Tobias Wolff
GUY
Cuando sus chicos eran jóvenes, Guy Bishop adquirió el hábito de detenerse en su cuarto todas las noches al ir a la cama. Bajaba la vista hacia donde dormían, y luego se sentaba en la mecedora y le oía respirar. Era un hombre que siempre había ido de una cosa a otra, de sitio a sitio, de empleo a empleo, y, desde su matrimonio, hasta de mujer en mujer. Pero cuando se sentaba en la oscuridad entre sus dos hijos dormidos no sentía deseo de moverse.
En ocasiones, porque le parecía poco natural, esta paz que sentía le daba miedo. El mayor miedo que tenía era que, por querer tanto a sus hijos, en cierto modo les estuviera poniendo en peligro, llevándolos por el mal camino. A veces sabía con certeza que les acechaba algún mal. A medida que los chicos se hacían mayores notaba este miedo con menor frecuencia, pero todavía le asaltaba de vez en cuando. Entonces trataba de imaginar qué forma tomaría el mal, de qué dirección vendría. Cuando tenía estos pensamientos Guy Bishop cerraba los ojos, daba un meneo a la cabeza y ocupaba la mente con un asunto más agradable.
Estaba viéndose con una mujer. Lo pasaban bien juntos y eso era todo lo que ambos querían, al menos en un principio. Después empezaron a sentirse muy mal cuando estaban separados el uno del otro. Acordaron dejarlo, pero no pudieron. En un determinado momento pensó en matarse, pero la mujer le hizo prometer que no lo haría. Cuando ya no lo pudo soportar más dejó a su familia y se fue a vivir con ella.
Tobias Wolff
Ladrón de cuarteles