Fotografía de Zena Holloway |
Gonzalo Arango
LA MONJA Y EL RÍO
Nunca pude escribir la historia de esa monjita de Pereira que me contó el doctor Uribe. Era sobre una niñita que había quedado huérfana a los dos años, y desde entonces vivía enclaustrada en el convento, sin ver el mundo. Ahora tenía veinte, y estaba enferma, y quizá iba a morir. Al convento sólo podía entrar un hombre, y eso en casos desesperados. Ese hombre era mi amigo, el médico, una especie de patriarca, el único mortal con licencia para penetrar en aquellos muros inexpugnables. Cuando examinó a la monjita en su lecho, ella tenía el rostro oculto tras un velo negro, como usan las mujeres en Oriente. A través del velo se podía adivinar una belleza lánguida que lentamente se extinguía en la fiebre. El médico, que sólo hacía preguntas profesionales, se atrevió a preguntar a la monjita algo que lindaba en los terrenos de la poesía, y que podía quedar como la expresión de su última voluntad. Era esto:
—Monjita, ¿qué es lo que más te gustaría conocer del mundo de afuera?
Y ella contestó dulcemente:
—Un río.
Gonzalo Arango
Obra Negra
Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohlé, 1974
estubo bn
ResponderEliminarCual es la forma en que esta narrado
ResponderEliminar2da persona
EliminarCuál es la forma en que está narrafo
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