miércoles, 23 de octubre de 2019

Francisco Rodríguez Criado / Naufragio




Francisco Rodríguez Criado
NAUFRAGIO

Después de pasar toda la noche braceando en las frías aguas del Atlántico, llegó exhausto a la orilla justo cuando empezaban a clarear las primeras luces de la mañana. Desfallecido, se arrojó sobre la arena y, palpando tierra seca, se echó a llorar de rabia y alegría: sabía que estaba a salvo. Cuando se giró para maldecir a ese desaprensivo océano que había tratado de acabar con su vida, vio que allí no había agua sino un inhóspito e interminable desierto. ¡Un desierto! El náufrago se echó a llorar de nuevo. Pero de repente vislumbró a lo lejos un reluciente oasis. Venciendo al cansancio, empezó a correr en dirección hacia el oasis. El suelo, duro y agreste, lastimaba sus pies desnudos. Loco de emoción –el objetivo estaba cada vez más cerca–, el náufrago recobró la creencia de que la felicidad es posible. Aquel pensamiento no duró demasiado, porque a pocos metros de alcanzar el oasis el desierto se cubrió nuevamente con las frías aguas del Atlántico. Su vida volvía a correr peligro.

Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para bracear por segunda vez hasta ganar la orilla. Afortunadamente, en esta ocasión las olas jugaban a su favor. Y también por segunda vez alcanzó la arena, tumbándose sobre ella, más exhausto aun si cabe, ahora con más rabia que alegría, prometiéndose no abrir los ojos bajo ningún concepto. Y en esa posición hubiera estado un día entero de no ser porque su mujer entró en la habitación, vistiendo una raída bata de color fucsia, los rulos en la cabeza y los brazos en jarras, para preguntarle, airada, si tenía pensado quedarse toda la mañana del domingo en la cama, o si por el contrario iba a levantarse de una vez para ayudarle en las tareas domésticas.

El hombre, incapaz de seguir escuchando la voz agreste de su malhumorada esposa, por la que ya no sentía sino hastío, se tapó los oídos y hundió el rostro en la vivificante arena.



lunes, 21 de octubre de 2019

Azucena Franco / Irreversible

Ilustración de Akitaka Ito
Azucena Franco

IRREVERSIBLE

Después de algunos besos, el príncipe se convierte en sapo.


viernes, 11 de octubre de 2019

Peter Handke / Veinte años




Peter Handke
VEINTE AÑOS

Odiseo, tras veinte años de ausencia, a Penélope: "Extraña..." Y ella responde: "Extraño..."


sábado, 5 de octubre de 2019

José María Merino / El bicicielo








José María Merino
EL BICICIELO

A partir del descubrimiento del bosón de Higgs, el profesor Arne Torunn, director del observatorio Oksebasen, ha empezado a analizar las singulares vibraciones que se perciben en aquel lugar cuando a los alrededores, sobre todo los días festivos, concurren muchas bicicletas.

Ciclista experto, al profesor Torunn siempre le ha sorprendido constatar que, mientras abundan en todo el mundo los cementerios de automóviles, no se puede encontrar ninguno de bicicletas. Por otra parte, la similitud y cercanía de las dos ruedas y la función de la cadena transmisora, lo ha llevado a relacionar estos vehículos con la cinta de Moebius.

En consecuencia, y a través de un al parecer rigurosísimo despliegue de formulaciones teóricas sobre las partículas de Higgs, ha llegado a la conclusión de que las viejas bicicletas son trasladadas en determinado momento, gracias a la energía cósmica que han llegado a acumular a lo largo de su servicio, a un universo paralelo, donde se encontrarían en un planeta que nuestro sabio ha denominado Bicicielo —«el cielo de las bicis»—.

La teoría se atreve además a asegurar que en aquel lugar las bicicletas se mantendrían en funcionamiento permanentemente, recorriendo el planeta gracias a la interacción de partículas elementales, en eterno pedaleo.

Por ahora, la teoría no ha encontrado oposición entre los demás físicos del mundo.


jueves, 3 de octubre de 2019

Fernando León de Aranoa / Usted no existe




Fernando León de Aranoa
USTED NO EXISTE

Había decidido no preocuparse. Ni a la entrada del avión, cuando no le saludaron, ni cuando la azafata le sirvió el último zumo de naranja a su compañero de asiento. No he tenido suerte, pensó.

Tampoco se molestó cuando los periódicos se agotaron al llegarle el turno, y eso que no recibió ni una palabra amable de disculpa a cambio.

No quiso darle importancia cuando apretó repetidas veces el botón para llamar a la azafata y nadie vino: supuso que se había estropeado.

Ni se sorprendió cuando, al sonreír a la joven de ojos claros que aguardaba junto al cuarto de baño de la cabina de clase turista, ésta no acusó siquiera su mirada. No era la primera vez que le sucedía.
Durmió el resto del vuelo, y no soñó.

Lo peor vendría luego, en el control de aduanas. El policía amable examinó su documentación, comparó la fotografía con su semblante cansado, tecleó sin resultados, y llegó a la terrible conclusión: usted no existe.

Le pidieron que se hiciera a un lado y aguardara. El pasajero obedeció, presa de un temor irracional.

Hizo acopio de valor y llamó a su mujer, pero nadie respondió.


martes, 1 de octubre de 2019

Anónimo / Las tres poltronas



Anónimo
LAS TRES POLTRONAS

Érase una vez, en el país de la pereza, tres mujeres.

Aquellas mujeres eran reputadas por ser unas poltronas. Eran poltronas, perezosas, negligentes y vagas, muy vagas.

A las tres poltronas les encantaba dormir. Podían dormir horas y horas sin cansarse. De hecho, incluso quedaban para dormir. Y dormían tanto que resultaba imposible despertarlas.

La primera era tan gandula que dormía de pie porque le daba pereza llegar a la cama. Hasta le daba pereza cerrar los ojos. Y una vez dormida, con los ojos abiertos, se caía al suelo con tanta fuerza que hacía temblar la tierra.

La segunda era tan indolente que cada vez que se sentaba se quedaba dormida, y tan dormida que sólo la podía despertarla un terremoto. Cuando despertaba, después de largas horas, se ponía se ponía a gritar, furiosa, con unos gritos agudos que podían hacer tronar.

La tercera era tan holgazana que se quedaba dormida en cuanto pensaba en sábanas, en azúcar y en nubes. Dormía tanto que sólo un trueno la podía despertar. Y cuando despertaba, aspiraba todos los sonidos y dejaba el mundo en silencio para poder seguir durmiendo.

Las tres poltronas vivían en una pesada soledad y decidieron irse a vivir juntas. Tuvieron la suerte de las vagas y se encontraron una casa tan bonita y tan encantadora que daba ganas de entrar a robar. Vivían juntas en una armonía ejemplar en la que la pereza se enlazaba con el silencio y la quietud.

Una noche, un ladrón que siempre había tenido la suerte de los ladrones vio la casa de las poltronas y no dudó en entrar.

La vaga que dormía de pie y que nunca cerraba los ojos lo vio. Quería gritar pero se sintió sin fuerza para hacerlo. Veía cómo el ladrón rebuscaba en la casa pero le dio pereza pedir auxilio. Cerró los ojos y cayó redonda.

La tierra tembló con tal fuerza que la segunda poltrona se despertó de golpe y se puso a gritar enfurecida, encrespadísima, encolerizada, enervada y muy cabreada. ¿Cómo era posible quke la despertaran? Vio al ladrón, pero sólo de pensar que tenía que levantarse a llamar a alguien tuvo otro ataque de rabia y volvió a gritar. Sus gritos sonaron con tanta fuerza que desataron la tormenta que despertó a la tercera poltrona. Ella, nada más abrir los ojos, vio al ladrón. Tal fue su sorpresa que aspiró como nunca o dejó el mundo en silencio. 

Para el ladrón, todo había ido muy rápido. De repente había temblado la tierra, luego la tormenta eléctrica y ahora el silencio más aterrador. Muerto de pánico, salió de la casa disparado, sin ningún botín entre sus mano y dispuesto a reformar su vida.

Y las tres poltronas, tranquilas aunque fatigadas, se acurrucaron mejor y siguieron durmiendo felices y más poltronas que nunca.