Roque Grillo
Esperó hasta que el ruido del carruaje de sus hermanas se perdió en la noche. No volverían en horas. Apagó las velas, tendió la vieja piel de oso frente al fogón que aún estaba caliente y robó —como cada semana— una botella del mejor vino de la bodega señorial. Recién entonces, dejó entrar a su amante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario