James Thurber
EL UNICORNIO EN EL JARDÍN
Traducción de Camilo Hernández
Una mañana brillante, hace ya mucho tiempo, justo cuando daba inicio a su solitario desayuno, aquel hombre levantó la vista del plato de huevos revueltos para ver un unicornio blanco con un cuerno dorado que con toda la calma del mundo estaba comiendo las rosas del jardín. El hombre subió al cuarto donde todavía dormía su esposa y la despertó. “Hay un unicornio en el jardín -le dijo-. Está comiéndose las rosas.” La mujer abrió un ojo poco amistoso y lo miró. “Los unicornios son animales mitológicos”, dijo, y le dio la espalda. El hombre bajó despacio las escaleras y salió al jardín. El unicornio estaba todavía allí, ahora curioseando entre los tulipanes tiernos. “Ten, unicornio”, dijo el hombre, cortó un lirio y se lo dio. El unicornio, muy serio, se comió el lirio. El hombre subió otra vez al cuarto, orgulloso por tener un unicornio en el jardín, y de nuevo despertó a su esposa. “El unicornio -le dijo- se comió un lirio.” La mujer se sentó en la cama y lo contempló fríamente. “Estás como una cabra -le dijo-. Tendré que hacer que te metan en una casa de locos”. El hombre que nunca había sentido la más mínima atracción por las expresiones "estar como una cabra" y "casa de locos", y que le gustaban mucho menos en una mañana brillante cuando tenía un unicornio en el jardín, se quedó pensativo. “Ya veremos”, dijo y se dirigió a la puerta. “Tiene un cuerno dorado en medio de la frente”, dijo por último y volvió al jardín para ver al unicornio; pero el animal ya se había ido. El hombre se sentó entre las rosas y se quedó dormido.
En cuando su esposo salió de la casa, la mujer se levantó y se vistió lo más rápido que pudo. Estaba tan emocionada que los ojos la resplandecían de maldad. Llamó a la policía y al psiquiatra y les pidió que vinieran lo más pronto posible a su casa y que de paso trajeran una camisa de fuerza. Cuando ambos llegaron, se sentaron a escucharla con gran interés. “Mi esposo vio un unicornio esta mañana”, dijo la mujer. El policía miró al psiquiatra y el psiquiatra miró al policía. “ Me dijo que se había comido un lirio.” El psiquiatra miró al policía y el policía miró al psiquiatra. “Me dijo que tenía un cuerno dorado en medio de la frente.” A una señal del psiquiatra, el policía saltó de su asiento y entre los dos agarraron a la mujer. Pasaron trabajo para dominarla, porque opuso resistencia, pero al final lo lograron. Ya le habían puesto la camisa de fuerza cuando el marido entró en la casa.
“¿Le dijo usted a su esposa que había visto un unicornio?”, preguntó el policía. “Por supuesto que no -contestó el hombre-. Los unicornios son animales mitológicos.” “Eso era todo lo que necesitaba saber -dijo el psiquiatra-. Llévesela. Lo lamento, señor, pero su mujer está más loca que una cabra.” Así fue que se la llevaron, maldiciendo y gritando, y la encerraron en un manicomio. De más está decir que el esposo vivió feliz el resto de su vida.
Moraleja: No hay que vender la piel de la cabra antes de haberla cazado.
THE UNICORN IN THE GARDEN
by James Thurber
Fables For Our Time
Once upon a sunny morning a man who sat in a breakfast nook looked up from his scrambled eggs to see a white unicorn with a golden horn quietly cropping the roses in the garden. The man went up to the bedroom where his wife was still asleep and woke her. "There's a unicorn in the garden," he said. "Eating roses." She opened one unfriendly eye and looked at him.
"The unicorn is a mythical beast," she said, and turned her back on him. The man walked slowly downstairs and out into the garden. The unicorn was still there; now he was browsing among the tulips. "Here, unicorn," said the man, and he pulled up a lily and gave it to him. The unicorn ate it gravely. With a high heart, because there was a unicorn in his garden, the man went upstairs and roused his wife again. "The unicorn," he said,"ate a lily." His wife sat up in bed and looked at him coldly. "You are a booby," she said, "and I am going to have you put in the booby-hatch."
The man, who had never liked the words "booby" and "booby-hatch," and who liked them even less on a shining morning when there was a unicorn in the garden, thought for a moment. "We'll see about that," he said. He walked over to the door. "He has a golden horn in the middle of his forehead," he told her. Then he went back to the garden to watch the unicorn; but the unicorn had gone away. The man sat down among the roses and went to sleep.
As soon as the husband had gone out of the house, the wife got up and dressed as fast as she could. She was very excited and there was a gloat in her eye. She telephoned the police and she telephoned a psychiatrist; she told them to hurry to her house and bring a strait-jacket. When the police and the psychiatrist arrived they sat down in chairs and looked at her, with great interest.
"My husband," she said, "saw a unicorn this morning." The police looked at the psychiatrist and the psychiatrist looked at the police. "He told me it ate a lilly," she said. The psychiatrist looked at the police and the police looked at the psychiatrist. "He told me it had a golden horn in the middle of its forehead," she said. At a solemn signal from the psychiatrist, the police leaped from their chairs and seized the wife. They had a hard time subduing her, for she put up a terrific struggle, but they finally subdued her. Just as they got her into the strait-jacket, the husband came back into the house.
"Did you tell your wife you saw a unicorn?" asked the police. "Of course not," said the husband. "The unicorn is a mythical beast." "That's all I wanted to know," said the psychiatrist. "Take her away. I'm sorry, sir, but your wife is as crazy as a jaybird."
So they took her away, cursing and screaming, and shut her up in an institution. The husband lived happily ever after.
Moral: Don't count your boobies until they are hatched.