LA LIMA DE ADRIANA
Adriana sintió de repente un leve apretón. A su lado, en el apretujado bus urbano, iba un hombre bien vestido y perfumado. Al principio no sospecho nada, pero luego reaccionó al percatarse de que el dinero que llevaba en la cartera había desaparecido. Se aterrorizó.
Decidió de manera inmediata tomar una medida drástica, pues ese dinero lo tenía destinado para pagar dos meses atrasados de arriendo. El asunto era de vida o muerte.
No lo dudó un segundo. Sacó del bolso su única arma: una lima metálica para las uñas. La apretó con toda su fuerza contra un costado del hombre y le dijo (con furia pero en un susurro):
—Entrégueme el dinero ya mismo, ¡desgraciado!
El hombre, estremecido por la sorpresa, sacó el fajo de billetes de su bolsillo y se lo entregó.
De inmediato Adriana alcanzó la puerta y salió. Miró hacia todos lados y corrió, corrió con locura.
Llegó al banco y se dispuso a hacer la consignación. Contó el dinero y se dio cuenta de que había mucho más de lo que ella traía. Pensó: el tipo ya había robado antes a más gente.
Regresó a su casa, y cuando entró a su cuarto sobrevino la sorpresa: el dinero del arriendo reposaba ahí, olvidado sobre la mesita de noche.