Andrzej Sapkowski
TIEMPOS ASQUEROSOS
Del salón en el ángulo oscuro, por su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, releyendo las rimas de Becquer, una tía lejana.
Fotografía de Howard Schartz |
La calle estaba en silencio y una pandilla de negros en una esquina se dirigía hacia otra pandilla en la esquina opuesta, cada pandilla rompiendo al pasar las antenas de los coches aparcados; algunos llevaban piedras, botellas, tubos, palos. Se detuvieron a unos metros en mitad de la calle llamándose unos a otros negros bastardos y monos hijoputas. Apareció un coche, sonó su claxon al tratar de pasar, pero los chicos no se movieron y por fin el coche se alejó marcha atrás. Las escasas personas que estaban en la calle escaparon corriendo. Las pandillas seguían en mitad de la calle. Entonces alguien tiró una piedra, luego tiraron otra y treinta o cuarenta chicos se pusieron a gritar, tirándose botellas y piedras hasta que se les terminaron. Entonces corrieron unos hacia los otros blandiendo palos y agitando antenas de coche, maldiciendo, gritando, alguno aullando de dolor, se oyó un disparo y el cristal de una ventana que se rompe y la gente vociferando en las ventanas y uno de los chicos cayó y le pisotearon y se formaron grupos que se pegaban y apaleaban y daban patadas y gritaban y uno recibió un navajazo en la espalda y otro cayó y a uno le hicieron un corte en la mejilla con una antena y la carne desgarrada de la mejilla golpeaba contra los dientes ensangrentados y a alguien le abrieron la cabeza con un palo y rompieron otro cristal de una pedrada y unos cuantos intentaron llevarse aparte a otro mientras tres pares de pies le pegaban patadas en la cabeza y una nariz fue aplastada con unos nudillos de bronce y entonces se oyó una sirena por encima del tumulto y de pronto, durante una fracción de segundo, todos se quedaron quietos. Enseguida escaparon corriendo, dejando tres cuerpos en mitad de la calle. Llegó la policía y la gente bajó a la calle y los policías les mandaron echarse atrás e hicieron preguntas y por fin vino la ambulancia y a dos de los heridos tuvieron que ayudarles a subir a la ambulancia, al tercero lo tumbaron en una camilla antes de meterlo. Luego la ambulancia se fue, los policías se fueron, y todo volvió a quedar en silencio.
Caminó dando bandazos hacia el metro y se dirigió a Brooklyn, maldiciendo, jurando, con el sudor trazando surcos en la porquería de su cara. Subió los tres escalones hasta la puerta y durante un momento se sintió decepcionada porque la puerta no estaba cerrada y no podía abrirla violentamente. Se detuvo un segundo a la entrada, lanzó una ojeada a su alrededor, y luego se dirigió al fondo donde estaban sentados Ruthy, Annie Waterman y un marinero. Se paró al lado del marinero, se inclinó encima de él y sonrió a Annie y Ruthy. Luego pidió una copa. El barman la miró y preguntó si tenía dinero. Tralala le contestó que se ocupara de sus asuntos. Este amigo mío me va a invitar. ¿Verdad que sí, guapo? El marinero se echó a reír y sacó un billete y le sirvieron la copa y ella se burló de aquel hijoputa de barman tan ignorante. Valiente asqueroso de mierda. Annie la llevó aparte y le dijo que si trataba del quitarle al cabrito le sacaría las tripas. Ruthy y yo nos iremos en cuanto aparezca el amigo de Jack y si me jodes el plan te vas a arrepentir, por mis muertos. Tralala se soltó el brazo y volvió a la barra y se apoyó en el marinero frotando las tetas contra su brazo. El marinero rió y le dijo que terminara su copa. Ruthy le dijo a Annie que la ignorase. Fred vendrá enseguida y nos iremos, y se pusieron a hablar con Jack y Tralala interrumpió su conversación y se burló de Annie esperando que montase en cólera cuando Jack se fuera con ella y Jack se reía de todo y daba puñetazos en la barra y pagaba las copas y Tralala sonreía y bebía y en el jukebox sonaban canciones de country y algún blues ocasional, y los neones rojos y azules parpadeaban alrededor del espejo de detrás de la barra y los soldados, marineros y putas de las mesas y la barra hablaban a gritos y reían y Tralala levantó su vaso y dijo de un trago, y luego dejó el vaso en la barra y se frotó las tetas contra el brazo de Jack y éste la miró preguntándose cuántos puntos negros tendría en la cara y si aquel grano grande de la mejilla le iba a reventar y dijo algo a Annie y luego soltó una risotada y le dio un cachete en el culo y Annie sonrió y cogió la cuenta de Tralala y la caja registradora hizo cling y el humo lo llenaba todo y Fred llegó y se unió al grupo y Tralala pidió otra copa a gritos y preguntó a Fred si le gustaban sus tetas y éste se las tocó con el dedo y dijo parecen de verdad, y Jack dio un puñetazo en la barra y rió y Annie insultó a Tralala y trató de que se fueran y ellos dijeron quedémonos un rato, lo estamos pasando bien, y Fred guiñó el ojo y alguien tropezó con una mesa y un vaso cayó al suelo y Tralala abrió la bragueta de Jack y sonrió y él la cerró cinco, seis, siete veces riendo y mirando el grano, y las luces parpadeaban y la caja registradora hacia cling cling y Tralala le dijo a Jack que tenía unas tetas muy grandes y él dio un puñetazo en la barra y rió y Fred guiñó un ojo y rió y Ruthy y Annie querían irse antes de que algo les jodiera el plan y se preguntaban cuánto dinero tendrían y les molestaba ver cómo lo gastaban invitando a Tralala y Tralala bebía las copas de un trago y pedía más a gritos y Fred y Jack reían y se guiñaban el ojo y daban puñetazos en la barra y cayó otro vaso al suelo y alguien se quejó porque se había quedado sin cerveza y dos manos luchaban por subir por debajo de una falda y Tralala les echaba humo a la cara y alguien se durmió y la cabeza se le dobló encima de la mesa y otro agarró la cerveza antes de que cayera y Tralala estaba encantada, lo había conseguido, era capaz de quitarle el maromo a Annie o a quien fuera y tomó otra copa de un trago y la bebida le resbaló por la barbilla y se colgó del cuello de Jack y frotó su pecho contra su mejilla y él levantó la mano y le manoseó las tetas y soltó una risotada y Tralala sonrió y oh, lo había conseguido y podía mearse encima de todos aquellos hijoputas y había quien hacía hasta un kilómetro para conseguir una sonrisa suya y otro apartó al borracho de la mesa y lo dejó junto a la puerta de atrás y Tralala se levantó el jersey y se cogió las tetas con las manos y reía, reía, reía, y Jack y Fred soltaban vivas y el barman le dijo a Tralala que se tapara aquellas jodidas cosas y se largara de allí y Ruthy y Annie se guiñaron un ojo y Tralala se volvió lentamente haciendo dar saltos a las tetas con la mano y exhibiéndolas con orgullo y sonreía y hacía dar saltos al par de tetas más grandes de todo el mundo con las manos y alguien gritó que si eran auténticas y Tralala se las frotó contra la cara y todos rieron y cayó otro vaso al suelo y los tipos se levantaron a mirar y sacaron las manos de debajo de la falda y echaron cerveza encima de las tetas de Tralala y alguien gritó que acababan de bautizarlas y la cerveza se le deslizó por el estómago y caía gota a gota de sus pezones y ella le pegó con las tetas en la cara y alguien gritó vas a ahogarlo con ellas… Vaya un modo de morir… Oye, ¿y el postre para cuándo?… Ya te he dicho que te taparas esas jodidas cosas, maldito hipopótamo, y Tralala le dijo que tenía las tetas más bonitas del mundo y cayó encima del jukebox y la aguja rayó el disco y alguien gritó todo tetas, sí, pero nada de coño, y Tralala le dijo que viniera a vérselo y un soldado borracho se levantó de una mesa y dijo vamos a verlo, y cayeron vasos al suelo y Jack tiró su taburete y cayó encima de Fred y se quedaron colgados de la barra riendo histéricamente y Ruthy esperaba que no la echaran a la calle porque el asunto prometía y Annie cerró los ojos y se rió aliviada de que no tuvieran que preocuparse de Tralala y de que ellos no hubieran gastado demasiado dinero y Tralala todavía hacía dar saltos a sus tetas en las palmas de la mano volviéndose a todos cuando dos o tres la arrastraron a la puerta por el brazo y ella gritó a Jack que viniera y que follaría con él como le apeteciera y no como aquella cacatúa con la que estaba y alguien gritó allá vamos, y arrastraron a Tralala escalones abajo y se hizo daño en los tobillos y gritó pero los tipos seguían tirando de ella por el brazo y Jack y Fred seguían agarrados a la barra muertos de risa y Ruth se quitó el mandil disponiéndose a marcharse antes de que pasara algo que les estropease el plan y los diez o quince borrachos arrastraron a Tralala hasta un coche abandonado en un descampado de la esquina de la calle Cincuenta y siete y le arrancaron la ropa y la empujaron dentro y unos cuantos se pelearon para ver quién iba ser el primero y por fin se formó una especie de cola y todos gritaban y reían y alguien gritó a los chicos que estaban al final de la cola que fueran por cerveza y fueron y volvieron con latas de cerveza que se pasaban unos a otros y los que estaban en El Griego vinieron a ver y otros chicos del vecindario también miraban y esperaban y Tralala gritaba y les pegaba con las tetas en la cara cuando se le acercaban y las cervezas circulaban y los chicos dejaban coche y volvían a la fila y tomaban unas cervezas y volvían a esperar su turno y vinieron más tipos del Willies y alguien llamó al cuartel y aparecieron más marineros y sorchis y trajeron más cerveza del Willies y Tralala bebía cerveza mientras se la follaban y alguien preguntó si llevaban la cuenta y la espalda de Tralala estaba sucia y sudorosa y los tobillos le dolían por culpa del sudor y la porquería en las heridas que se había hecho en los escalones y cerveza y sudor goteaban de la cara de los tipos en la suya pero seguía gritando que tenía el par de tetas más grande del mundo y alguien le contestó claro que sí, guapa, y el culo, y vinieron más, cuarenta, puede que cincuenta, y se la follaban y volvían a la cola y tomaban unas cervezas y gritaban y reían y alguien gritó que el coche apestaba a coño, así que sacaron a Tralala y el asiento del coche y la tumbaron en el suelo y se quedó allí desnuda encima del asiento y sus sombras ocultaban sus granos y arañazos y ella bebía y se tocaba las tetas con la otra mano y alguien le aplastó la lata de cerveza en la boca y todos se rieron y Tralala le insultó y escupió un trozo de diente y alguien volvió a aplastarle otra lata y se reían y gritaban y el siguiente hizo lo mismo y esta vez le partieron el labio y la sangre le caía por la barbilla y alguien se la secó con un pañuelo empapado en cerveza y le dieron otra lata y bebió y gritó lo de sus tetas y le rompieron otro diente y la herida de los labios se hizo mayor y todos reían y ella reía y bebió más y más y pronto se desmayó y le dieron unas bofetadas y ella murmuró algo y volvió la cabeza pero no conseguían que reviviera así que continuaron follándosela mientras yacía inconsciente en el asiento y pronto se cansaron y la cola se deshizo y volvieron al Willies y a El Griego y al cuartel y los que estaban mirando y esperando su turno descargaron su frustración sobre Tralala y le hicieron trizas la ropa y le quemaron con pitillos los pezones y se mearon encima de ella y le metieron un mango de escoba en el coño; luego, aburridos, la dejaron allí tendida entre botellas rotas, latas oxidadas y basura y Jack y Fred y Ruthy y Annie subieron a un taxi todavía riendo y se asomaron a la ventanilla al pasar junto al descampado y lanzaron una ojeada a Tralala, que yacía desnuda cubierta de sangre, meados y semen y una pequeña mancha se formaba en el asiento entre sus piernas según la sangre iba saliendo de su coño y Ruth y Annie estaban contentas y completamente relajadas ahora que iban camino del centro y su plan no se iba a echar a perder y tendrían un montón de dinero y Fred miraba por la ventanilla trasera y Jack se partía de risa…
Hubert Selby
Última salida para Broklyn, 1964
Anduvo de un bar a otro estirándose el vestido y echándose agua a la cara de vez en cuando antes de dejar el cuarto de un hotel. Bebía sin parar y ni siquiera miraba sino que sólo decía sí, sí, qué coño, y tendía el vaso hacia el barman y a veces ni veía la cara del borracho que la invitaba y se frotaba contra su vientre o sollozaba apoyado en sus tetas; se limitaba a beber, luego a quitarse la ropa y a abrirse de piernas y luego a abandonarse al sueño o a la modorra de la borrachera. Pasó el tiempo…, meses, puede que años, quién sabe, y el vestido había desaparecido y sólo le quedaba una falda y un jersey destrozado y los bares de Broadway se habían convertido en los bares de la Octava Avenida, pero de esos bares, con sus putas, chulos, maricones y demás, pronto la echaron a patadas y el linóleo del suelo se volvió madera y luego la madera estaba cubierta de serrín y Tralala pasaba horas con una cerveza en un garito del puerto, insultando a todos los hijoputas que se la follaban y yéndose con cualquiera que la mirase o que tuviera un sitio donde tumbarse. La luna de miel se había terminado y ella seguía estirándose el jersey aunque ya no hubiera nadie que la mirase. Cuando amanecía, después de una noche pasada en un cuarto miserable con un miserable, entraba en el bar más cercano y se quedaba allí hasta la próxima oferta. Pero todas las noches enseñaba sus tetas y buscaba a alguien con pasta, despreciando a los malditos borrachos, pero los jodidos vagabundos sólo miraban sus cervezas y ella esperaba a alguien con pasta que tuviera cincuenta centavos de sobra para invitarla a una cerveza a cambio de un polvo y saltaba de tugurio en tugurio volviéndose más y más sucia y más y más miserable.
Cuenta que una mujer le dijo a su hijo de cinco años que pronto iba a nacer su hermanito, que ella lo tenía en la panza; espontáneamente, el niño le preguntó: “cuándo te lo tragaste?” El niño, a su vez, le cuenta a un amigo: mi mamá tiene adentro a mi hermanito, y el otro le contesta: “¿por qué no abre la boca para que lo mires?”
Mató al dragón, se casó con la princesa y se pasó la vida pensando en lo feliz que era cuando pastoreaba las ovejas de su padre.
Faulkner / Incendiar establosEl cochino se me metió en el maizal. Le eché el guante y se lo mandé. No tenía él una cerca con la que tenerlo bien sujeto. Yo ya se lo dije, ya iba avisado. La siguiente vez metí al cochino en mi corral. Cuando vino a recogerlo, le di alambre de sobra para que cercase bien su corral. A la vez siguiente, recogí al cochino y lo metí en mi corral. Fui a caballo hasta su casa y vi todo el alambre que le había dado yo enrollado y arrinconado en su parcela. Le dije que podía pasar a llevarse el cochino cuando me pagase una tasa de un dólar. Esa misma noche vino un negro con un dólar y se llevó el cochino. Era un negro un poco raro. Forastero, a lo mejor. Va y me dice: «Dice que le diga que la madera con el heno arde fácil». ¿Cómo dices?, le digo yo. «Pues eso, que me ha dicho que le diga que la madera con el heno arde fácil.» Esa misma noche me pegaron fuego al establo. Pude sacar lo que tenía dentro, aperos y animales, pero perdí el establo.
Cuando tenía dieciocho años, mi tío, que había sido pintor y, en consecuencia, mi héroe cuando yo era un crío, pero que luego se convirtió en una sanguijuela mujeriega y alcohólica que se refería a mí como el cerdo, se voló los sesos con una escopeta.
Dennis Cooper
Ugly Man
Nueva York, Harper Collins, 2009
Dennis Cooper
NIÑA
Traducción de Diego Luis Sanromán
Cuando tenía nueve años, pasé un mes en Texas con mi abuela durante las vacaciones de verano. Vivía junto a una iglesia y un día en la iglesia se celebró una boda. Me pasé por allí, yo solo, para asistir al festejo. Había una niña rubia más o menos de mi edad, con un vestido blanco emperifollado, encima de una pasarela bordeada de antorchas hawaianas encendidas. Pensé que era lo más hermoso que había visto nunca. La observaba maravillado cuando una de las antorchas se cayó y prendió su vestido. En menos de un segundo, todo su cuerpo estaba envuelto en llamas. Lo siguiente que recuerdo es que, 48 horas después, un oficial de policía me encontraba conmocionado bajo la casa de mi abuela. No sé si la niña sobrevivió o murió.
Portrait of a Dead Man by Damien Mammoliti |
Cuando tenía trece años, quería ser arqueólogo. Mi padre conocía a un peruano rico que financiaba excavaciones arqueológicas, así que me enviaron a Perú para que pasase el verano con la familia de aquel hombre y trabajara en las excavaciones. Para llegar hasta el lugar de la excavación me veía obligado a hacer un largo viaje en un autobús muy viejo, siniestro y abarrotado de gente. Un día el autobús se detuvo en medio de ninguna parte con un brusco frenazo. El conductor se levantó y caminó hasta el fondo del autobús. Cuando regresó, llevaba lo que parecía un pasajero que había perdido el conocimiento. Al llegar a la altura de mi asiento, tropezó y el hombre que llevaba a cuestas cayó sobre mi regazo y sobre el regazo de la mujer que estaba sentada a mi lado. Entonces me di cuenta de que el hombre estaba muerto. Estaba frío y tenía un reconocible aspecto de muerto en la cara. El conductor se enderezó, cogió el cuerpo, caminó hasta la puerta del autobús y arrojó el cadáver a la cuneta. Después volvió a su asiento y siguió conduciendo. Los demás pasajeros actuaban como si no pasara nada, como si aquello ocurriese todos los días.
Dennis Cooper
Ugly Man
Nueva York, Harper Collins, 2009