS


En cuanto le tocó, su corazón empezó a hinchársele hasta que le tocó la garganta. Se le hinchó y de él salían afiladas garras y las garras se le clavaban cada vez más profundamente.

«Dios mío», dijo ella y se levantó y descorrió las cortinas y vio la cara de él al sol. «Dios mío», dijo mirando su cara al sol y se arrodilló junto a la cama tomándole su mano entre las suyas sin hablar ni pensar ya.

Jean Rhys / El ruido del río



jueves, 7 de enero de 2016

Ana María Shua / Leones y domador


Ana María Shua
LEONES Y DOMADOR


Un grupo de leones se ha puesto de acuerdo en comprar un domador, pero tienen poco dinero. Todo lo que consiguen es un anciano desdentado (aunque con su dentadura postiza) que fuera domador de potros en su juventud. Se llama Francisco Nicomedes Rojas y es de Sunchales. Los leones rugen como si fueran feroces, el viejo hace restallar el látigo, hay que admitir que se lo ve adecuadamente frágil y aun así el público se fastidia. Les iría mejor con una jovencita rubia, de aspecto tímido, pero son demasiado caras, están ahorrando.

Ana María Shua
Fenomenos de Circo 
Páginas de espuma, 2011



lunes, 4 de enero de 2016

Ana María Shua / 100


Ana María Shua
100

Mientras Aladino duerme, su mujer frota dulcemente su lámpara maravillosa. En esas condiciones, ¿qué genio podría resistirse?

Ana María Shua en Casa de Citas


domingo, 3 de enero de 2016

Mario Sánchez Carvajal / Niñas



Mario Sánchez Carvajal

Niñas

Cuando éramos niños nos daba mucho asco y mucho miedo. Estaba viejo y solo. Vivía envuelto en harapos y apestaba a orines. Por ahí rumoreaban que se tragó a sus hijas y que por eso se había vuelto teporocho.

Una vez yo estaba formado en la cola de las tortillas y me llegó un olor asqueroso, como al camión de la basura. Me volví para ver de dónde emanaba aquella pestilencia y me topé con él. Lo vi a los ojos y sentí en la panza un vacío como si estuviera cayendo desde la azotea del edificio más alto de la ciudad, y casi me orino del susto cuando en el fondo, muy en el fondo de aquellos ojos rojos, alcancé a mirar un par de niñas pequeñas.

De La línea de las metamorfosis,
ganador del Premio Nacional de
Cuento Breve Julio Torri 2013






sábado, 2 de enero de 2016

Cristina Peri Rossi / 32


Cristina Peri Rossi
32


   L
a poseí a los ocho años en medio de nuestros juegos infantiles. Desde entonces no he dejado de hacerlo, con regularidad, durante tanto tiempo. Si llueve, la poseo despacio, para armonizar su rumor (el de sus piernas recogidas sobre la sábana) al de la lluvia que cae. Si el día es templado, la poseo con violencia para dejarla completa y terminada, como un cuadro.
                Entonces, a las ocho años, la tomé sin querer, estrechándola en un juego. Mi mano fue como un insecto horadando un laberinto. Y qué sorpresa de patios y desvanes. El premio fue el agua dulce que le manó entre las piernas y mojó las enredaderas, la enamorada del muro y las campánulas, como una lluvia inesperada y saludable. No he dejado nunca de beber en esa fuente: ella me ha ofrecido su jugo todos los días.
                A los ocho años yo le regalé una luciérnaga, y ella me dio una flor. La luciérnaga la conservó en una caja, junto a una rama de pino; la flor la guardé en las páginas de un libro, donde dibujó un redondel aroma. Desde que la poseí por primera vez a los ocho años no he dejado de hacerlo. A menudo ella me dice:
                -Me hubiera gustado que me poseyeras a los ocho años, en medio de nuestros juegos. Y que desde entonces no dejaras de hacerlo nunca, colocando tu suave mano sobre mi vientre, allí donde termina en hondonada. Y me hubieras alcanzado animales pequeños en sus cajas, como testimonio de tu amor y cubrieras mi cuerpo desnudo de hojas lanceoladas recogidas del jardín, que fueran dejándome por las estaciones de la piel su olor y su humedad. Sobre las cuales pasarías tu lengua, para arrancármelas, cuando ellas se me hubieran fijado al cuerpo.

                Entonces la vuelvo a poseer, como si tuviéramos ocho años.



viernes, 1 de enero de 2016

Jhumpa Lahiri / La madre de Shoba

Ilustración de Triunfo Arciniegas

Jhumpa Lahiri
BIOGRAFÍA
LA MADRE DE SHOBA


Desde septiembre el único invitado había sido la madre de Shoba. Llegó desde Arizona y se quedó con ellos dos meses después de que Shoba regresase del hospital. Cocinaba la cena todas las noches, manejaba hasta el supermercado, lavaba la ropa, la guardaba. Era una mujer religiosa. Tenía un pequeño altar, una imagen enmarcada de una diosa con cara color lavanda y un plato con pétalos de caléndula en la mesita junto a su cama en el cuarto de invitados, y dos veces al día rezaba pidiendo nietos saludables en un futuro. Era amable con Shukumar (el marido de Shoba) sin ser amistosa. Doblaba sus suéteres con la habilidad que había aprendido de su trabajo en una tienda departamental. Remplazó un botón en su abrigo de invierno y le tejió una bufanda azul y beige presentándosela a Shukumar sin ninguna ceremonia, como si sólo se le hubiera caído y no se hubiera dado cuenta. Nunca le hablaba de Shoba. Una vez, cuando él mencionó la muerte del bebé, dejó de tejer, lo miró, y le dijo “Pero tú ni siquiera estabas ahí.”

Fragmento de