viernes, 27 de febrero de 2015

Marta Sime / Terapia


Marta Sime
TERAPIA

Estaba a tres pasos del abismo. Camine dos pero me devolví para terminar un cuento.



martes, 24 de febrero de 2015

Alvaro Menén Desleal / La consulta




Alvaro Menén Desleal
LA CONSULTA

—Tengo razones fundadas, doctor —dijo el hombre de impoluto traje blanco, pacientemente recostado en el diván del psiquiatra—, para suponer que padezco de una personalidad dividida.

El psiquiatra anotó en su libretita que, tentativamente, desechaba la presencia de una esquizofrenia: en general, una persona afectada de tal dolencia evita la consulta con el médico.

La consulta duró casi dos horas. Hubo preguntas cortas y respuestas largas. Aparentemente más tranquilo, el hombre se despidió del psiquiatra, pagó a una secretaria el valor de la consulta, y ganó la puerta. 

En la calle, vestido de negro riguroso, le esperaba otro hombre.

—¿Lo confirmaste? —preguntó el hombre de negro.

—No sé —fue la respuesta del hombre de blanco.

Luego se fundieron en un solo individuo, enfundado en un traje gris.




Álvaro Menén Desleal
Una cuerda de nylon y oro y otros cuentos maravillosos 
El Salvador, 1969.







lunes, 23 de febrero de 2015

Federico García Lorca / Hombres



Federico García Lorca
HOMBRES

Y los hombres avanzan como ciervos heridos.

Federico García Lorca
Yerma / Poeta en Nueva York
Yerma, acto primero, cuadro segundo
Bruguera, Barcelona, 1981, p. 34



viernes, 20 de febrero de 2015

Federico García Lorca / Dos hermanas



Federico García Lorca
DOS HERMANAS

Yo no podría vivir con ellas. Porque dan miedo. Son como esas hojas grandes que nacen de pronto sobre los sepulcros. Están untadas de cera. Son metidas hacia adentro. Se me figura que guisan su comida con el aceite de las lámparas.

Federico García Lorca
Yerma / Poeta en Nueva York
Yerma, acto primero, cuadro segundo
Bruguera, Barcelona, 1981, p. 29





jueves, 12 de febrero de 2015

Oscar Wilde / Descontento


Oscar Wilde
DESCONTENTO


Imatea, después de la crucifixión de Jesús, se encuentra a un joven desnudo y lloroso.

—No me asombra tu gran pesar –le dice-, porque en verdad que Él era un hombre justo.

—No, si no lloro por Él –replica el joven-. Yo también he hecho milagros y todo lo que ese hombre ha hecho, ¡pero no me han crucificado!




lunes, 9 de febrero de 2015

Oscar Wilde / El narrador



Oscar Wilde
EL NARRADOR

Había una vez un hombre a quien amaban porque contaba historias. Todas las mañanas salía de su aldea, y cuando volvía al atardecer, los trabajadores, cansados de haber trajinado todo el día, se agrupaban junto a él y le decían:
-¡Vamos! Cuéntanos qué has visto hoy.
Y él contaba.
-He visto en el bosque un fauno que tañía la flauta y hacía bailar una ronda de pequeños silfos.
-Cuéntanos más. ¿Qué has visto?- decían los hombres.
-Cuando llegué a la orilla del mar vi tres sirenas, al borde de las olas, que con un peine de oro peinaban sus cabellos verdes.
Y los hombres lo amaban porque les contaba historias. Una mañana dejó su aldea como todas las mañanas; pero cuando llegó a la orilla del mar, he aquí que vio tres sirenas, tres sirenas al borde de las olas, que peinaban con un peine de oro sus cabellos verdes. Y continuando su paseo, cuando llegó al bosque vio un fauno que tañía la flauta a una ronda de silfos.
Ese atardecer, cuando volvió a su aldea y le dijeron, como las otras noches:
-¡Vamos! Cuenta, ¿qué has visto?
Él contestó:
-No he visto nada.



domingo, 1 de febrero de 2015

Marco Denevi / Genésis, 2



Marco Denevi
GÉNESIS, 2

Imaginad que un día estalla una guerra atómica. Los hombres y las ciudades desaparecen. Toda la tierra es como un vasto desierto calcinado. Pero imaginad también que en cierta región sobreviva un niño, hijo de un jerarca de la civilización recién extinguida. El niño se alimenta de raíces y duerme en una caverna. Durante mucho tiempo, aturdido por el horror de la catástrofe, sólo sabe llorar y clamar por su padre. Después sus recuerdos se oscurecen, se disgregan, se vuelven arbitrarios y cambiantes como un sueño. Su terror se transforma en un vago miedo. A ratos recuerda, con indecible nostalgia, el mundo ordenado y abrigado donde su padre le sonreía o lo amonestaba, o ascendía (en una nave espacial) envuelto en fuego y en estrépito hasta perderse entre las nubes. Entonces, loco de soledad, cae de rodillas e improvisa una oración, un cántico de lamento. Entretanto la tierra reverdece: de nuevo brota la vegetación, las plantas se cubren de flores, los árboles se cargan de frutos. El niño, convertido en un muchacho, comienza a explorar la comarca. Un día ve un ave. Otro día ve un lobo. Otro día, inesperadamente, se halla frente a una joven de su edad que, lo mismo que él, ha sobrevivido a los estragos de la guerra nuclear. Se miran, se toman de la mano: ya están a salvo de la soledad. Balbucean sus respectivos idiomas, con cuyos restos forman un nuevo idioma. Se llaman, a sí mismos, Hombre y Mujer. Tienen hijos. Varios miles de años más tarde una religión se habrá propagado entre los descendientes de ese Hombre y de esa Mujer, con el padre del Hombre como Dios y el recuerdo de la civilización anterior a la guerra como un Paraíso perdido.