Por haber jugado con el ventilador, la niña tiene la punta amputada del meñique.
Desde entonces las tres muñecas, de castigo, tienen el mismo dedo cortado con tijeras.
Por haber jugado con el ventilador, la niña tiene la punta amputada del meñique.
Desde entonces las tres muñecas, de castigo, tienen el mismo dedo cortado con tijeras.
Han Fang
EL PERRO
Traducción de Sunme Yoon
…el perro que me mordió está atado a la motocicleta de papá. Quemaron los pelos de su cola y me los pusieron en la herida de la pantorrilla, cubriéndolos con una venda. Tengo nueve años y estoy de pie delante de la puerta de casa. Es un caluroso día de verano. Aunque esté quieta, estoy empapada en sudor. El perro tiene la lengua fuera colgando de la mandíbula y respira agitado. Es un perro blanco más grande que yo y muy bonito. Antes de que mordiera a la hija de su amo, era conocido en todo el barrio por su inteligencia.
Mientras lo chamusca colgado de un árbol, papá dice que no le pegará, pues había escuchado en alguna parte que la carne de los perros que mueren corriendo es más tierna. Papá pone en marcha el motor y la motocicleta comienza a correr. El perro también. Da vueltas por las calles haciendo siempre el mismo camino. Sin moverme, permanezco de pie ante la puerta viendo como el perro se va agotando poco a poco, resollando fuerte y con los ojos desorbitados. Cada vez que mi mirada se encuentra con sus ojos brillantes, los míos se agrandan.
«Perro malo, ¿cómo pudiste morderme?».
Al dar la quinta vuelta, sale espuma de la boca del perro y se escurre un hilo de sangre de la cuerda que amarra su cuello. Gime de dolor y corre arrastrándose. A la sexta vuelta, vomita una sangre negruzca. Sangra por el cuello y por la boca. Con la espalda bien derecha, observo cómo le corre la sangre mezclada con la espuma y cómo centellean sus ojos. Espero verlo aparecer en la séptima vuelta, pero veo en su lugar a papá que lo trae todo estirado en la parte de atrás de la motocicleta. Sus patas cuelgan inertes y sus ojos están abiertos y sanguinolentos.
Aquella noche hubo un banquete en casa. Vinieron todos los hombres del mercado a los que papá conocía. Como todos decían que debía comer la carne del perro que me había mordido para que se me curara la herida, yo también comí un bocado. En realidad, me comí un cuenco entero del guiso mezclado con arroz. Me llenó la nariz el olor a perro que las semillas de perilla no lograban tapar. Recuerdo sus ojos reflejándose en la sopa, los ojos con los que me miraba cuando vomitaba sangre con espuma. No me importó. De verdad, no me importó en absoluto.
Ilustración de Dr. Alderete |
¿Por qué escapó, por qué se asustó? Unos cientos de metros mar adentro, desde los arcos de Mismaloya en Puerto Vallarta, hay un abismo, un precipicio. Los buceadores le tienen extremo respeto y cuidado si van a acercarse: ya han desaparecido varios en esa profundidad que parece infinita. El abismo puede ser categorizado dentro de la zona mesopelágica, donde la luz del sol comienza a ser muy escasa y los peces desarrollan bioluminiscencia. En febrero de 2020, antes de que la pandemia llegara a América, al menos de forma oficial, apareció en la playa de Puerto Vallarta un animal con cierto parecido a un delfín, pero sin ojos, con una dentadura intimidante, sin aletas; con algo de anguila. Estaba muerto. Escapó del abismo. Ascendió. Subió mil metros, solo, y vino a morir al sol que jamás había conocido ni imaginado. ¿Qué ocurrió debajo para espantarlo así? ¿Por qué sólo él llegó a la playa? ¿Acaso fue expulsado? ¿Lo que duerme en el abismo despertó y él quiso anunciarlo de alguna manera, aún a costa de su propia vida?
Mariana Enriquez
El Terror
Cuando El Terror apareció, todos recordaron al trailer con los 273 cadáveres que circuló por Guadalajara y aparcó en Tlajomulco. Al principio se creyó que era carne de cerdo la que se pudría y emanaba un olor insoportable. Pronto se supo que eran cuerpos muertos, la mayoría sin identificar e imposibles de ubicar en las morgues saturadas. Pero el caso de El Terror, aunque similar, es más extraño. El camión deja restos de fluidos a su paso y las bolsas de basura, llenas, se acomodan sobre el techo e incluso sobre la cabina. Sólo transita de noche y su peste provoca el asco más visceral: el olor permanece suspendido durante horas en el ambiente. Los vecinos denuncian; quieren saber si carga con muertos y si esos muertos pueden ser sus familiares. O quiénes son, sencillamente. Las autoridades dicen que tan sólo se trata de un camión de basura que transporta residuos especiales, patológicos y tóxicos. El camión, sin embargo, no parece seguir ninguna medida de seguridad que sustente esta afirmación. Es un vehículo común y corriente con la particularidad de que huele a muerto. Algunos vecinos aseguran que jamás vieron al conductor, si es que lo tiene.
El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021
Mariana Enriquez
After Charlotte Moorman
En 1967, Charlotte Moorman fue presa por tocar el violloncello “parcialmente desnuda”, según las autoridades. Estaba ejecutando la Opera Sextronique de Nam June Paik, el músico coreano; Paik también fue detenido. Él tocaba el cello arrodillado frente a Charlotte. En consecuencia, echaron a Charlotte de la Orquesta Sinfónica de los Estados Unidos. En 1972 ejecutó una pieza llamada “Ice Music For London”, de Jim McWilliams, también desnuda; el cello estaba hecho de hielo y aunque mientras tocaba no sentía nada, porque el instrumento se derretía y ella estaba en placer pleno, al otro día descubrió que el hielo le había quemado la piel. “Estaba destruída”, contó. “Me quemaba, mi seno izquierdo estaba en llamas, sufría. Así que fui a la farmacia, pero no podía decirle que había estado tocando un cello de hielo, así que le dije ‘mi marido y yo quedamos atrapados en los Alpes, expuestos a la nieve muchas horas’”. Casi una premonición: Charlotte supo poco después que tenía cáncer de mama. Sobrevivió 13 años y siguió tocando, incluso después de una mastectomía. Cuando se estaba muriendo, en la cama de hospital, le dijo a su marido –y fue lo último que dijo--: “No tires nada”. Así sobrevivieron en su departamento de Manhattan el cello que hizo con televisores y el que diseñó con jeringas, un recuerdo tenebroso y exquisito de su enfermedad.
El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021
Mariana Enriquez
Sombra
El rumor decía que iban a rebelarse los espejos. Que dejarían de reflejarnos, es decir, que ya no reproducirían nuestros movimientos, ni nuestros gestos. El reflejo nos sacaría la lengua, cerraría los ojos cuando nosotros los abríamos, nos mostrarían la nuca en vez de la nariz. Y hasta podría aparecer una cara totalmente distinta a la nuestra en el espejo, para volvernos locos. Pero eso nunca sucedió y la desobediencia fue más sutil. Fueron las sombras quienes dejaron de reproducir nuestros movimientos. En muchos casos se atrasaban de modo que uno podía caminar varias cuadras sin su sombra, que se quedaba en alguna pared moviendo los brazos, haciendo una extraña danza de liberación. Por lo general las sombras permanecían cerca pero todos sus movimientos eran distintos, como si tuvieran vida y decisiones propias. No eran peligrosas: mantenían su condición de apéndice del cuerpo, aunque se temía una rebelión total de sombras y ahora el rumor era que, tarde o temprano, iban a adquirir volumen y entonces serían imparables como un ejército de dobles oscuros.
El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021
Mariana Enriquez
Motel Fetish
Las bailarinas del “Lucky Devil”, en Portland, se desesperaron cuando el strip club cerró el 16 de marzo de 2020: orden de cuarentena. Ellas no cobran un sueldo: dependen de propinas. Y no pueden aplicar al seguro de desempleo del Estado porque su servicio está excluido: no se otorga a los “espectáculos en vivo de naturaleza sexual”. El dueño, entonces, transformó la cocina del local en delivery y take-away pero, para que las chicas sostengan sus trabajos, las convirtió a ellas en repartidoras, con show adicional para los automovilistas que pasaban a buscar la comida. Si hay mucha gente, los hambrientos pueden quedarse durante una canción entera. Si el local no está muy concurrido, pueden permanecer más tiempo. El servicio del drive-through se llama “Food 2 Go-Go,” y cuesta 30 dólares; el club tiene protocolos sanitarios que incluyen máscaras, guantes y chequeos de temperatura. Medias de red, botas hasta la rodilla, cuero sobre la cara, antifaces protectores. Después del show las chicas del “Lucky Devil” se relajan, se sacan la ropa y se arrancan de los pezones las cruces de cinta negra que usan para evitar estar completamente desnudas en público, lo que las llevaría a incumplir alguna (otra) norma.
El año de la rata
Libros del Zorro Rojo / Ediciones Alboroto, 2021
Desde que llegó al parque el vendedor de globos de helio, nos estamos quedando sin niños y niñas en la ciudad. Compran un globo, se sujetan a la cuerda y comienzan a ascender hasta perderse entre las nubes. Luego, ya no volvemos a saber de ellos. Y así, todos los días. Ahora, los ancianos ya no juegan a la petanca ni echan migas a las palomas. Prefieren sentarse en los bancos, mirar al cielo con nostalgia y ver niños volar.
Antes de acostarme hago la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo esté en orden; la ventana del baño chico, al fondo, está cerrada, y el caballo degollado continúa pudriéndose en la bañera; cierro la puerta, para que el olor no llegue al dormitorio de mi cuñado; en la cocina, la canilla está cerrada y la abro, apenas para que gotee; la ventana está abierta y por ella entran el aire frío de la noche y las gruesas enredaderas del jardín; en la lata de la basura y a su alrededor continúan amontonándose cáscaras de banana, y yerba; en la botella quedan restos de vino tinto, veo que hay moscas flotando, muertas y vivas; el reloj del comedor, cuando yo enciendo la luz, comienza a tocar las doce campanadas y se abre la ventanita del cucú y sale la enorme serpiente, se descuelga interminable hacia el piso y desaparece bajo el aparador; sobre la mesa, los restos del festín, las manchas de vino en el mantel, la bombacha rosada de la mujer gorda y un cabo del habano, encendido aún, del inglés calvo; en la biblioteca todo está en silencio, el desconocido, de espaldas a mí, lee en la oscuridad —y cuando pienso en él me corre un frío por la espalda—; la ventanita alta que da al pozo de aire está abierta, y se escucha el rugido del mar y los gritos de los pescadores nocturnos; el living está lleno de gente, hombres y mujeres, dispuestos uno junto a otro, de cara a la pared, los brazos en alto; entro al dormitorio y encuentro en mi cama a la mujer, desnuda; promete despertarme mañana a la hora de siempre; extraigo del cajón de la mesa de luz centenares de paquetes de preservativos, lleno con ellos los bolsillos del piyama, y entro al ropero y cierro la puerta desde adentro.Por la madrugada me despierto tiritando, alguien ha abierto la ventanita del ropero y tengo fiebre, estoy bañado en sudor y me duele el ojo izquierdo, pido a gritos un médico o una ambulancia, pero estoy en medio de un campo desolado y no hay quien escuche mis gritos.
Miguel Ángel López
UN MONSTRUO EN MI PIEZA
En mi pieza hay un monstruo. No está siempre. Aparece de noche, bueno, algunas noches. Se esconde en las esquinas oscuras y desde ahí me observa. No dice nada, y tampoco me deja decir nada mí. Me obliga a guardar silencio bajo amenazas.
Una vez le quise contar a mi mamá, pero la vi tan preocupada y tan triste, que mejor me callé la boca. ¿Mira si el monstruo después la lastima?
Porque él me dice eso, se pone cerquita de mi oído y me susurra que si digo algo, le van a pasar cosas feas a mi mamá, y yo no quiero eso, así que aguanto.
Pero me da miedo, mucho miedo. A veces lloro porque no quiero ir a dormir, o no me quiero quedar sola, pero mi mamá me manda igual. A veces me acompaña y revisa debajo la cama y en los rincones, y me dice: ¿Ves? ¡No hay nada acá!, pero cuando ella se duerme, aparece el monstruo y me atrapa.
Tanto miedo tengo, que hoy no me aguanté las ganas de hacer pis. La seño me llevó a cambiarme y me hicieron muchas preguntas. También hice dibujitos y me hicieron jugar con unos muñecos.
Llamaron a mi mamá y me llevó a casa de mi tía. Estaba triste. Se le veía en los ojos que había llorado. A mí no me gusta molestarla así que no le pregunté nada. Me quedé con la tía, que también estaba preocupada. Se le notaba en la cara. Me ofrecía muchas cosas todo el tiempo, y hasta me pareció que se puso a llorar en un momento.
Esa noche, en la casa de mi tía, dormí re tranquila: me dejaron tener la luz prendida y ya no sentí miedo a que viniera el monstruo.
Sabía que no iba a aparecer porque nunca viene cuando la luz está prendida.
Cuando la luz está prendida, el monstruo se queda al lado de mi mamá, y le dice “mi amor”.
Miguel Ángel Lopez
Aranjuez, Medellín.
Cuento ganador de un concurso en Colombia en 2022.