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Manuscrito de "La sirena de agua dulce"
Versión 19, página 17
30 de septiembre de 2015 |
ADONAY SÓLO ERA DE ADONAY
No.
Adonay no entregaría su voz, su dulce voz, por un par de piernas. No perdería
la cabeza por un príncipe azul ni por ningún capitán portugués de ojos verdes.
Adonay
sólo era de Adonay.
Durante noches había seguido
las luces de los barcos dormidos. Plácidas noches salpicadas de estrellas. Toda
curiosa y algo fascinada, había seguido la música de las fiestas móviles de
caballeros elegantes y mujeres locas.
Era feliz cuando alguna dama
ebria arrojaba al mar collares y tacones. O pretendía lanzarse desnuda a las
profundidades.
Noches plácidas y noches
tormentosas.
Naufragios.
Adonay había visto descender al
fondo de los mares los ahogados más bellos, con los corbatines intactos, los
viejos músicos, todavía aferrados a sus instrumentos, y las mujeres, con todas
sus joyas y los cabellos desplegados como medusas.
Y de tanta belleza, al final, sólo quedaban los
huesos.