Kenta Torii |
Juan Pedro Aparicio
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Si el crítico vienés Jakob Neumann, que presidía el jurado, hubiera dado su voto de calidad a cierto óleo firmado por un tal Adolf Hitler en la Bienal de Bellas Artes de 1912, acaso el joven aspirante a pintor no hubiese dejado su profesión por la política. Inútil reprochar nada a Neumann; sobre todo cuando el propio Adolf Hitler ordenó su fusilamiento a las pocas horas de aquella entrada apoteósica en la Austria del Anschulss. Lo que nunca supo el dictador fue que la decisión de Neumann nació de un escogido lote de vinos que había recibido de un importante bodeguero vienés, cuyo hijo, con veleidades pictóricas, obtuvo aquel premio. Obvio es decir que tal ignorancia salvó la vida del bodeguero, no la de su hijo.
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