Alice Sebold
MI MADRE Y LOS GATOS
Mi madre, aquella presencia totémica, estaba sentada en el sillón de orejas tapizado en rojo y blanco en el que había pasado las más de dos décadas transcurridas desde la muerte de mi padre. Había envejecido lentamente en aquel sillón, dedicada primero a la lectura y a hacer punto, y después, cuando la vista comenzó a fallarle, a ver programas de la televisión pública desde el amanecer hasta que se quedaba dormida después de la cena. De un año o dos a esta parte se sentaba en el sillón y ni siquiera se molestaba en encender el televisor. Se colocaba en el regazo las madejas de hilo embrollado que mi hija mayor, Emily, seguía mandándole cada año por Navidad y las acariciaba como algunas ancianas deben de acariciar a sus gatos.
Alice Sebold, Casi la luna